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Derrota pírrica de los favoritos en el primer final de montaña

Victoria de Wellens y ataque de Dumoulin de rosa, que gana segundos sobre Valverde, Nibali y Landa

Carlos Arribas
El pelotón atraviesa el macizo de Matese en su camino hacia la meta de Roccaraso.
El pelotón atraviesa el macizo de Matese en su camino hacia la meta de Roccaraso.LUK BENIES (AFP)

El Giro gira por la historia de Italia y la de sus romanos, las batallas que puntuaron los primeros años de bachillerato y que se repiten incruentas, representación de una representación, en una carrera ciclista 24 siglos después, y sus conceptos y metáforas. El miércoles, el día del cumpleaños de Kittel y del sprint del Gorila Greipel, elogio a la velocidad resistente y la fuerza, acabaron todos en Benevento, donde, cuando era Malevento aún, pasaron los romanos por debajo de la Horcas Caudinas, y donde, unos años después, sufrió Pirro de Épiro la victoria pírrica que tanto jugo ha dado a los cronistas. Siguiendo con el hilo, el jueves, unos kilómetros más arriba atravesado el macizo del Matese y cruzada la puerta de los Abruzos a una quincena de kilómetros de la meta, fue el día de la derrota pírrica de los favoritos, de Nibali, Landa y Valverde, que vieron fugarse por delante, en los dos últimos kilómetros de la extraña ascensión a la estación de esquí de Aremogna, a toda su nobleza y no supieron cómo responder.

O, quizás, dieron una respuesta que no se puede interpretar. O, como dijo Eusebio Unzue, que vio la etapa y a su Valverde por la tele desde España, fue una etapa que no dice nada o, que si lo dice, solo puede despertar interrogantes.

Acabaron felices en la cima el ganador del día, el belga de la larga fuga Tim Wellens, ligero de desarrollo y fuerte de ánimo, y, detrás de él, Fuglsang, el hombre danés de Nibali, que ayudó a los rivales que le seguían, el gran Dumoulin, atacante de rosa como en la Vuelta lo hacía también, de rojo, la primera semana, y el desgarbado Zakarin, y los pequeños Pozzovivo y Chaves. Acabó, a secas, Valverde, a 14s de Dumoulin, quien había acelerado a dos kilómetros de la cima, en la zona del falso llano donde sobre los escaladores ligeros y relativos tenían ventaja los hombres de vatios absolutos, no penalizados allí por su peso. Acabaron con dudas, Nibali, que atacó también en un puerto veloz que no le favorece y cuyas fuerzas no estuvieron a la altura de su ambición, y Landa, al que le cuesta entrar en carrera.

Antes de que, el domingo ya en Toscana, acabe la primera parte del Giro que gira veloz hacia el norte, a Dumoulin, del que todos hablan con el mismo respeto con el que hablaban hace unos meses en la Vuelta, y con la misma falta de temor, le quedan dos días favorables, el puerto de tierra el sábado llegando a Arezzo, una etapa especie de mini strade bianche, y la vinícola y complicadísima contrarreloj del Chianti (40,5 kilómetros) el domingo. Saldrá del doble día con más de dos minutos sobre los favoritos, y comenzará su defensa, que los favoritos creen demolerán inaguantables en la última semana, la de las montañas más altas, allí donde el peso pesa.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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