Quino, la forja de un rebelde
Joaquín Sierra Vallejo, Quino para el mundo del fútbol, no fue un jugador corriente. Se enfrentó a su época y podemos decir que en cierto modo perdió. Pero el tiempo le daría satisfacción, para suerte de todos sus colegas.
Quino era un chico instruido, cosa no habitual entre los futbolistas de la época. Su padre, Juan Sierra, era un conocido poeta de la generación del 27 cuyos tres hijos, Juan, Ignacio y Joaquín, destacaron desde niños en los descampados del barrio León, al final de Triana. El mayor fue juvenil del Sevilla, el segundo y el tercero, del Betis. De Ignacio dicen todos que era el mejor, pero una fractura de pierna con la Selección Juvenil Andaluza le partió la carrera. El que más lejos llegó fue Joaquín, Quino.
Ya era la bomba como juvenil. Y en el Triana, filial del Betis. Estudiaba para aparejador, pero se le veía que podría ganarse la vida con el fútbol. En la 63-64, aún en edad juvenil, Balmanya le echa el ojo y le sube a entrenar con los mayores. Incluso lo alinea en partido oficial de Primera, contra el Pontevedra aquel del hai que roelo.
Y allí viene el primer desengaño. Le dicen que tiene que firmar ficha profesional para debutar en Primera. Y él, con la ilusión, firma. Más tarde se enterará de que no sólo no era necesaria esa ficha, sino incluso que no se podía inscribir como profesional a un juvenil. Pero le han hecho firmar y está atrapado de por vida por el derecho de retención, que permitía a los clubes, aun sin la anuencia del jugador, prorrogar el contrato al fin del mismo con sólo subir el 10 %. Aquello entonces parecía normal. A Quino, instruido, inquieto, de alma izquierdista y rebelde, le pareció indignante.
Ya era futbolista, debutó haciendo ala con Luis Aragonés, pero se sintió ultrajado desde el primer día. Luego, su carrera siguió su curso. Se instaló como titular, se hizo ídolo local. Tuvo la satisfacción de jugar contra Di Stéfano el último partido oficial de este. Di Stéfano jugó de medio, Quino de interior, se marcaron el uno al otro, lo que consideró un honor. Esa misma temporada, la 65-66, bajaron a Segunda, pero en la Copa eliminaron al Madrid ye-yé, a los tres días de proclamarse campeón de Europa, y llegaron a semifinales. En la ida de esa eliminatoria también se despidió del fútbol en el campo del Betis, Puskas.
Era un chico instruido, cosa no habitual entre los futbolistas de la época. Su padre era un poeta de la generación del 27
Tocó jugar en Segunda, subir, volver a bajar la 67-68, en unión del Sevilla. Quino iba creciendo y se convirtió en el mejor jugador de la categoría. En la 68-69 marca 33 goles en Segunda, una barbaridad y Kubala le hace debutar en la Selección, contra Finlandia. Un jugador de Segunda en la Selección era algo absolutamente excepcional. El Madrid intenta reiteradamente ficharle, pero se niegan a venderle.
Al final de la 69-70 termina su primer contrato, y pide que, ya que no le venden al Madrid, que le mejoren bien. Le quieren aplicar el 10% y él anuncia que se retira. Al fin le hacen un buen contrato, pero luego llegan represalias: cada poco, una multa, por falta de espíritu en el entrenamiento, o por lo que sea. Represalias mezquinas, entiende él. Teme que así no va a poder seguir. A la hora de viajar a un trofeo amistoso, el Montilla-Moriles, se niega a ir, dice que lo deja. El secretario, Mauduit, tiene una larga conversación y le convence. Él le dice que sólo va si es para jugar, porque teme que le lleven para humillarle con el banquillo. Llega, y ¡zas! banquillo. Se va a la grada con un periodista amigo.
Vuelven a convencerle, paran las multas, vuelve a ser titular. Pero el 12 de octubre de 1970 se produce una escena definitiva. En el descanso del Betis-Moscardó, baja Pepe León, vicepresidente, enfadado, porque a su juicio están jugando mal:
—¡No tienen ustedes vergüenza!
Quino no se aguanta:
—¡El que no tiene vergüenza es usted! ¿Cómo puede bajar aquí a insultar a unos profesionales? ¡Salga ahora mismo!
El partido lo gana el Betis, pero Quino no vuelve. Pasará unos meses entrenándose en las instalaciones de Piscinas Sevilla, con los toreros: Pepe Luis padre, Carriles, El Vito, Manolo Cortés… Al final de la Liga le busca el Betis. El Valencia está dispuesto a pagar 18 millones por él. No es el Madrid, pero ha ganado la Liga y lo entrena Di Stéfano, su ídolo. Quino regresa, se entrena y ficha por el Valencia.
Ahí jugará cinco temporadas. Volvió a la Selección, donde alternó en el puesto de delantero centro con Gárate, entre otros. Luego terminará en el Cádiz. Deja el fútbol a los 33, pensando que las cosas podrían haber sido diferentes con otras normas o con otras personas al frente del Betis. Que podría haber hecho una gran carrera en el Madrid y en la Selección. Pero contento porque ha salvado su dignidad.
En la Transición, hay un movimiento para crear un sindicato de futbolistas, la AFE. En la primera reunión de jugadores andaluces en Sevilla le piden que acuda, aunque esté retirado, y le envían como delegado a Madrid. Allí asiste a las sesiones fundacionales. A la hora de elegir presidente, hay empate entre Villar y él. Él sugiere que sea Villar, abogado, pero los andaluces insisten en que se repita la votación y gana. Es el primer presidente de la AFE.
Esa AFE inicial provocó dos huelgas de verdad, lejanas del postureo actual, que entre otras cosas metieron a los jugadores en la Seguridad Social y sirvieron para abolir el derecho de retención. Los presidentes dejaron de ser señores de horca y cuchillo. Quino, rebelde con causa, consiguió dar un sentido positivo a sus malas experiencias.
Hoy mira el mar desde un piso alto sobre la playa de Cádiz. Piensa que, después de todo, mereció la pena.
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