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Triunfo de Rafal Majka entre la indiferencia y el sudor

Mientras a Froome se le acosa con preguntas capciosas, Nibali sigue perdiendo tiempo

Carlos Arribas
Rafal Majka celebra la victoria de etapa en Cauterets.
Rafal Majka celebra la victoria de etapa en Cauterets.J. PACHOUD (AFP)

Son la base de la retórica de la falacia, los ingleses las llaman preguntas cargadas, son las preguntas capciosas de los españoles, las que se respondan como se respondan se responden mal, y son las que dominan el Tour cuando lo que sucede en la carretera aburre a la tribu periodística.

Quedan 10 etapas, una en los Pirineos y cuatro en los Alpes, tremendas, queda medio Tour, pero la sala de prensa ha decidido que la carrera ha acabado. Los periodistas italianos hacen las maletas, anulan hoteles, buscan cambiar los billetes de avión y cruzan apuestas sobre el día en el que se retirará su Vincenzo Nibali, sudoroso y derrotado, que nunca será Ottavio Bottecchia, el albañil del Friuli. Los franceses, omblíguicos, lamentan las pérdidas cotidianas de sus Bardet, Pinot, Péraud, el trío que les emocionó en 2014, y se ilusionan pensando que Barguil, el hábil esquivador de vacas perdidas por el Tourmalet (“la miré en los ojos, y se frenó”, dijo de la res que se le cruzó en el descenso), o Gallopin, el fogoso puncheur de los ojos claros, puedan darles vidilla a la sombra de los más grandes. Los españoles interrogan a Contador con mirada compasiva, escuchan sus lamentos, sueñan con una gesta a la antigua sabiéndola imposible. Y los anglosajones, los que dominan la carpa en la que bajo el insano calor pirenaico se entrecruzan sudores y olores, y nunca superarán la depresión que les produjo haber admirado a Lance Armstrong, en vez de disfrutar de que de nuevo uno de los suyos domina de amarillo a placer, buscan razones para dudar, pues, como todo el mundo en el ciclismo sabe, aquello que es extraordinario es falso. Y tienden trampas, preguntas para arrancar al interlocutor una respuesta que pueda comprometerlo, o que favorezca propósitos de quien las formula, que es como el diccionario define capcioso.

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Y todos (hay pocos polacos en la sala, si hay alguno) parecen olvidar que se ha corrido una etapa tremenda (33 grados a 2.000 metros de altura, en La Mongie, lo más duro del Tourmalet, y ni una sombra) y que la ha ganado un escalador que parece que silba cuando pedalea, pues no parece sufrir nunca, llamado Rafal Majka. En el Tour pasado, Majka, el mejor escalador del equipo de Contador, recibió carta libre cuando el español se cayó y ganó dos etapas; en el Tourmalet, con Contador aún vivo, Majka repitió el número que dobló en 2014, cuando ganó una etapa en los Alpes y otra en los Pirineos. Como Majka dedicó su victoria a Ivan Basso, al que, en Milán, extirparon con éxito el tumor en el testículo izquierdo, y como la victoria alivia un poco la presión dentro del equipo, Contador y unos cuantos más se alegraron y le felicitaron. Los demás hablaban de Armstrong y de Nibali.

En el Tourmalet de todos los malos calores, Nibali parecía un hombre nuevo. Su equipo aceleró. El grupo empezó a sufrir. La fuga parecía condenada. Los aficionados, y los demás rivales de Froome (Quintana, Contador, Valverde, TJ), cruzaban los dedos y medían las últimas rampas del gigante de los Pirineos como la cuenta atrás del despegue de un cohete. Nibali es un gran descendedor, decían todos. Atacará bajando. Fue un cohete sin pólvora que hizo fluff antes incluso de llegar a La Mongie y que en la cuesta final que llevaba al pueblo de Cauterets se desinfló del todo ante un ataque nada menos que de Bauke Mollema, al que nadie quiso responder, y en nada perdió un minuto más.

