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El campeón Lorenzo: velocidad y consistencia en MotoGP

Ganar el Mundial con una victoria no es fácil, lo logró el mallorquín con la misma confianza con la que ha gestionado la temporada e imponiéndose de la primera a la última curva

Nadia Tronchoni
Jorge Lorenzo, campeón de MotoGP de 2015 en el Ricardo Tormo.
Jorge Lorenzo, campeón de MotoGP de 2015 en el Ricardo Tormo.JULIAN ROJAS

Sólo él sabe de lo que es capaz. Cómo y cuándo. A menudo, aquello de que el querer es poder cobra sentido cuando uno habla de Jorge Lorenzo. La confianza, que casi siempre depende exclusivamente de su estado de ánimo, es clave en su rendimiento. Lo ha sido esta temporada en la que los malos resultados, que, finalmente, no han sido definitivos, han respondido a una combinación de mala suerte y negación personal. El nuevo campeón del mundo de MotoGP, pura determinación y velocidad, ha perdido eficacia cuando se nublaba el cielo y cuando Bridgestone, suministrador único de neumáticos, ha decidido que se compitiera con las gomas que al mallorquín no le gustan. Las malas experiencias en el pasado bajo la lluvia le hacían ser extremadamente cauto, temeroso, si se quiere, sobre el asfalto mojado o simplemente húmedo. Y los neumáticos con el flanco lateral más duro le trastornaban por completo: sin confianza perdía demasiadas décimas en cada curva. Y así no había tutía.

Pero nada está perdido con Lorenzo, el coco duro, el corazón de hielo, un robot bajo la visera. Aspira a la perfección encima de la moto. Y su perseverancia lo explica todo. Pareció perder el norte cuando Márquez, talentoso, fresco, apareció en MotoGP. Tardó unos meses en reaccionar. Se pasó de peso. Pero en cuanto recuperó la forma física recordó que no conviene, nunca, buscar excusas. Sino trabajar cada vez más.

Hay pocos pilotos tan regulares como Lorenzo. En el Ricardo Tormo se proclamó campeón con una victoria magnífica en la que no especuló ni se guardó nada

Buscó soluciones. Y en algunos momentos de esta temporada probó a cambiar de estilo: aquellas gomas malditas que en plena inclinación no le daban la confianza que necesitaba para exprimirse en el paso por curva le hicieron pensar. Pero tras hacer algunas pruebas se dio cuenta de que no quería renunciar a lo que siempre le hizo especial, rapidísimo en las curvas. Pensar en cómo parar más tarde la moto, alargar la frenada y ceder a las tendencias le hacía perder frescura. Y décimas. Mejor dejarse llevar por el instinto. Así que volvió a sus reglas básicas. Y tras un inicio renqueante de campeonato, empezó a ganar. Una carrera tras otra. Hasta sumar cuatro consecutivas.

Recuperada la confianza volvió el mejor Lorenzo, ese al que le gusta dominar cada entrenamiento, lo que incide en su fortaleza mental –y así, como una pescadilla que se muerde la cola, del viernes al domingo solo se bajó del podio en una ocasión en ocho grandes premios–, lo que le permitió, además, perfeccionar su moto, la mejor Yamaha de los últimos años, mejor en frenada, excelente en aceleración, con una gran tracción y, por fin, un cambio de marchas seamless (que no necesita del uso del embrague) que la ponía en igualdad de condiciones con Honda y Ducati. Su único punto débil es la velocidad punta, pero nunca ganó la M1 una carrera en la recta.

Explosivo en los primeros giros, fino al manillar y cuidadoso con los neumáticos, Lorenzo se ha trabajado todas sus victorias de la misma manera: desde la primera curva hasta la última, en soledad, como más le gusta pilotar, pues es como más cómodamente puede imponer su ritmo, mantener la constancia, dejándose llevar por su trazada limpia. Hay pocos pilotos tan regulares como Lorenzo. Así corrió también este domingo en el Ricardo Tormo, en la carrera en la que se proclamó campeón, con una victoria magnífica, en la que no especuló ni se guardó nada, en la que tuvo que pelearse con un neumático trasero que perdía agarre en la segunda parte de la prueba, y en la que rezó para que las dos Honda no se le echaran al cuello. La victoria que le da su tercer título de MotoGP. Aunque la de ayer no fue de las más rápidas, manejar la presión y esos neumáticos con el calor que hacía no era fácil. Lorenzo se impuso ayer y se ha impuesto en este campeonato por pura velocidad.

Lorenzo, Márquez y Pedrosa, en la carrera de este domingo en Cheste.
Lorenzo, Márquez y Pedrosa, en la carrera de este domingo en Cheste. HEINO KALIS (REUTERS)

El error de Misano

Las dudas en las primeras carreras de la temporada –ahora la espuma del casco, ahora una bronquitis, ahora una mala elección de neumático– o sus miedos con la pista mojada –como se vio en Silverstone o Misano, donde llegó su único error de bulto, pues se cayó como se caen los principiantes, con una goma aún fría– se diluyeron poco a poco tras el verano, cuando apenas hizo vacaciones, y merced a su imponente victoria en Aragón. Sus errores son de la discreción suficiente como para no empañar su maravillosa manera de competir, de exigirse a sí mismo, de no permitirse grandes equivocaciones, de ahí su obsesión por evitar sustos bajo la lluvia, por rehuir el contacto con otros rivales en los duelos.

A Lorenzo lo educaron para ser un campeón más que un chico. Y ciertamente lo es: antes piloto que hombre, pues no se derrumba. Ni rival herido ante las críticas, ni español humillado en su tierra por el desamor sus compatriotas, enfundados en camisetas amarillas. Él solo quería volver a ser campeón del mundo. Y lo logró. Y hasta se sorprendió porque se le escaparon unas lágrimas bajo el casco.

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Sobre la firma

Nadia Tronchoni
Redactora jefa de la sección de Deportes y experta en motociclismo. Ha estado en cinco Rally Dakar y le apasionan el fútbol y la política. Se inició en la radio y empezó a escribir en el diario La Razón. Es Licenciada en Periodismo por la Universidad de Valencia, Máster en Fútbol en la UV y Executive Master en Marketing Digital por el IEBS.

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