Unos hielos muertos
Al finalizar el partido no había nadie en el Madrid que no renquease: jugadores, entrenador y presidente
Es raro, pero uno de los momentos más fascinantes de un Madrid-Barça coincide siempre con el final del partido, que puede ser una hora, un día o una semana después. En cierto sentido, el fútbol representa un acontecimiento inexplicable que, al acabar, empieza. Cuando el resultado posee la contundencia de un 0-4 en el Bernabéu, los efectos del golpe no se muestran necesariamente en el acto, al estilo de esas mañanas que uno se levanta tan pancho y de repente nota la presencia de una resaca que pilló hace siete meses, y que sigue sin dar señales de haber desaparecido. El trauma necesita descansar, y cuando el equipo se levanta, y vuelve a sonreír, aquel decide atacar, con enorme efecto sorpresa.
El malestar de algunas derrotas no tiene un foco de dolor concreto. Te duele aquí, pero también allí, y más allá, y en todas partes. Eso significa que al finalizar el partido, si es que ha finalizado, no había nadie en el organigrama del Madrid que no renquease, desde los jugadores al entrenador, pasando por el presidente. Los pañuelos blancos que los socios agitaban, como si fuesen cerillas encendidas, hacia Florentino Pérez sonaban, en realidad, igual que esos disparos fallidos —a propósito— que le arrancan al sheriff el sombrero de la cabeza y lo hacen volar 20 metros. Fue uno de esos partidos en los que se hizo de madrugada en mitad de la tarde. La realidad se mezcló, y los aficionados madridistas que pitaban a Piqué, cuando se dieron cuenta estaban silbando a Florentino Pérez para que se marchase a su casa.
Todo salió mal, en especial lo que salió a pedir de boca, como la alineación. Benítez quiso demostrar que podía ser un técnico ofensivo. Manifestaba así que Benítez no siempre se cree Benítez. A su manera, siguió el consejo de aquel personaje de novela que le recomendaba a otro ser él mismo, a menos, obviamente, que se le ocurriera alguien mejor. El entrenador madridista escogió el enemigo más terrible para realizar un experimento con el once inicial. Pensó que el peor día podía ser el mejor momento.
Esa manera de enfrentarse a un equipo como el Barça, que genera peligro un segundo después de hacerte creer que aún está en el vestuario, afeitándose y tarareando ¡La donna è mobile!, no está exenta de riesgos. A la postre, dejó al Real Madrid reducido a poco más que esos hielos muertos que quedan al final de un vaso vacío.
La forma de bordear el abismo de Rafa Benítez recordó al día que el abuelo de Brendan Behan decidió emborrachar al nieto con whisky. Behan tenía seis años, y su abuelo calculó, exponiéndose a un enorme peligro, que así evitaría un mal mayor. “Dádselo a probar ahora”, argumento ante el resto de la familia, “y no querrá ni una gota cuando sea mayor”. Se equivocó, y al poco tiempo Behan se hizo alcohólico. Y por si fuera poco, después aún se hizo columnista.
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