Greipel: en el Giro la velocidad es alemana
Cuarta victoria germana en el cuarto sprint, la víspera de la etapa toscana y el temido puerto de tierra
Contemplando a Greipel lanzarse en eslalon salvaje de potencia y velocidad en los últimos 200 metros laberínticos de Foligno, cómo se pasan los metros, acelerados, cómo absorbe la meta entre corredores que parecen estatuas, tan parados, el Jorge Manrique de turno, si fuera italiano, lamenta el fin de los tiempos gloriosos, cómo los Ferraris a pedales, que se llaman Nizzolo, Modolo, Viviani y cosas así, palidecen rojos de envidia ante los Porsches, llámense Kittel o Greipel, con los que no pueden, ante los que se rinden y no les queda más remedio que componer tristes telones de fondo, o, incluso, como el pobre Modolo el viernes bajo los castaños de Foligno, ayudar a los tedescos invasores abriéndoles camino, lanzándolos hacia el éxtasis.
El Giro 2016 ha cumplido una semana, siete etapas. Ha habido una contrarreloj, un día de montaña, otro de repecho y cuatro sprints, cuatro volatas en las que los vencedores han sido alemanes, los especialistas de la combinación velocidad-resistencia-potencia del momento. Con Kittel primero, y sus dos victorias consecutivas en las etapas holandesas, y con Greipel después, y sus dos victorias entre Campania y Umbria, la velocidad en bicicleta se ha hecho músculo. Las sutilezas de colocación, progresión, lanzamiento, son ya fútiles, un peso innecesario demolido por la fuerza bruta desmesurada. Mal colocado, partiendo en una curva cerrada desde el noveno lugar, sin complicarse mucho Greipel halló una vía que le llevó desde el fondo del sprint hasta la victoria, la tercera consecutiva de su equipo, el Lotto versión belga, en la carrera.
En su camino sin aliento hacia el norte y sus montañas, el Giro remontará el sábado el valle del Tíber hasta chocar con los Apeninos toscanos, las colinas engañosas en las que, pasado Indicatore, se esconde el puerto de Alpe di Poti, una carretera de tierra, que será barro pues no para de llover, de 6,4 kilómetros con tramos al 14%. Al líder Dumoulin, tan grande rosa, no le asusta, antes al contrario, el desafío que parece situado en el libro de ruta como regalo para el chico de casa, el Nibali siciliano de escuela ciclista toscana, quien ama el fango y los equilibrios y la lluvia, para que olvide los problemas con su director que emergieron cuando su ataque mal medido en la llegada de Roccaraso el jueves. Si llegan incólumes a Arezzo, donde está la meta, Valverde, murciano de sol y calor abrasadores, y Landa podrán gritar en la hermosa ciudad y sus calles de piedra ¡la vida es bella!, como pensaban Roberto Benigni y su principesa que era antes de que los nazis los destruyeran, y destruyeran toda esperanza en la ciudad toscana en la que Benigni rodó su película.
Quien no lo gritará porque se ha quedado en el camino es Javi Moreno, el escalador del Movistar que debutó a los 31 años en un Giro en el que ayudaría a Valverde en la montaña y, víctima de tremenda caída, se rompió la clavícula antes de Foligno, a donde llegó en ambulancia.
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