Di Stéfano salvó a Gento ante Bernabéu
Le dijo a Bernabéu que confiara en Gento: "Tiene velocidad y le pega al balón como un cañón. Eso no se aprende, se trae. Lo demás se lo podemos enseñar"
Cuando Pachín llegó al Real Madrid, a la altura de la quinta Copa de Europa, le sorprendió una cosa: "Todos le hacían la pelota a Gento. Hasta Di Stéfano. Él más que nadie. Le decía: 'A ver Paco, ¿cómo estás?' Y él batía los tacos en el suelo del vestuario, repiqueteando muy rápido, con los dos pies, como esprintando sin moverse del sitio, y aquello sonaba como un motor muy bien afinado. Y entonces Alfredo decía: 'Paco está bien, podemos salir'. Yo me quedaba asombrado".
Y eso que Gento estuvo a punto de pinchar en el Madrid. Llegó en el verano de 1953, con sólo media temporada en Primera, diez partidos de Liga y cuatro de Copa, con el Racing de Santander. Su velocidad era eléctrica, pero su fútbol era rústico. La afición la tomó pronto con él. Movía las piernas tan deprisa que casi resultaba cómico, un poco al estilo del 'celuloide rancio', aquellas películas que, por los modos de grabación arcaicos, ofrecían en la proyección movimientos anómalamente rápidos. Dejaba atrás a los defensas, pero también el balón. Chutaba a cualquier parte. Acabó por provocar burlas crueles. Jugó diecisiete partidos de los treinta de Liga, pero a peor. No marcó ningún gol. En la segunda vuelta casi no jugó. Corrió el bulo de que era tan bruto que la primera vez que le citaron en el Racing para viajar en coche cama se presentó en la estación con su propio colchón. Mientras, Espina, también extremo izquierdo, que Bernabéu había cedido al Racing dentro de la operación Gento, hizo allí una temporada más que decente, con 23 partidos y seis goles.
La idea de Bernabéu al final de la temporada era deshacer la operación: recuperar a Espina y devolver a Gento.
Pero Di Stéfano le había visto algo. Di Stéfano llegó pocas semanas después de Gento, a tiempo para jugar la tercera jornada de Liga, y había llevado al Madrid al título, con su juego asombroso, pleno de técnica, genio y conocimiento. Y con sus goles. Fue máximo goleador, con 27 en 28 partidos. Era la primera Liga que ganaba el Madrid después de veinte años.
Le dijo a Bernabéu que confiara en Gento: "Tiene velocidad y le pega al balón como un cañón. Eso no se aprende, se trae. Lo demás se lo podemos enseñar". Y de paso, le pidió que fichara a Héctor Rial, nacido en Argentina pero con pasaporte español, porque era hijo de gallegos. Le había conocido en Colombia y para entonces jugaba en el Nacional de Montevideo.
—Necesito uno que cuando le dé el balón, me lo devuelva.
Con esa expresión, Di Stéfano estaba proyectando el fútbol español hacia la modernidad. Por entonces aquí se jugaba demasiado a la antigua: el que cogía el balón en el medio campo lo subía conduciendo. Apenas se combinaba. Di Stéfano quería superar a los rivales en el medio campo con paredes, triangulaciones, como se empezó a decir entonces, no con esfuerzos individuales largos. Así se jugaba en Sudamérica, así jugaba Hungría, en torno al genial medio Bozsik.
Bernabéu no quiso negarle ninguna de las dos cosas. Era la piedra angular del equipo, le había dado la Liga y sus argumentos eran futbolísticos y razonados. Además, le había negado permiso para comprarse un coche, porque no quería que sus jugadores fueran ostentosos. Así que mantuvo a Gento y fichó a Héctor Rial, sin gustarle nada de aquel y sin saber nada de este.
Pero acertó.
Rial empezó jugando de interior derecho. Joseíto solía ocupar el interior del otro lado. El Madrid fue adquiriendo el juego que Di Stéfano buscaba, pero Gento aún era un verso suelto. Hasta que en la octava jornada, Rial pasó a interior izquierdo, tras pacto a tres entre Di Stéfano, el entrenador, Enrique Fernández, y él mismo. Habían descubierto la forma de hacer útil a Gento. Rial se lo explicó:
—Cuando yo tenga el balón, ven hacia mí: yo te lo doy, tú me lo devuelves al pie y sales corriendo. Yo te lo meto al fondo, a tu carrera. Mientras tú y yo nos la pasamos, Alfredo sale como una flecha para arriba, para llegar al remate. Y si lo coges tú antes, lo hacemos al revés, pero con un toque más: me lo das, te lo devuelvo, me lo vuelves a dar y entonces te lanzo.
El estreno fue en el campo del Alavés, el 31 de octubre de 1954. Funcionó. El Madrid ganó 2-4. Y así siguieron, con Rial y Gento haciendo ala. Gento llegaba a los balones de Rial y como fue aprendiendo a centrar, su velocidad resultó letal. A veces, el pase era más interior y entonces soltaba el zambombazo, que si cogía puerta, cosa que fue sucediendo cada vez más, resultaba imparable. Si algún defensa era capaz de seguirle, sacaba a relucir una característica inesperada: el frenazo en seco. Muchos defensas se quejaban de eso: no sólo era problema cómo corría, sino cómo frenaba.
El ala Rial-Gento fue una mina de oro. El Madrid ganó esa segunda Liga de Di Stéfano y Gento, la 54-55, que les dio paso a la primera Copa de Europa. Y la ganaron. Y la otra y la otra, así cinco seguidas. En la cuarta entró Puskas, que también supo lanzar con precisión a Gento. La dinámica ya estaba creada. Gento, en efecto, y como suponía Di Stéfano, fue aprendiendo más y más cosas, hasta convertirse en estrella. Cuando en el cine el NO-DO, donde entonces se veían los resúmenes, daba imágenes de algún Madrid-Barça, se escuchaba un rumor cuando Gento la cogía y se veía al Barça retrasarse en bloque, como única forma de precaverse de su velocidad.
En 1963 se jugó un partido solemne en Wembley entre Inglaterra y el Resto del Mundo para celebrar el Centenario de la creación del fútbol. Gento fue el extremo izquierda de aquel equipo único, que capitaneó Di Stéfano.
Aquel chico rústico al que la afición madridista repudió con crueldad en sus inicios se fue del Madrid después de dieciocho temporadas, con 605 partidos y doce Ligas, seis Copas de Europa y una Intercontinental como trofeos más relevantes. Además, jugó 43 partidos en la Selección, lo que incluye dos Mundiales.
Tiene mucho de qué presumir. Pero la primera vez que le pregunté por Di Stéfano, me dijo:
—Sin él no hubiéramos ganado nada de lo que ganamos. Era el que lo hacía todo. No nos dejaba descansar ni en el campo ni en los entrenamientos. Ni en los viajes, cuando había partido importante. Le daba vueltas a todo, explicaba todo. Todo lo sabía.
La primera vez que le pregunté a Di Stéfano por Gento, me dijo:
—Era una salida segura para nosotros. Cuanto peor estábamos, más echábamos mano de él y siempre nos ofrecía una escapatoria. Yo creo que echando a pies le hubiera cogido el primero.
Alfredo Di Stéfano y Paco Gento, presidentes de Honor del Real Madrid.
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