El último misterio de Messi
El delantero argentino lleva cinco partidos a un gol de los 500 y nadie atina a explicar el porqué del bajón
Nunca fue fácil descifrar a Messi, ni para bien ni para mal, ni de cerca ni de lejos, ni en lo bueno ni en lo malo. La Pulga engañó a Dios y a su madre, que tan pequeño como era parecía imposible que moviera el balón como lo hacía en las calles de Rosario y creciera como lo hizo en Barcelona, contra natura, gracias, eso sí, a que le ayudaron los médicos. El caso es que siendo futbolista, de amago en amago, se zampó a los defensas que le buscaron del tobillo a las rodillas o le encontró agujeros a las porterías donde parecía que solo había manos de porteros, hasta que llegó al gol 499, el 12 de marzo pasado. Y nadie dudó de que el 500 caería como habían caído los anteriores, con la misma sinrazón de un misterio. Y no. Por vez primera en su vida lleva cinco partidos completos sin meter un gol, misteriosamente anclado a uno de tan mágica cifra sin que nadie atienda a dar razón del porqué, mientras el mundo se pregunta qué le pasa, que no chuta. Y a su estela se encalla el Barça.
“No hay que individualizar, resulta muy injusto. Y no lo voy a hacer. Y menos en una situación como esta. No lo hice en situaciones positivas; y aunque se tiende a hacerlo cuando no son las mejores, responde el entrenador que soy yo y todo el equipo”, le defendió ayer Luis Enrique, que se proclamó líder de este equipo nada más llegar. No quiere meterle a Leo más presión de la que asume como lo que es, el mejor del mundo, el único que ha ganado cuatro balones de oro.
Desde que marcó el gol 499 el impacto de La Pulga en el juego ha disminuido
El caso es que Leo lleva cinco partidos que no contagia su magia, que está pero no está, porque intentar lo intenta y aunque no se esconde, no es él, no es Messi, al menos no el de siempre, no el que marcaba por costumbre: 28 goles y 11 asistencias en 29 partidos hasta el 12 de marzo. Pero desde que Messi marcó el gol 499 su impacto en el juego ha disminuido misteriosamente, partiendo de una verdad: juega en una posición más retrasada y aunque remata a puerta casi las mismas veces por partido (de cinco a 4,6), no atina ni la mitad. Y marcar no marca ni uno. Su capacidad de desequilibrio también se ha visto afectada: en los últimos cinco encuentros ha salido vivo del 43,6% de los regates, por el 60,5% de los que intentaba antes. Ahora combina más —64,2 pases por partido por los 55,5 anteriores al encuentro del Getafe—, pero no ha dado ni una asistencia de gol cuando antes daba una cada tres partidos.
En esas, el misterio se convierte en una angustia que nadie atiende a resolver. Menos que nadie, el propio jugador, que calla y no habla donde solía, en el campo. Ya lo dice Sergi Pàmies, que acaba de presentar el libro Confesiones de un culé defectuoso: “A Messi se le interpreta, es impenetrable, un misterio. De Leo hablan todos menos él, y si lo hace suele ser para desmentirnos casi siempre”.
Messi juega más atrás y aunque remata a puerta casi lo mismo, no atina ni la mitad
Dicen sus compañeros que le ven como siempre: “A Leo no le pasa nada, es una cuestión del grupo”, avisan. Y en esas, una radio de la capital anuncia que tiene una lesión muscular; les desmiente la evidencia, porque correr y corre; y también el entorno del jugador, que lo niega aunque se fuera hace unos días a Italia a ver a Giuliano Poser, un dietista que no repara musculaturas, pero equilibra energías. Que a nadie le extrañe que hoy, contra el Valencia (20.30, C+ Partidazo), agarre la bola y meta tres. Para desmentir a todos, como para decir que no le pasa nada, que solo fueron un par de malas tardes. Y de paso, engrandecer su misterio, ese que le ha llevado sin que nadie sepa muy bien ni se explique cómo a los 499 goles.
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