Triunfo inapelable del equilibrio
City y Madrid se contrarrestan y aburren al público con sus planteamientos defensivos
Ola de frío en el norte de Inglaterra. Viento del noreste. Nubes negras. Lluvia. Granizo. Cinco grados a las siete, cuatro grados a las ocho, tres grados a las nueve. A la izquierda del palco del emir, Pellegrini envuelto en una parka oficial ordena adelantar la presión y el City se aprieta a la altura del círculo central. Separado por cuatro metros, a la derecha del palco del emir, Zidane, al abrigo de su famosa levita azul, ordena adelantar la presión y el Madrid se aprieta a la altura del círculo central. La simetría es casi esférica. Como los cuernos de dos carneros enfrentados. Los 20 jugadores de campo chocan y encajan. El 4-2-3-1 celeste contra el 4-1-4-1 azul. Bale contra Clichy; Silva contra Carvajal; Navas contra Marcelo; Lucas contra Sagna, etc. Ramos rasca un tobillo a De Bruyne; Kompany rasca un tobillo a Bale. El árbitro, el cerúleo turco Çakir, advierte a uno y a otro. Todos se neutralizan mutuamente hasta alcanzar eso que tanto cuidan los entrenadores. El grial del aburrimiento. Eso que llaman “equilibrio”.
La estabilidad es tan completa como la impaciencia creciente de unos hinchas que cada vez detectan menos vida sobre la hierba. Solo la lesión de Silva, a los 38 minutos, sirve de indicador de que algo de naturaleza orgánica se está moviendo y sufriendo, de que eso que sucede ante la multitud no es una coreografía soviética. Por fin el descanso trae sonidos vivificantes, recuerdo de un mundo que parece lejano a través de los altavoces: Pulp interpreta Common People.
La lesión de Benzema, que no puede seguir en la segunda parte, parece la réplica a la lesión muscular de Silva. Ambos cumplen papeles similares en sus respectivos esquemas. Son los elementos menos predecibles. El factor humano de las maquinarias. Los jugadores del pasado en el planteamiento futurista que promueve el achique de espacios, la reducción del tiempo mediante un constante derroche físico individual puesto al servicio de la sincronización general. Sin el francés ni el español el partido se congela. Triunfa la táctica. Gana Zidane, que ya advirtió el lunes que lo más importante era “mantener la portería a cero”. Pero sobre todo gana Pellegrini. Porque los goles en campo contrario valen doble. Gana durante 70 minutos. Entonces los jugadores del City comienzan a fatigarse y a distraerse. Los espectadores comprueban que los pivotes no son dos replicantes sino dos garotos: Fernando no se entera y Fernandinho no se percata. Hay un hueco entre los medios y los defensas, y por ahí se cuela Modric antes de rematar alto. Luego Jesé cabecea al travesaño y Hart le saca un cabezazo a Casemiro y un tiro a Pepe a la salida de sendas jugadas a balón parado. En tiempos de “equilibrio” un córner resulta de lo más desequilibrante.
Pantalón roto
La hinchada del City se calienta y se distrae entonando sus versos típicos con las notas prestadas de Hey Jude y Blue Moon. El fútbol inglés tiene menos relevancia que el folclore del fútbol inglés.
Erguido en la zona técnica Zidane contempla los acontecimientos inmóvil como una estatua. Hasta que algo lo excita. Entonces ejecuta movimientos espasmódicos. Golpes de cintura. Braceos. Patadas. La descarga de energía sobre su pantalón de lana virgen es tan violenta que rompe el tejido. Una raja de medio metro en el interior de la pernera izquierda descubre el muslo del francés a la intempestiva noche de Manchester.
Zidane se pasa el partido pidiéndole a Kroos que cierre y a Bale que baje. Sus palabras anunciando que Cristiano y Benzema estaban “al cien por cien” resuenan como embustes. Vulgares recursos de entrenador de fútbol desesperado por engañar a la oposición.
La verdad es otra. La verdad es que el ataque del Madrid recae sobre Gareth Bale. La verdad es que esto es una mala noticia. La verdad es que Bale desaparece del partido atrapado en la maraña táctica. Detectar el desmarque nunca fue su habilidad. Comenzar contra el City es pedir demasiado. El hombre no remata ni una vez entre los tres palos.
Çakir señala el final cuando la muchedumbre ya abandona el estadio. En los altavoces retumba Blue Monday. Señal de que esto es Manchester. Prueba fehaciente de que más allá del equilibrio existe la emoción.
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