Peter Sagan se lleva el primer sprint
El eslovaco se impone en el sprint a Bouhanni, que se volvió a caer, y al alemán Degenkolb. El colombiano Chaves mantiene el liderato
Caer y levantarse. De eso e trata, de esto va este asunto llámese ciclismo, llámese vida. Se cayó el domingo Peter Sagan, en aquella montonera sanferminera (que hoy obligó al abandono de Tiralongo y Burghardt, dos ecce homo sobre el asfalto que intentaron recomponer su figura) y se levanto de la mejor manera posible: alzando hoy en Málaga los brazos en alto, en señal de victoria. El francés Bouhani reincidió en la desgracia. Se había caído el domingo y se cayó hoy de nuevo junto a Benatti, el lanzador de Sagan. Tanto miedo al albero de la contrarreloj y el asfalto resultó mucho más justiciero. Aún así, el sprinter francés le disputó cada centímetro al eslovaco, mirando al suelo, olvidándose del mañana, el cuerpo curvado como una jirafa cuando rumia el suelo (en este caso una jirafa pequeña). Pero Sagan había curado mejor sus heridas, aunque le dolían más las morales que las físicas después de tantos segundos puestos en el Tour, después de ser el primero en perder, en definitiva. Quien si perdió fue el alemán Degenkolb, el favorito, con su corpachón intacto en los asuntos accidentales y un palmarés envidiable en la Vuelta: nueve victorias en dos ediciones. UN alemán en Málaga debía sentirse como en casa, pero llegó tarde a la puerta del sprint y quien le abrió fue Sagan, con Bouhani mirándoles desde dentro al trasluz. Fue el alemán el que se lanzó a por la meta como los niños a por una pelota. Muy de lejos en aquella recta ancha, de tres carriles donde aún olía al perfume de la feria recién acabada el domingo en Málaga. No había perfume a churros, pero sí el dulce olor que deja la resaca de la alegría. Se lanzó pronto y Sagan salió en su busca con la mirada alta, altiva, antes de encorvar el cuello para hacerse uno con el manillar. Bouhanni salió por el otro costado, con su maillot rojo fosforescente del Cofidis que no puede pasar inadvertido. Pasó Sagan, pasó Bouhanni y Degenkolb se rindió, como si Málaga le resultase extraña, como si hubiera medido mal el poder de su musculatura.
Hay guerras que duran cien años, pro las tempestades, por violentas que sean, suelen ser menos duraderas. La calma volvió a la Vuelta tras los nubarrones de la primera etapa y la tormenta de barro por el caso Nibali. Habrá ganas de calma, lo que en el ciclismo equivales a un sprint, si puede calificarse de calma algo que se realiza a velocidad de vértigo, sorteando bordillos, alcantarillas, punteras de zapato en las aceras, es decir, la vida en un milímetro. Eso es la calma en una etapa que llegó unos minutos después del peor horario previsto, con el peso de la rutina sobre las espaldas: una escapada de seis, consentida pero vigilada, en espera de que llegue el momento ideal para que el pelotón vuele y se busquen los huecos que permiten disputar el sprint. Y la libertad concluyó a cinco kilómetros de meta cuando el último fugado, el bielorruso Tjallingii enseñó sus muñecas para que el pelotón le pusiese los grilletes y lo apresase. La andadura de los siete dejó algunas noticias en los prófugos: por ejemplo, Omar Fraile, del Caja Rural, consiguió ser líder de la montaña, algo con lo que soñaba el ciclista eritreo del Qhubeka, Natnael Teweldemedhin Berhane, para emular a su compatriota Daniel Teklehaimanot, que lo consiguió un día en el Tour. Natnael, al menos, podrá decir, que durante muchos kilómetros fue lider virtual de la Vuelta, cosas que no salen en las estadísticas pero permanecen en el corazón. Para eso dio de si una pechada de 150 kilómetros. ¿Poco o mucho? Cada cual decide.
Luego llegó el sprint, uno de los cinco o seis que permite el recorrido, por lo que los especialistas no pueden elegir esta o aquella llegada. Decía Bouhanni que a pesar de los golpes en sus huesos quería disputar la etapa en Málaga. Decía su director Didier Rous, que “igual había que esperara otro día”, algo que ratificaría la nueva costalada y el esfuerzo posterior para enlazar con el pelotón. Decidió Bouhani que si era el día, y le falto un instante para convertir tanta desgracia en un momento de alegría. Se lo robó Sagan que andaba canino de victorias. Fue el primer test. Habrá más y serán los mismos quienes contesten a las preguntas típicas del sprint, la velocidad en estado puro. Al final, alguien habrá ganado, porque esta es otra forma de ganar la Vuelta.
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