Messi le lleva la contraria a Di Stéfano
En el Barcelona no se reparte el balón sino que se entrega al 10 para que decida los partidos de jugada o de libre directo
Durante la temporada pasada, Xavi se reunía con Messi alrededor del balón antes de tirar una falta. La conversación, más o menos, se repetía en los mismos términos.
—¿Qué maqui, cómo lo ves?, preguntaba el capitán, siempre con la mano en la boca para que no se descifraran las palabras.
Ocurre que en el Barça la pelota no se divide sino que se entrega al 10. Y a éste le basta con gestos minimalistas para expresarse, para ordenar al equipo y para dictar sentencia
—Espera a ver cómo se coloca la barrera… Sí, me gusta, la tiro yo, replicaba el argentino al tiempo que miraba las posibles rendijas. Y el 10 lanzaba con mayor o menor suerte, casi siempre limpiando los postes.
Ahora Xavi ya no está y tanto Alves como Rakitic se acercan de vez en cuando a pedir el esférico en los libres directos. Neymar también lo hará. Pero Leo, como le aclaraba al entonces seis azulgrana, tiene siempre la última palabra. “Jugamos para Messi porque se lo ha ganado”, convino esta semana Rakitic. Y así se explicó en la final de la Supercopa.
En ocasiones, el falso extremo —porque juega por donde le da la gana— se hizo el remolón en la fase defensiva y dejó en inferioridad a Alves; también perdió balones por probar regates imposibles. Pero Messi va contra la lógica del fútbol y de Di Stéfano, que en su día les dijo a sus compañeros: “¿Ustedes cuántos son muchachos? 11. ¿Y cuántos balones hay? Uno. Pues repártanselo”. Ocurre que en el Barça la pelota no se divide sino que se entrega al 10. Y a éste le basta con gestos minimalistas para expresarse, para ordenar al equipo y hasta para dictar sentencia. Como a Alves, que con el esférico entre los pies siempre levanta la cabeza para mirar a Messi, que le saca la mano a modo de pausa para que le dé un respiro o mueve la cintura para un lado y los pies para el otro para despegarse del rival y recibir con un segundo de ventaja. Con ese segundo, Messi se lo pasa pipa y el Barcelona encuentra la fórmula del triunfo.
Le buscaban Busquets, Rakitic, Alves y Piqué con frecuencia, activo y hambriento como está el argentino como si no hubiera pasado el verano ni su traspié en la Copa América, caído en la final ante Chile. Y con sus arrancadas valía para desconchar al Sevilla. Como en esa contra de manual que catapultó para cedérsela a Luis Suárez, que abrió a la banda a Rakitic y por poco no la emboca Rafinha en el remate. “A mí”, le dijo Messi con la mano al charrúa. Por lo que en la siguiente jugada, aunque el 9 se plantó ante Beto y podía chutar, trató de dársela sin éxito. Messi, entonces, le aplaudió. Suyo era el control y suyo era el balón. Igual que en las faltas.
Abrió la veda Banega con un libre directo sensacional en el que Ter Stegen se quedó petrificado. Acicate del bueno para Messi, que cuatro minutos más tarde le superó. Dos pasos andando, uno corriendo y chut con la zurda suave que se coló entre la manopla de Beto y la escuadra. Y poco después, ya a 25 metros de la portería, soltó otro zambombazo que se estrelló en el palo antes de acabar en la red. Otro tanto —que por poco no son tres porque al final del encuentro le dio a la cruceta en otra falta— y ventaja que ya no perdió el Barcelona. Aunque el que casi pierde la paciencia fue el propio Messi, que se encaró desde la distancia con Emery en una jugada. Anda revolucionado el 10 porque en el Gamper ya se las tuvo con Mapou, central de la Roma. Y, como anoche, también hizo dos goles. Tantos en los que Alves se puso al lado del balón y de Messi. “Esta me gusta”, debió decirle. Y no falló.
Tampoco lo hizo mal en la última falta, rechazada por la barrera pero prolongada por el 10 para que Beto hiciera un paradón de arrea. Aunque Pedro, en su probablemente último servicio —“Me ha dicho que se quiere ir”, certificó el director deportivo Robert Fernández— lo recogió para marcar, como siempre, su gol en la final y darle al Barça la Supercopa. Y Messi, claro, fue escogido el mejor del partido.
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