Wimbledon no es apto para modernos
Pese a las protestas de jugadores y las nuevas tendencias de la moda deportiva, el Grand Slam inglés mantiene su rigidez estilítica con la indumentaria blanca de los tenistas
Uno, dos, tres saltos y un aleteo desesperado para intentar alzar el vuelo, pero nada. Así, una y otra vez. Y el público, claro, con el corazón en un puño. Ayer, durante unos cuantos minutos, un pajarillo diminuto le robó el protagonismo a Novak Djokovic (triple 6-4 a Philipp Kohlschreiber) en la pista central de Wimbledon, radiante e impecable en la subida del telón del tercer major de la temporada. Todo a punto en La Catedral. El césped, tan tupido o más que el del mismísimo Wembley; la grada, menos bulliciosa que las de París, Australia o Nueva York, tan silenciosa durante el juego como ante un parlamento de la reina Isabel II; y los jugadores, como toda la vida en Londres, de punta en blanco.
Es muy sencillo: o aceptas las normas o no vas. A mí me encanta" Manolo Santana, ganador en 1966
Pero, ¿por qué esto último? ¿Cómo resiste la tradición estética del grande británico a la tendencia multicolor del mercado y la moda deportiva? “Es muy sencillo”, se arranca Manolo Santana, ganador en 1966. “En Wimbledon hay unas reglas de juego: si las aceptas, bien; de lo contrario, mejor que te ahorres el viaje. A mí me encanta. Creo que le da caché”, explica el legendario jugador español, que siente predilección por el All England Tennis Club. “Cuando voy al palco de la central, aún me obligan a ir con la corbata”, cuenta, “pero a la que puedo me pongo unos vaqueros y me doy una vuelta por ahí”.
Es Wimbledon, el torneo más antiguo del mundo. Nació en 1877, pero no fue hasta 1963 cuando se impuso la regla de que la indumentaria de los tenistas debía ser “predominantemente blanca”. Después, en 1995, se acotó a “casi enteramente blanca”. Las directrices, redactadas y enviadas a cada uno de los integrantes del circuito, son muy claras. Prohíben todo color oscuro o la gama florescente que se impone ahora entre las equipaciones deportivas; imponen la preferencia por los tonos pastel, así como por que la espalda sea totalmente blanca; y que el resto de abalorios, ya sean viseras, calcetines o el calzado, sigan el mismo patrón. “El blanco”, además, “no incluye el color crema o el blanco sucio”.
¿Podrá entonces el suizo Stanislas Wawrinka lucir ese pantalón-mantel que tanta suerte le dio en Roland Garros y que tanto furor causó en las redes? Petición denegada. “Es una pena que no pueda llevarlos”, se resigna el suizo, campeón en París. No fue Stan el único al que el código estético le priva de su look. Andre Agassi, vencedor en 1992, le echó un pulso a la organización. Con greñas y pendientes, de 1988 a 1990 declinó jugar en Londres porque a él le iban las camisetas imposibles y las bermudas texanas. Al final, el estadounidense cedió y volvió. De blanco, eso sí.
Agassi renunció tres años años a Londres por la norma, impuesta oficialmente desde 1963
La normativa es tan estricta en este sentido que en 2013, Roger Federer, siete veces laureado en La Catedral, tuvo que sustituir sus zapatillas (“deben ser enteramente blancas”) porque tenían una suela anaranjada. Se ha permitido una licencia, “una línea de color en el cuello o en las mangas que no supere el centímetro de grosor”, pero el principio cromático es inamovible, tanto en los partidos como en los entrenamientos. El año pasado suscitó una seria polémica las exigencias con respecto a la ropa interior –varias tenistas elevaron sus quejas a la organización por lo que consideraban una intrusión a la intimidad– y el australiano Pat Cash, ganador en 1987, abandonó el torneo de leyendas por las “arcaicas” y “ridículas” normas, en boca suya.
¿Traicionará algún día Wimbledon a sus principios estilísticos? “Olvídalo, de ninguna forma”, dice un empleado. “No lo creo”, remata Santana. Así es Wimbledon, paradigma de la tradición, un castigo para los patrocinadores. No apto para modernos. Un reino en blanco en el que, por cierto, el pajarillo logró su objetivo. Y eso que era oscuro.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.