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La foto que deseaba Froome

El líder gana la contrarreloj de Sallanches y deja a cinco rivales luchando por el podio

Carlos Arribas
Christopher Froome, en la 18ª etapa del Tour de Francia.
Christopher Froome, en la 18ª etapa del Tour de Francia.J. PACHOUD (AFP)

La memoria del Tour se alimenta de imágenes de su campeón solo, distinto, corriendo en otra dimensión casi no humana. Las almas sardónicas las resumen en una, Froome de amarillo corriendo Ventoux loco arriba para salvar su liderato del mistral y las motos. Los generosos añaden una más, insólita también, Froome de negro acróbata del Peyresourde descendiendo loco hacia el liderato. El resto era un borrón oscuro, una mancha espesa en frente del pelotón con una cabeza de alfiler amarilla, y un tropel detrás: Sky, Froome, pelotón atropellado en sus movimientos cansinos.

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En Saboya, aún en las faldas perpetuas del Mont Blanc en el que el Tour da su mini Tour final, los clásicos carraspean, piden la palabra. Hablan. Reclaman la memoria de Merckx, el caníbal que en el 64 ganó el primero de sus arcoíris en Sallanches, la ciudad de donde sale la contrarreloj, el mismo año, el mismo escenario, en el que Jan Janssen, un holandés que también ha ganado el Tour, se impuso en el Mundial amateur; y hablan de Hinault, que hasta tiene una estatua en una rotonda del pueblo tanta burricie de espíritu necesitó el bretón en 1980 demoledor que ha convertido Sallanches en sinónimo de tozudez extrema, de demostración única de carácter. Recuerdan el pasado los clásicos para hablar de Froome, que sale de la rueda de sus compañeros luminoso amarillo, solo, y un parche sor Virginia en los riñones doloridos, para ganar la contrarreloj de amarillo y levantar el puño sobre la cabra triunfador en la meta, en Megève, la estación de la jet. Froome ha oído la llamada de la grandeza y ha respondido. Esta es la foto del Tour, que ya está salvado.

Froome es parte del Gotha ciclístico aunque le falte aparentemente la cabeza genial de los más grandes. Donde había una fuerza absoluta, una suerte de dios romántico que guiaba hacia la locura, en Froome hay raciocinio muy de los tiempos. Anquetil, el dios de la contrarreloj, salía esprintando, aceleraba a mitad de camino y terminaba tan a tope que caía extenuado cruzada la meta, los labios lívidos. Froome sale calculando para no pasarse, con la cabra pesada —como Nairo, más de nueve kilos cuesta mucho subirlos en rampas del 13%—, al ritmo que había previsto su fisiólogo para no entrar en deuda, haciendo números en la cabeza, cumpliendo los objetivos y las órdenes de su medidor de potencia.

El elogio de Merckx

Merckx está allí con Janssen y con Hinault, que nunca se ha ido, y aplauden. “No cabe discusión”, resume Merckx. “Froome es el más fuerte. Ganando hoy lo ha querido demostrar. Soberbio”. A Froome le da un ataque de timidez, se pone colorado y dice que viniendo de Merckx es un elogio que le deja sin palabras, y habla de Porte, su amigo de Mónaco, al que quiere a su lado en el podio. Lo dice porque lo siente y porque, privilegios de líder, puede.

Froome solo y un puño, es la foto, pero hay otra, un vagón de metro en hora punta casi, los que le siguen achuchados en la general peleando por el derecho a salir con él en la foto de los Campos Elíseos, la lucha que dará sentido a su Tour. Después de la contrarreloj dura, el repecho de Domancy, ahí donde Hinault destrozó al mundo, los falsos llanos incesantes hacia arriba, el descenso sinuoso, todo concentrado en 17 kilómetros, en media hora de esfuerzo, cinco seguidores, del segundo al quinto, viajan en 69s, Mollema y Yates, que empiezan a flaquear; Nairo, que, consumido y todo, se acerca, aunque más se le acercan a él, peligrosos, Bardet y, sobre todo, Porte, el admirado por Froome, el más fuerte en montaña. El australiano tiene dos etapas para demostrarlo y para poder olvidar los casi dos minutos que perdió el primer domingo del Tour, por un pinchazo al pie de la cota de Cherburgo, el tiempo que le ha penalizado. Después, lo que le lleva Froome lo ha perdido en las contrarreloj, en la del mistral que se lo llevó, en la de Sallanches. Es el único que ha estado con Froome, y guiándolo y todo, en las llegadas en alto, Ventoux hasta la moto, Finhaut-Emosson hasta el dique.

En Saint Gervais hay un repecho asesino de tres kilómetros al pie del último puerto, faldas de Mont Blanc arriba, que se asciende el viernes, la etapa reina, sin descanso. Cuando estuvo ahí en abril con la nieve estudiándolo a Nairo le brillaban los ojos, aquí atacaré, dijo, y empezó a soñar con el día, y con el día siguiente, con la Joux Plane que ama. Tres meses después Nairo se queja de una alergia, se encuentra donde no quería y con menos fuerzas de las que esperaba. El lugar de la gloria puede ser el lugar de tortura, el de la resistencia que le lleve al podio conquistado pese a todo.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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