Esperando a Radamel
Falcao carga con la rehabilitación física, que ya queda a diez meses, y la mental, la desconfianza de quien fue sinónimo de fe
Angustia existencial en el banquillo colombiano. José Néstor Pékerman parece robar a Samuel Beckett el libreto y debatirse en su versión futbolera de Godot: “Bien es verdad que quedándonos de brazos cruzados, pesando los pros y contras, también hacemos honor a nuestra condición. El tigre se precipita en auxilio de sus semejantes sin pensarlo”.
Y antes de la lesión de enero de 2014, eso solía hacer su “Tigre”, como es mundialmente conocido el goleador Radamel Falcao García: precipitarse implacable hacia la portería rival en auxilio de su selección. Emblema y crack, pocos futbolistas fueron tan decisivos para su representativo nacional como él durante el proceso eliminatorio del pasado Mundial.
Como sugiere Vladimir a Estragón, a la espera de Godot, Pékerman ha decidido quedarse de brazos cruzados y sostener como titular a un cada vez más ansioso delantero. Si antes de la Copa América aseveró que “nunca debemos dejar de confiar en Falcao”, previo al choque contra Perú apeló al pasado (“respetar su trayectoria”) para no sentarlo, eufemismo para admitir que con su presente no basta.
El atacante carga con dos procesos de rehabilitación. La física, que ya queda lejos a diez meses de haber reaparecido. La mental, con la desconfianza impregnada en quien antes era sinónimo de fe. Louis van Gaal, su director técnico durante la última campaña en Manchester United, resultó el líder menos propicio para reencontrar la mejor versión de Radamel, quien consumó los noventa minutos en apenas cuatro partidos y estuvo relegado al cuadro sub-21.
“El Tigre” no logra volver a ser el que fue y, empeñoso, intenta suplir su extraviada estrella con derroche de sudor. Todo lo que antes le resultaba automático, como chocar el balón con las redes, hoy luce metafísicamente arcano y científicamente complejo: ¿cuál es la fórmula del gol? Pregunta que un artillero responde haciendo y no diciendo, de ahí quizá la amnesia goleadora. Nostálgico de su grandeza, Radamel no remite al que fue ni en semblante, ni en decisión, ni en precisión. Al tiempo, su Colombia ha jugado a la vez con fuego (rozó la eliminación) y con tedio, porque del conjunto que tanto se divertía en Brasil 2014, vimos casi nada.
Una parte de Pékerman, llamada Estragón, pregunta: “¿Y si viene?”. La otra, que es Vladimir, responde: “Estaremos salvados”. Porque no es solamente Radamel: es una selección hasta ahora árida en llegada y nula en contundencia. Ante eso, sólo queda apelar a que “el tigre se precipite en auxilio de sus semejantes sin pensarlo”, como es su condición, como fue su rutina.
Twitter/albertolati
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