De Ramos, el Madrid y los entornos
Fuentes del entorno de personas cercanas a alguien que conoce muy bien a no se sabe quién aseguran que Sergio Ramos se quiere ir del Madrid y que el Madrid quiere que Sergio Ramos se vaya. Entiéndase el Madrid por su presidente, Florentino Pérez, y sus consejeros, esos que no salen en la foto que anualmente, en una, dos o más ocasiones, se hacen los directivos del club, que tan alegres posan junto a su jefe en la presentación de la estrella mundial de turno, esa misma que en un tiempo indeterminado pasará de haber “nacido para jugar en el Real Madrid” (malditas hemerotecas) a querer irse del Real Madrid. Porque lo cierto es que ese vestuario sufre una extraña epidemia. Contagiosa, además. De repente, de buenas a primeras, algunos de sus más afamados futbolistas se levantan una mañana y deciden que se van. Con tan singular resolución buscan más dinero, más cariño, más reconocimiento.
Desde que Florentino Pérez llegara a su despacho del Bernabéu, por vez primera en 2000 y por segunda en 2009, el virus ha afectado a jugadores de la talla de Redondo, Makelele, Figo, Robben, Özil, Di María, Xabi Alonso y, ahora, de forma sorprendente, Sergio Ramos. Estrellas que han pasado de nacer para jugar en el Madrid a nacer para jugar en el Milan, el Chelsea, el Inter, el Bayern, el Arsenal, el United… El futbolista de turno, que contempla su futuro desde, por ejemplo, las Bahamas, calla y nada explica, pero su entorno, al parecer, filtra. El club, cuyo futuro depende de que la pelota dé o no en el poste, y el nombre de quien mande la pelota al poste lo decide su presidente (no su entrenador), calla también, aunque su entorno, siempre atento a la búsqueda de la verdad, filtre por tierra, mar y aire que es el jugador el que se quiere ir, por codicia, por inmadurez, por despecho, quién sabe. Así las cosas, el aficionado contempla un duelo de entornos que ni le va ni le viene, hasta que el Redondo de turno abandona Madrid y el Madrid, convencido de que él es el culpable de querer irse del club del que jamás quiso irse.
Las chavalitas y Gala León, no es lo mismo
No sabe uno con seguridad qué haría si su jefe le llamara “chavalito”. Pensar que es idiota, eso seguro. Pero el miedo es libre y legítimo, y es lógico que chicas jóvenes que están deseando triunfar en el mundo del fútbol femenino, submundo en el caso de España, hayan tardado en explotar. Lo han hecho a raíz del fiasco de la selección en el Mundial, en el que cayeron pronto y de mala manera, y sus acusaciones han ido contra el entrenador, Ignacio Quereda, de 64 años, que las llama “chavalitas” y cuyos conocimientos técnicos, según ellas, dejan mucho que desear.
El éxito de las mujeres en el deporte español ha provocado que no se pase ni media ante cualquier acto no ya que apeste a machismo, como el del fútbol, sino que tenga el más mínimo aroma rancio. Pero hay aromas que se diluyen enseguida.
Meses llevan los tenistas intentando que no se les equipare con Torrente, comparación surgida a raíz de sus críticas al nombramiento de Gala León como capitana de la Copa Davis. Ellos insisten en que el problema está en su falta de conocimiento, no en su condición de mujer. Poco les ayudó que Toni Nadal, tío y entrenador del mejor de todos ellos, dijera aquella sandez sobre los problemas que habría con una chica en un vestuario masculino. Pero sí les está ayudando la propia Gala, que acaba de declarar que es un icono en muchos países excepto en España, una frase que hubiera firmado, digamos, Torrente.
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