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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El idiota

O pierdes, o ganas, no hay de otra, gritaba el hermano musulmán con la gran bocaza

Muhammad Ali, durante un entrenamiento en 1974.Vídeo: ACTION IMAGES, REUTERS
Sergio Ramírez

Amanece a un lado en el Atlántico norte, una suave franja rosa muy lejos a un costado del avión en vuelo a Madrid, y en el otro la negra noche oscura mientras se abre frente a mí la pequeña pantalla de cuarzo en el espaldar del asiento delantero como una ventana a la claridad difusa de la eternidad, Muhammad Ali versus Joe Frazier, pelea de revancha pactada a 15 rounds, 1 de octubre de 1975, Manila.

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Ali pantaloneta blanca, Frazier pantaloneta azul, los guantes que ambos chocan ahora galantemente al centro del cuadrilátero son rojos, suena en mis audífonos la campana y el referee se aparta, fantasmas de hace cuatro décadas, de otro siglo, que empiezan a medirse, salta Ali, petulante, y mientras siga saltando, fintando, martillando, buscando con los puños el punto débil en la defensa cerrada de Frazier, la eternidad no está en riesgo.

Un ballet fatal, abrazos desesperados, Frazier contra las cuerdas, suena la campana de nuevo, grita Ali, su gran bocaza abierta, un fanfarrón insoportable, metódico sin embargo en su martilleo, constante en golpear y golpear hasta que la fortaleza contraria se derrumbe, un presuntuoso insoportable pero nunca más habrá otro como él, pasarán los siglos y nada igual volverá a repetirse: se lo digo yo, créame a mí, dice el viejo comentarista de radio entrevistado en el asilo de ancianos en Sausalito, California, que estuvo aquella noche en el palco de la prensa llevando su propia tarjeta, y sus números nunca fallaron.

¿Qué es la eternidad sino ese martillo constante de los puños que siguen golpeando sin cesar mientras el tiempo avanza ciego hacia la consumación de los siglos? Round 12, el ojo hinchado de Frazier brilla como un rubí a punto de cerrarse, de apagarse, y Ali inclemente cercándolo, martillando de nuevo, nació para eso, creció para eso, en sus puños venía ya incluido el rayo, golpear y golpear con afán certero, un martinete veloz, un experto en demolición.

¿Han visto al idiota de lerdo andar, que camina perdido por allí con su sonrisa ausente? Ya no podía dar un paso por sí mismo si no lo ayudaban llevándolo del brazo, era aquel mismo que se alzó contra el sistema, contra la guerra de Vietnam con un no rotundo, no es no, prefiero mil veces la cárcel pero no iré a matar a nadie a ninguna parte. Pacífico, lerdo sonriente, idiotizado por los golpes recibidos, porque también tuvo lo suyo, se dejaba llevar, se volvió partidario de Ronald Reagan.

O pierdes, o ganas, no hay de otra, gritaba el hermano musulmán con la gran bocaza, y ahora, la vida, Ali lo sabía, no era sino un cuento contado por un idiota aturdido a puñetazos, un cuento lleno de ruido y de furia, que no tiene el más mínimo sentido, ¿lo vieron aquella vez, con la tea olímpica en la mano en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos? ¿Fueron los juegos de Barcelona o los de Atlanta? No lo recordaba bien, su mente empezaba a vacilar, había comenzado a perder la memoria, la gloria es eso, un montón de células muertas en el cerebro.

Ventanas oscuras a la claridad difusa del pasado, la bocaza vencida, la risa perdida, la mirada sin razón, groggy para siempre como bajo el peso de un millón de mazazos en la cabeza, como los que él daba con tanta constancia, pero otra vez suena la campana en mis audífonos, vuelve Ali a su esquina, su second que parece más bien un barbero de manos bien lavadas, lo aconseja al oído, un asistente con gorro musulmán le baña la cara de agua, le mete en la boca el protector, round 14, el referee camisa celeste, corbata de pajarita de pintas marrón, pelo largo, patillas anticuadas como las que llevábamos en aquellos años setenta milagrosos, se acerca a Frazier a preguntarle algo: ¿quiere continuar?

Continúa Frazier a pesar de todo, tambaleándose se acerca al centro del entarimado, y desde las sombras del pasado ya no puede más, el ojo monstruoso, chispas del rubí que se apaga, desde su esquina su second tira la toalla, esto se acabó, señores, Ali alza las manos en triunfo, brinca desaforado, grita fanfarronadas, la gran bocaza abierta, traen el cinturón dorado para ceñírselo otra vez al rey, cetro y corona en la cabeza, pero se apagan las luces sobre el cuadrilátero, la arena va quedando desierta, la pantalla de cuarzo brilla ahora con resplandor opaco y sólo el idiota permanece en la eternidad riéndose con risa indescifrable.

Disculpas de Sergio Ramírez

EL PAÍS reproduce a continuación el contenido íntegro de una carta enviada al diario por el autor, en la que pide disculpas a los lectores que se hayan podido sentir ofendidos por su crónica:

"En mi artículo titulado El idiota hay referencias que algunos lectores han interpretado como ofensivas a los enfermos de Parkinson, entre ellos Mohammed Alí, en cuyo homenaje escribí el artículo al producirse su muerte. Tengan por seguro que algo semejante está lejos de mi intención y de mis convicciones humanistas. Tengo un profundo respeto por las personas afectadas por esta enfermedad, entre las cuales he tenido familiares y amigos.  Presento mis disculpas a todos aquellos que se puedan haber sentido agraviados."

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