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Froome se divierte con sus muchachos

Con un orden y una superioridad que desmoralizan a sus rivales, el líder controla en el Jura una etapa que gana el colombiano Pantano

Carlos Arribas
Jarlinson Pantano gana la 15ª etapa del Tour.
Jarlinson Pantano gana la 15ª etapa del Tour.JEAN-PAUL PELISSIER (REUTERS)
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Chris Froome, un clavo amarillo sobre una bicicleta negra, hace un achante y rapidísimos, Nairo, Mollema y Porte en un segundo están en su rueda, dispuestos a aguantar si pueden, señor, qué cruz. Después de amagar su ataque en lo más duro de los Lacets del Colombier, Froome frena seco, se vuelve con media sonrisa pintada en la cara, examina las caras jadeantes, los nervios en punta, las piernas tensas de sus rivales de pie sobre los pedales, y mueve la cabeza como diciendo, vaya banda, y se ríe con su amigo Wouter Poels, su can cerbero, que apucha divertido a quien se atreve a toserle. Fue ese el momento más importante de la etapa, por la que todos la recordarán.

El Mont Blanc, blanco como su nombre y luminoso, sin la nube que casi siempre oculta su cumbre, domina la escena, pero no despierta el espíritu aventurero en los rivales, desmoralizados. Al pie del gigante de los Alpes majestuoso, en el plano que la televisión se deleita repitiendo en alta definición, el ganado sestea en un prado, rumiando en calma, disfrutando de la inacción.

Clasificación general del Tour 2016 tras la 15ª etapa.
Clasificación general del Tour 2016 tras la 15ª etapa.letour.fr

Así está el Tour: uno se divierte con sus muchachos, 180 pasean en rebaño sudorosos y un colombiano que no se llama Nairo gana la etapa del Jura, del asfalto antiguo, el calor húmedo junto al Ródano. Se llama Jarlinson Pantano, le dicen País, y es de Cali, de donde son las mujeres más hermosas del mundo, como dicen allí, la capital mundial de la salsa.

Clasificación de la 15ª etapa del Tour
Clasificación de la 15ª etapa del Tourletour.fr

Hay una fuga de 30 trabajadores del pedal. En el Grand Colombier, el primer hors catégorie del Tour, cada uno sube como puede, a su ritmo. Son una banda que se disgrega en varios grupos pequeños, ciclistas que pasan de un grupo a otro, que adelantan, que se retrasan con su chepa a cuestas, condenados. Hay entre ellos grandes nombres que quieren estar a la altura de su fama, Nibali, Dumoulin, Majka, Rolland, Zakarin; hay gregarios que cumplen una función en la estrategia de sus equipos; hay corredores que no se resignan a pasar el Tour anónimos, ocultos en el pelotón, sin que ni siquiera su familia y amigos les vean un día por la tele. A algunos, como a Pantano, que se siente capaz de ganar la etapa porque desciende muy bien y agarra con mucho estilo el manillar, como un pistero que ha sido, por la parte baja, y se sabe rápido, o a Majka, que encuentra sus habituales lunares de rey de la montaña, o a Alaphilippe, osado, ligero y volador, les anima una ilusión, un objetivo. Detrás, a unos minutos, en duro contraste estilístico y mental, la cabeza del pelotón asciende marcial, un ejército de uniformados de oscuro, los Sky, de oscuro al frente, uno de amarillo detrás, guiándolos, y un bielorruso demoledor, Kiryienka, marcando el ritmo como un destructor, una mirada sin expresión, un movimiento mecánico, ajena, lejanísima, la poesía de los escaladores encarnada en los fugados. A su rueda, detrás del hombre de amarillo, los rivales, condenados en fila. El de amarillo, de vez en cuando, se aparta, se pone a un lado y, como un general que inspecciona sus tropas, comprueba con suficiencia el estado de los que le siguen. “Es algo que le gusta hacer a Froome”, dice Valverde, que no se lo toma a mal. “Es un capo que actúa como un capo”.

La pregunta se ha generalizado. Ya nadie le pregunta solo a Nairo, ¿por qué no atacas? Se lo preguntan al segundo, Mollema, al tercero, Adam Yates, al quinto, que es Valverde y al menos ha respondido al achante de Froome con un amago retardado unos kilómetros más allá. Y al resto de corredores que disputan la general, Porte, Van Garderen, Dan Martin, hasta el décimo, que es Aru y ha amagado con Valverde después de que su Astana intentara acelerar la carrera al comienzo de los Lacets, una carretera estrecha y empinadísima en minicurvas de herradura, como lazadas de zapatos, por la que todos vuelven al Grand Colombier, como si les apeteciera una segunda taza.

Un colega francés corre animado a la meta anunciando, voy a hacer una pieza sobre por qué nadie ataca. No solo por qué nadie ataca a Froome, que lo pueden entender. ¿Por qué nadie ataca en la carrera al menos para ganar un puesto, acercarse al podio, hacer disfrutar al espectador que sestea? Y entre autobuses que arden al sol que empieza a ponerse, empieza a encuestar a los directores. Estos no tienen ni que hablar. Su mirada desmoralizada expresa mejor sus pensamientos. Hacen gestos. Para explicarse un poco más, cuentan la historia de Bardet, el francés que se lanza al ataque en el último kilómetro de los Lacets para intentar ganar unos segundos ya que es muy hábil descendiendo. Lo hace después de los intentos de corto aliento de Aru y Valverde a los que ni siquiera debió responder Froome en persona: simplemente ordenó a su gigante holandés Poels que acelerara un poco la marcha. Lo hace más decidido el francés, que gana unos metros y cree que podrá abrir hueco. Pero se vuelve un instante y ahí está, siempre Poels, que se acerca de nuevo. Y del susto que se lleva, el joven Bardet pierde las gafas, que se le van al suelo, y las esperanzas.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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