Nadal avanza a trompicones
El número 10 vuelve a ofrecer una actuación discreta (6-4 y 7-6 al checo Vesely), con demasiados errores (33) y siete dobles faltas. En cuartos se medirá al uruguayo Cuevas
Gane o pierda, brille o no lo haga, los partidos de Rafael Nadal (6-4 y 7-6 a Jiri Vesely) en los últimos tiempos se traducen en una especie de penitencia. Cada bola, cada movimiento o cada golpeo se convierten en un ejercicio autocrítico del español, sometido a su propio juicio (y al ajeno) una y otra vez, afligido la mayor parte del tiempo que permanece sobre la pista. Nadal, ahora en el décimo peldaño del ránking, juega como si tuviera que demostrarse una vez sí y otra también que lo vale, que aún es un tenista competitivo; que lo conseguido conseguido está, pero que aún le queda cuerda para bailar entre los gigantes del circuito.
Cada partido, para él, es un examen. Pese a que de puertas afuera exponga que el descenso es una cuestión natural, en la introspección le escuece a rabiar cada tropiezo. El orgullo de aquel que ha elevado hasta 14 torneos grandes le habla mientras ejecuta, pero también le penaliza, de ahí que juegue encorsetado, como si portase un grillete en el brazo izquierdo. Ahora, rara vez regala una sonrisa o un gesto amable cuando se encuentra en acción. Por eso, cada signo de celebración hay que tenerlo en cuenta. Y esta vez, pese a moverse en los parámetros de la corrección (si no por debajo), hubo varios.
Frente a Vesely, checo espigado (1,98), cortado por el patrón de saque y volea de las generaciones recientes y venideras, Nadal volvió a ofrecer una actuación discreta. En la línea de los últimos tiempos, falló más golpes fáciles de lo común (33 errores no forzados, los mismos que el rival, y sobre todo sus siete dobles faltas) y tuvo que trabajar a fondo cada tanteo sobre la plomiza pista roja de Hamburgo, pero lo cierto es que también supo contener a un adversario que le exigió un ejercicio de constancia, que no se dejó ir y que le planteó batalla de principio a fin. "Hice un buen juego. En el servicio tuve algunos problemas, pero lo acepté y eso me volvió a dar oportunidades", comentó después, en la sala de conferencias.
El inicio del duelo fue un tanto descontrolado; tres rupturas consecutivas y demasiadas bolas a la red. Pese a jugar en un recinto encapotado por una lona plástica, los 14 grados escasos y la humedad exterior (en torno al 78%) de Hamburgo impregnaron el juego de ambos, pastosos y trabados al comienzo. Le costó a Nadal coger el punto ante un rival de los que le incomodan, zurdo y directo, aunque pesado en los desplazamientos. Vesely, 45 del mundo, campeón júnior en Australia (2011) y finalista en Nueva York (2011), no se despegó en todo el primer parcial, pero con 5-4 no acertó a resolver una opción de break y el balear contragolpeó para sellar el set.
Cada acción suya se traduce en un juicio propio y ajeno. Juega como si debiera demostrarse que lo vale, que aún puede bailar entre gigantes
El segundo fue un calco del primero, solo que con una variante en el tramo final. Fue Nadal quien no logró cerrar la manga, al cometer dos dosbles faltas consecutivas entre el runrún del público alemán y desaprovechar su primera pelota de partido. En ese impás, precedido de un passing de revés extraordinario, el de Manacor volvió a exhibir otra vez cara de circunstancias, tensión, la risa nerviosa para combatir el efecto del estrés y el error. De nuevo, Nadal no tuvo un buen día, pero tampoco se descompuso; tuvo la virtud de mantener el rumbo y diluir progresivamente a Vesely.
Tras dos horas y 11 minutos, aseguró su presencia en cuartos, en los que se medirá a Pablo Cuevas (6-3, 4-6 y 6-2 a Jerzy Janowicz). Contra el uruguayo (31 en la ATP), un único precedente, a su favor, este año en Río. A falta de juego y sensaciones, contra el severo juicio del día a día, Nadal precisa de victorias. Ganar, ganar y ganar, no hay duda. El mejor reconstituyente para un campeón herido.
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