De Armstrong se habló porque el tejano, que se permitió por Twitter de dudar de la limpieza de Froome, y sus Sky, sus Thomas y sus Porte, que tanto recuerdan a su US Postal y sus Landis y sus Hamilton, ha llegado al Tour para recorrer con un grupo de amigos dos etapas con 24 horas de adelanto con el loable objetivo de recaudar fondos para la fundación de un amigo contra la leucemia. El jueves hace la del viernes, la que acaba en Rodez, y el viernes la de Mende.

Como la sombra de Armstrong sigue oscureciendo el ciclismo que se corre después de su retirada, a Froome, a quien (también el Tour ha llegado a la fase deletérea de susurros, rumores, sobreentendidos y offtherecords gratuitos) se compara en voz baja con Armstrong, le preguntaron. Froome no es Armstrong, no es tan bruto como para insultar a quien le hace preguntas cargadas, ni tampoco es Wiggins, capaz de mirar con desprecio y no abrir el pico, ni tampoco es tan descarado como su amigo galés Geraint Thomas, quien dijo que de Armstrong es la culpa de que ahora se sospeche de todos y que mejor haría no abriendo más el pico. Froome es educado. Dijo que apoya la lucha contra la leucemia, que su madre murió de esa enfermedad y que como Armstrong no corre el Tour para él es como si no existiera. Antes, por supuesto, así es el Tour, tuvo que jurar que terminada la carrera se someterá públicamente a todos los análisis fisiológicos que le quieran hacer y tuvo que disculparse por ser extraordinario, lo que, por supuesto, aumentó su culpa, ya que es capaz de lograr extraer la máxima potencia de su motor (6,2 vatios por kilo) a solo 160 pulsaciones por minuto. Y el jueves, Plateau de Beille.

Plateau de Beille, donde todo empezó

“No me voy a entregar hasta que termine la montaña”, dice, como un fugitivo, Nairo Quintana quien sigue creyendo en su “sueño amarillo”. “Vine aquí a buscarlo y aún espero encontrarlo”. Aunque la razón dice lo contrario, vistos Froome y sus Sky, quizás el colombiano de blanco joven empiece a encontrar alguna pista en la ascensión más dura de los Pirineos, el jueves en Plateau de Beille, allí donde todo empezó para Alberto Contador.

Fue en 2007. Contador tenía 24 años, corría su segundo Tour y se sentía tan fuerte que desafió al líder intocable, el danés Michael Rasmussen, al que le faltaba poco para caer en la desgracia eterna, en el terrible Plateau de Beille. "Me costó cinco ataques pero al final lo solté, logré escaparme y ganar la etapa", dice Contador, quien aquel día hizo famosa su manera de celebrar las victorias (dos golpes en el pecho y un disparo con la mano derecha), se ganó el apodo de pistolero y, sin saberlo, empezó a ganar su primer Tour. "Ya me gustaría tener ahora las piernas de entonces", dice Contador, ya nostálgico incluso, quien teme más que nada al calor que le impide respirar, que dispara la alerta alérgica. "Ya me gustaría incluso tener las piernas del año pasado. En el Tourmalet he estado mejor que la víspera en Soudet, pero, claro, no se ha subido tan fuerte". En 2014, cuando se sentía en la mejor forma de su vida, Contador abandonó el Tour antes de llegar a la montaña tras sufrir una caída. Este año, después de ganar el Giro, no ha vuelto a encontrarse bien, y reza para que pasen los Pirineos, para que pase el calor, para que lleguen los Alpes y sus cuatro etapas, para dar la vuelta al Tour, pues aún se siente capaz de ganarlo. Le alegró el día la victoria de su compañero Majka y la buena intervención quirúrgica a su amigo Basso; le fastidió el abandono por caída de su fiel Daniele Benatti, un gregario menos.

Quintana habló de los Alpes pero no desespera de los Pirineos. “Tenemos que intentarlo”, dijo. “El día de ayer [Soudet] pasó factura a los rivales, el cansancio se acumula, y si hay buenas sensaciones y piernas intentaremos conquistar el Plateau. Y si Nibali y Contador, que aman atacar y el espectáculo, animan la carrera, mejor para nosotros”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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