El Lamborghini de Didier
Hay dos maneras de ver el fútbol: como lo ve Eric Cantona (ofensivo) y como lo ve Didier Deschamps (defensivo). Durante años todos los franceses lo veíamos como Cantona. Resulta ahora que todos lo vemos como Deschamps. Curiosa revolución.
Deschamps no es precisamente un modelo de pasarela. No. Deschamps no luce ni una figura que envidiar ni un pico que cautive a la audiencia. En realidad, cuando habla Deschamps, personaje central del fútbol francés, se oye más bien el tono campesino de uno de esos tipos que te encuentras en un campo alrededor de Bayona. ¿En la televisión? Sale mal. ¿En las entrevistas? También. ¿En las fotos? Sus dientes resultan amenazantes.Deschamps no es fotogénico. Pero desde hace veinte años aparece en todas las fotos.
Ser o no ser Cantona. En el 1995 cuando ambos jugadores coincidieron en la selección de Jacquet todos queríamos ser Cantona y nadie quería ser Deschamps. Él era el típico medio defensivo “de deber” como llamaba irónicamente la tradición francesa del juego ofensivo a estos jugadores que tenían por único talento el del repliegue. En el país de Rimbaud, Baudelaire, Apollinaire y Camus, siempre hemos confesado más admiración hacía los poetas que hacía los gregarios.
Sin embargo algo ha cambiado durante los últimos años. Cuando el 1 de junio Cantona se burló de Deschamps (pocos días después de haberlo acusado también de racismo antidelanteros y anti-Benzema), curiosamente nadie se atrevió a defender a Eric. Se quedó solo en su bando. “Mira” decía Canto, “dicen ahora que Deschamps me quiere denunciar. Será la primera vez que le vea cambiarse de una posición defensiva a una posición ofensiva”. Cantona, cuyo descaro hemos admirado tanto en el pasado, nos suena ahora a filosofía de supermercado. Es más, ahora solo nos fijamos en lo que profesa Deschamps.
La revolución italiana. Después de mucho tiempo esperando algún trofeo, hemos terminado por sucumbir a Didier como a una invitación a las cinco de la mañana. Sin resistencia ninguna. Cuando apareció en medio de nuestro desierto competitivo en 1995 (Francia se había quedado fuera de los dos últimos Mundiales), nos sedujo a base de mercancía exótica: títulos internacionales. Cuando los demás eran poetas malditos y románticos admirados (que no ganaban nunca), él juraba ser, “un ganador”. El precio para acceder con él a este cielo victorioso solo era abandonar nuestras eternas chismeras ofensivas y dejarle jugar con tres medios defensivos como lo hacía en la Juventus de Lippi (Conte-Deschamps-Sousa) y luego en la selección (Deschamps-Karembeu-Petit).
Gran importador de la mentalidad táctica italiana en nuestro fútbol, Deschamps presume ahora de su palmarés como si de un Lamborghini se tratara: capitán del Marsella campeón de Europa 1993, tres veces seguidas finalista de la Copa de Europa entre 1996 y 1998 (campeón en el 96) con la Juve, campeón de Italia en el 95, 97 y 98, capitán de la selección francesa campeona del mundo 98 y de Europa en el 2000, entrenador campeón de Serie B con la Juve en 2007 y campeón de Francia con el Marsella en 2010. En esta Eurocopa aún no lleva corbata, sigue hablando de “mentalidad ganadora” con acento provinciano y presume de tres volantes de contención (Matuidi-Kanté-Pogba). Irremediablemente defensivo. Irresistiblemente italiano.
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