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El respeto, el arma secreta del rugby

El deporte del balón oval tiene multitud de tradiciones enfocadas a calmar las pasiones que se levantan en el campo

Haka de Nueva Zelanda, ante Francia, en Cardiff.
Haka de Nueva Zelanda, ante Francia, en Cardiff.Alastair Grant (AP)

Para muchos, sobre todo los de la vieja escuela, el rugby va más allá de ser un deporte. Es casi una filosofía de vida, sobre todo por los valores que te inculcan desde que pisas por primera vez una cancha o participas en tu primer entrenamiento. Muchos de estos valores son normas no escritas y casi todas van enfocadas a una cosa, que la batalla que se produce en el campo no vaya más allá del límite del terreno de juego.

Estas tradiciones son parte intrínseca del juego y una de las razones por la que pocas personas que hayan probado este deporte a cualquier nivel se enamoren de él. Para jugar al rugby debes partir de la base de que, por encima de todo, por mucho que te pisen, te golpeen y hagan la vida imposible, al contrario, al árbitro, a tus compañeros y a la afición hay que respetarlos.

La palabra del árbitro es ley

Arbitrar un partido de rugby es tremendamente complicado e, incluso con toda la ayuda tecnológica del siglo XXI, los colegiados yerran. Pero tradicionalmente se entiende como parte del juego y para muchos dudar de la honestidad del árbitro es atacar al espíritu mismo de este juego.

Esta inviolabilidad de la autoridad arbitral se ve en el trato que tienen con él los jugadores. Siempre se le trata de “señor” o “sir” y no son pocos los colegiados que en partidos amateurs entran en un vestuario y avisan: “Señores, conmigo solo habla el capitán. El que se dirija a mí fuera de turno se puede ir a la calle”. Es su potestad y no duda en ejercerla. A nadie se le ocurre encararse, por eso es normal ver a hombres de proporciones descomunales agachar la cabeza y recibir un rapapolvo del árbitro como si estuvieran ante el director del colegio.

Por su parte, los colegiados deben también respetar a los jugadores y empatizar con ellos. Son conscientes de que en un campo de rugby las pulsaciones de todos van a toda velocidad y que las chispas pueden producir llamas. Su labor es evitar el incendio. Por eso, muy frecuentemente, se producen tanganas y los colegiados optan por dejar que se sofoquen por sí mismas y después llamar a los capitanes y a causantes para pedirles que se dejen de pamplinas y se dediquen a jugar.

Posiblemente, el mejor ejemplo de árbitro en la actualidad es el galés Nigel Owens, que para muchos debería ser quien dirigiera la final del Mundial 2015. Su fama, más allá de sus decisiones acertadas o no, viene de su trato con los jugadores y su manera de juzgar las acciones polémicas.

El capitán no solo elige el campo

En un equipo de rugby, el capitán es el portavoz de la plantilla, el hombre de confianza del entrenador, el líder en el campo. No tiene que ser el más talentoso ni el más mediático, pero sí un tipo con carácter, un líder dentro y fuera del campo. Es frecuente que cuando alguien pregunta los motivos de nombrar a un capitán por delante de otros más veteranos la respuesta sea: “Porque guía con el ejemplo”.

El capitán es el encargado de llevar el último entrenamiento antes del partido, conocido como Captain´s Run, en el que el objetivo es aumentar la concentración del equipo antes del encuentro.

Ofrendas de paz tras la batalla

Sea cual sea el resultado, en rugby hay ciertas costumbres cuya intención es cerrar las heridas y rencillas abiertas en el campo. La primera es que, tras el partido, el equipo ganador le hace pasillo y aplaude al perdedor y acto seguido, los derrotados hacen lo propio con los vencedores. Esto es algo que se estaba perdiendo con la profesionalización y globalización del rugby en las dos últimas décadas, pero que se ha vuelto a ver en este Mundial.

Por último queda una de las tradiciones más famosas de este deporte, el tercer tiempo. Se produce justo después del partido cuando los equipos ya se han duchado. En él, el equipo local agasaja al equipo visitante con comida y sobre todo mucha cerveza. Durante el mismo ambos conjuntos confraternizan e intercambian historias sobre el partido u otros rivales.

Pese a que es una costumbre que tiende a reducirse en la alta competición, sobre todo en torneos largos y en lo concerniente a la ingesta descontrolada de cerveza, es algo que a los jugadores les gusta y procuran hacer, como cuando en este Mundial Gales invitó a Uruguay a su vestuario para ver el Nueva Zelanda-Argentina. Además, el tercer tiempo ha dado algunas de las anécdotas más peculiares del rugby, como aquel día en el que el capitán inglés y el capitán escocés patearon por las calles de Edimburgo la Calcuta Cup, el trofeo más antiguo de la historia del deporte de equipos.

La afición también forma parte del deporte

El respeto del campo se extiende a la grada. Sirva como ejemplo que, cuando el pateador de un equipo se dispone a lanzar a palos, las gradas enmudecen, para no deconcentrar al jugador. Últimamente, con la popularización del deporte, está llegando cada vez más gente que desconoce las reglas no escritas a lo que la gran mayoría responde chistando o pitando a los impertinentes.

Otro ejemplo de la armonía entre los espectadores se vio al principio del Mundial 2015, cuando se insinuó por parte de la organización que pretendía separar a las aficiones de los equipos, lo que fue recibido como una ofensa por parte de todos. Dudar de la buena conducta de las aficiones y evitar que se mezclaran era una falta de respeto.

Durante el Mundial, las aficiones de todos los equipos conviven sin problemas, pese a las grandes ingestas de alcohol en los estadios y alrededores. El fin de semana pasado, en el tren que volvía de Twickenham a Londres, apretados como sardinas en lata, los aficionados sudafricanos y galeses se vacilaban sin parar. El único mal gesto que se veía era la cara de hastío de alguno. Todo el mundo es consciente de que, pese a la pasiones que levanta, esto no deja de ser un juego.

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