De Felipe, un defensa rápido, sencillo, fuerte, ágil y yeyé
Fue canterano del Madrid y en 1966 ganó la sexta Copa de Europa
En 1960. Santiago Bernabéu inauguró su Ciudad Deportiva, casi un kilómetro más allá de donde moría la Línea 1 del Metro, en Plaza de Castilla. Tres años antes había llevado a algunos jugadores del equipo, entre ellos Gento, a mostrarles orgullosos los terrenos que había comprado, a duro el palmo. Gento, con imprudencia juvenil, le dijo:
—Don Santiago, ¿para qué quiere usted este secarral?
—Mira, Paco. Todos los duros que entren en el Madrid vendrán por esta carretera, porque el dinero siempre viene del Norte. En su día lo venderemos caro. Mientras, aquí vamos a fabricar muchos futbolistas para el Madrid.
Allí se crió la primera generación de grandes canteranos del Madrid. Antes, en los años de las cinco Copas de Europa, llegaron al equipo algunos jóvenes, entre los que los más connotados fueron Mateos, Santisteban, Marsal y Antonio Ruiz. Pero eran jugadores formados en colegios, captados por el Madrid ya para el juvenil. En la Ciudad Deportiva se sembró una generación cultivada ex profeso. El primer paso era el Torneo Social, una Liga de chavales en la que participaban hijos de socios. Cada equipo de esa Liga tenía el nombre de un jugador de la primera plantilla que, por así decirlo, lo apadrinaba.
Así llegó al Madrid De Felipe, que siempre presumió que fue el primero del Torneo Social que llegó a la primera plantilla. Central severo, rápido, sencillo, fuerte, ágil. Allí conoció a Julio Iglesias, con el que hizo amistad para toda la vida. Progresó por el juvenil y el amateur, pasó la cesión por el Rayo, llegó al Madrid a tiempo para suceder a Santamaría, uno de los monstruos de la edad de oro. El relevo definitivo llegó justo después de un Madrid-Barça, un 1-3 con dos goles de Fusté. De Felipe había jugado ese día como lateral derecho. A partir de ahí fue central.
Aprendió la primera dura lección de Miguel Muñoz semanas antes, el día que se presentó en el Bernabéu como central por lesión de Santamaría. Muñoz le dijo que se atuviera a lo suyo, que no pasara de medio campo. En una de las primeras jugadas, cortó y vio campo libre. Avanzó, no le salió nadie, sus compañeros estaban marcados, siguió hacia delante, se internó veinte metros en el campo rival y finalmente le dio el balón a Amancio. Regresó entre aplausos, tan ufano. Ese mes, cuando fue a cobrar las primas, le descontaron 5.000 pesetas.
—¿Por qué?
—Pregúntele a Miguel Muñoz.
Muñoz le dijo: “¿No se acuerda que no debía pasar de medio campo? Usted sólo tiene un Real Madrid en el que jugar. Yo tengo varios como usted a los que poner”.
Así aprendió. Así se afirmó en la defensa del Madrid durante varios años. Así fue titular, junto a otros tres productos de la Ciudad Deportiva (Serena, Grosso y Velázquez), en el Madrid yeyé, que ganó la Copa de Europa de 1966.
La lesión de Bustillo
En 1968 se produjo una jugada que en cierto modo le marcó: una entrada a Bustillo, delantero centro del Barça, figura emergente. Era el primer partido de Liga y el Barça se puso 0-2 en el Bernabéu con goles de Bustillo. De Felipe le entró fuerte, y aunque no le pegó, la forma en que él forzó para escaparse le rompió los ligamentos. Se armó la gorda. Samaranch, Delegado Nacional de Deportes, llegó a acudir a NO-DO, junto a De Felipe y Calderón, gerente del Madrid, para comprobar que, en efecto, no hubo impacto. Eso le libró de una sanción.
Unas molestias de menisco complicaron su posición en el Madrid, justo cuando aparecía Benito. A la final de Recopa de 1971, en Atenas, frente al Chelsea, no le llevaron. Hubo desempate y Muñoz le llamó para el segundo partido. Entre medias se provocó un equívoco: alguien con mala intención informó a Bernabéu de que De Felipe habría hecho unas declaraciones quejosas en Madrid. No era del todo cierto. Bernabéu reunió al grupo, según volaba De Felipe, para criticarle. Velázquez, que era muy amigo suyo, salió en su defensa, pidió al patriarca que esperaran todos a De Felipe para conocer la verdad. Eso condicionó su futuro en el Madrid.
A la vuelta del desempate (perdido), De Felipe tomó su coche el primer día de vacaciones y viajó a Santa Pola, donde llegó por la mañana, a dar explicaciones a Bernabéu. Este las aceptó, pero su sino estaba marcado. En 1972 se fue al Español, donde jugaría seis años, tras ocho en el Madrid. Jugó en un gran Español, el de la delantera de Roberto Martínez, Solsona, Amiano, José María y Pepín, sucesora de los Cinco Delfines.
Siempre presumía de que fue el primer jugador del Torneo Social que ganó la Copa de Europa. Incluso se atribuía un papel singular: tenía una medalla, regalada por su madre, de la Virgen de la Soledad, de Horche, el pueblo de Guadalajara de sus padres. La perdía con frecuencia, pero siempre le aparecía otra vez. El día de la final del 66, ante el Partizan, la metió en el puño e hizo que los otros diez apretaran su mano.
Tras la victoria, llevó la insignia de oro y brillantes que le dio el Madrid a Horche, y la prendió en el manto de la Virgen. Ahí sigue.
Ayer murió a los 71 años, de cáncer, y hoy le entierran allí, en el pueblo de sus padres. Nunca metió un gol, pero bromeaba con eso. Al fin y al cabo, la primera vez que pasó del medio campo le costó una multa.
Deja estela de bonhomía. Descanse en paz.
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