La Copa para Messi, el balón para Xavi
Ante el empate de la Juventus irrumpió el Leo enchufado, el eléctrico. Cuando más tiritaba el Barça puso el turbo
Esta vez no marcó, lo que sí había hecho en las Copas de 2009 y 2011, las dos únicas que había jugado hasta llegar a Berlín. No logró convertirse en el segundo futbolista de la historia en anotar en tres o más finales, por ahora una gesta solo a la altura de Di Stéfano. En el Olímpico no hubo un Messi goleador, pero sí un Messi capital, catalizador de los dos goles clave que entronizaron al Barça por quinta vez, cuatro tronos en la última década, la década de La Pulga, la década de Xavi. El ayer de Xavi y el hoy de Messi, uno y otro se fueron de Berlín de forma diferente, con distintos trofeos: una Copa y una pelota. Antes del regalo más preciado al capitán, el argentino enfiló a los suyos, esta vez sin requerir de sus goles, sí de su capacidad camaleónica.
El Messi con más cuajo fue precisamente el que no se retrató con un gol, cosa de Rakitic y Luis Suárez, y el episódico finiquito de Neymar. Al Messi de Berlín no le definieron las dianas sino su muestrario en las dos jugadas que auparon a los azulgrana. Dos ejecuciones con guion diferente, fruto del doble repertorio de este argentino de época. Messi puso en órbita al Barça y con esas diabólicas diagonales que ha patentado. Con una de ellas activó en fila india a Jordi Alba, Neymar, Iniesta y Rakitic. Cinco toques para un gol germinado por esa zurda de Leo, definitivamente tan peligrosa cuando está en marcha como cuando actúa como un periscopio. Es la jugada del año. La más vista, la más indefendible. Es la versión del Messi clonado de Xavi, la que prevaleció en el majestuoso Olímpico de Berlín mientras el Barça estuvo en ventaja. Cuando se vio obligado a remar de nuevo, después del tanto de Morata, el relato requería otro Leo, el del turbo. También estuvo.
El Messi de origen, aquel que en el Gamper de 2005 ante la Juve dejó boquiabierto a Fabio Capello, entonces técnico juventino, dejó una miga en la última jugada del primer acto, cuando se infiltró a toda mecha en la selva bianconera. Pero este chico tiene una extraordinaria capacidad mutante. Ante el empate del Juventus irrumpió el Messi enchufado, el eléctrico. Cuando más tiritaba el Barça, Leo puso el turbo, dejó sin cadena a unos cuantos y su remate lo desvió Buffon. A Messi le siguió los pasos Luis Suárez, que no se agota jamás: 2-1. La Pulga en todas, en el primero como punto de partido, en el segundo tanto como preámbulo. Una jugada con los pies en el suelo, la otra en vuelo. Un Messi, dos Messis. Los Messis que él quiera. Por ejemplo, interior, volante, adjunto al medio centro. Quizá porque, entre otras cosas, con este tridente ofensivo el Barça había perdido peso en el medio campo.
Con Messi como auxiliar de centrocampista, fue en ese territorio donde los azulgrana marcaron la diferencia en las fases decisivas de la final. Junto a Leo, el indesmayable Rakitic y el fino Iniesta, hoy también con delantal cuando ha fregado. Pero, por encima de todos un lujo: Busquets. Se le tuvo por el mejor futbolista anónimo del mundo. Hoy, de nuevo plenitud, es de lo más visible.
Alrededor del ancla de Busquets sucedió la trama. Su ojo táctico permite al Barça ser un equipo ascendente, elevar la presión, lo que ahorra depósito a los tres delanteros, que recorren menos metros, se animan a participar del agobio al rival con distancias cortas y llegan a frescos al área. Si baja la opresión, Busquets cierra como central, y si es su zaga la que se comprime por el empuje adversario, ahí está el de Badía, el amigo de todos, el que tuvo que sofocar a Vidal y Tévez, guerrillear con Pogba y no perder de vista al sinfonista Pirlo.
De Messi a Busquets, el conjunto barcelonista cerró un curso legendario, ya convertido en el primer equipo de la historia que enmarca dos tripletes. Y nada mejor que Xavi con la Orejona, símbolo inequívoco del Barça más triomfant, seña de una forma maravillosa de entender este juego. Para el Barça fue la Copa, la que se quedará Messi como líder pelotero. Pero Xavi se llevó el trofeo de su vida, el que paseo por el campo durante la fiesta como el que acuna a un bebé. La pelota, la que hizo posible todos sus sueños, los de la gran España y el Barça por excelencia. Por algo no la soltó ni a tiros. Y con ella, con la nena bajo el brazo, se despidió de la gran pasarela.
La Copa la encauzó Messi, la sostuvo Busquets en nombre de muchos al tajo, la autoría fue de Rakitic, Suárez y Neymar… Y el balón, el mejor trofeo posible, para Xavi. Al fin y al cabo, siempre fueron inseparables.
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