Calzoncillos, penaltis y egos
Cada año es más difícil, pero todavía David es capaz de vencer a Goliath. Aunque sea de pascuas a ramos, celebrémoslo
16/03 Lunes
Una de las consecuencias más negativas de la crisis es la mengua de la clase media. Peligrosa derivada pues es precisamente esta capa social la que da solidez, equilibrio y potencial a cualquier sociedad. Ocurre lo mismo en las competiciones deportivas. El lustre de una liga no lo da tener uno o dos equipos extraordinarios y dominantes, sino que con ellos coexistan un buen grupo de colectivos que den músculo a los torneos. Esto cada vez resulta más complicado, pues la brecha entre el poderío económico de unos pocos y el resto no para de aumentar y los fuertes se hacen cada vez más fuertes muchas veces a costa de los menos pujantes. Estas circunstancias hacen cada vez más difícil que los guiones previos salten por los aires. Por eso celebramos con alborozo cuando esto ocurre en cualquier disciplina, sea o no de primer orden mediático. Lo logró el Atlético de Madrid la temporada pasada, y este pasado fin de semana ha sido el Jaén, sorprendente ganador de la Copa de España de fútbol sala, donde no solo han vencido a lo más granado del fútbol sala nacional, sino que han desafiado a la teoría de los calzoncillos. Esta teoría, esbozada en un artículo por mi paisano Juanan Morales, dice que para saber el espíritu y ambición con el que acuden los equipos a una competición que se dilucida en un fin de semana largo, hay que fijarse en el número de calzoncillos que meten los jugadores en la maleta. El Jaén, al que le había tocado en cuartos de final con el poderoso Pozo Murcia, solo reservó una noche de hotel en Ciudad Real, lo que hace suponer que no llevaron más de una muda. En esta ocasión no se cumplió la teoría de Morales, y terminaron quedándose hasta el domingo (espero que se comprasen ropa interior) cuando completaron la gesta ante el Barcelona. Cada año es más difícil, pero todavía David es capaz de vencer a Goliath. Aunque sea de pascuas a ramos, celebrémoslo.
17/03 Martes
Pocos momentos poseen mayor dramatismo que una tanda de penaltis. Cada vez que veo una, sufro por el que tira, por el portero, por los que esperan angustiados desde el centro del campo, por los rostros de miles de aficionados que no saben si reír o llorar, mirar o taparse los ojos en cada lanzamiento. Me ha ocurrido otra vez hoy, cuando el Atlético de Madrid y el Bayer Leverkusen se han tenido que jugar su supervivencia en la Champions desde el fatídico punto después de jugar (bueno, más que jugar se han peleado) durante 120 minutos de lucha grecorromana. Finalmente, el Pupas no lo ha sido tanto, y los rojiblancos siguen en carrera, lo que sin duda me alegra. Hablando de penaltis, hoy han destituido a Djukic en el Córdoba. Aunque hayan pasado muchos años, su nombre siempre estará asociado a un penalti que tuvo que tirar porque otros se asustaron. Era el último partido de Liga y de haberlo metido, el Superdépor hubiese sido campeón. Erró (según los expertos, los penaltis no los para el portero, los falla el lanzador) la Liga se fue hasta Barcelona y Djukic y su penalti quedaron unidos en la memoria para siempre.
Son muchos los deportistas que a pesar de haber hecho un montón de cosas en sus respectivas carreras, ciertos acontecimientos quedan grabados a fuego por encima del resto. Como a Djukic, le ocurrió a Cardeñosa y su fallo ante Brasil, a Luis Mari Prada con sus tres tiros libres, a Montero y el famoso tapón/canasta en una final de Copa de Europa, a Zubizarreta y su error ante Nigeria, a Carlos Sainz y su "arráncalo, por dios" o a Perico Delgado y su llegada tarde a una etapa del Tour. Resulta injusto, pues todos ellos tienen biografías deportivas mucho más ricas y exitosas. Pero leyendo este artículo titulado Olvidar es necesario para guardar los recuerdos relevantes la cosa es peor de lo que pensaba, pues ya que cada vez que recordamos esos momentos, olvidamos un poco más el resto de lo que estos personajes hicieron. Es decir, que cuando nos viene a la cabeza la imagen de Carlos Sáinz y Luis Moya desesperados al ver esfumarse por mala suerte un Mundial de Rallies, estamos olvidando un trozo de los muchos triunfos de esta pareja. O cuando alguien se acuerda de mi pelea con Davis, recurrente cada vez que se produce una pelea en un recinto deportivo, el personal se olvida de muchas carreras, canastas o mi extraordinaria defensa a Jordan en la final de los Juegos de Los Ángeles. Maldita memoria.
18/03 Miércoles
Mirotic está que se sale. Las muchas bajas que tienen los Bulls de Chicago le están proporcionando una oportunidad que el montenegrino-español (o español-montenegrino, tanto monta, monta tanto) está aprovechando magníficamente. Creo que lo mejor de esta situación es que Niko está pudiendo demostrar que es capaz de hacer muchas cosas, lo que puede evitar que le conviertan en un jugador unidimensional. Le pasó a Rudy, que contando con muchas habilidades, en Portland le tenían muerto de aburrimiento en una esquina para utilizarlo solo como tirador de distancia. El buen momento de Mirotic y la lesión de Ibaka, de baja hasta los playoffs (si es que Oklahoma los alcanza), trae de nuevo a colación el asunto de la selección, un acertijo de incierta solución. Por cierto, ya hay fecha para saber el nuevo (o viejo) seleccionador. Será en abril. Aunque las opciones parecen bien pocas, se admiten apuestas.
En Indian Wells Nadal va cogiendo la onda poco a poco. Con la afición ansiosa por verle otra vez en su mejor nivel, Carlos Moyá advierte que el ritmo de recuperación actual es lo normal, no lo que ha hecho en más de una ocasión anteriormente. “Lo que conseguía Nadal después de una lesión era inhumano” dice Moyá refiriéndose a la rapidez con la que Rafa volvía a ganar grandes torneos después de estar unos cuantos meses parado. Es lo que tiene acostumbrarnos a las proezas, que nos olvidamos lo difícil que resulta alcanzarlas.
Nadal es un ejemplo de un deportista excepcional con el ego bajo control. No es nada fácil lograrlo en una sociedad donde el deportista ha sido elevado a la categoría de héroe popular. Sobre todo los futbolistas, idolatrados y loados hasta lo excesivo. Tanto que como muy bien advierte José Sámano en otro excelente artículo titulado Cristiano, Bale y los egómetros se está produciendo un exceso de lo que él llama yoísmo en algunos de los futbolistas más mediáticos y conocidos mundialmente. Estoy totalmente de acuerdo con él, y por añadir algo que creo tiene mucha relación al respecto, me sigue produciendo sarpullidos un tipo de celebración del gol que cada vez es más común. Ya estamos acostumbrados a ellas, pero si te pones a pensar, no puede provocar otra cosa que perplejidad. Ese goleador apartando a sus compañeros que van a abrazarles para pegarse una carrera lo más solitaria posible para que dé tiempo a las cámaras a seguirle y al público a tener claro quién ha metido el gol (el remate puede ser el señalar su nombre en la camiseta) me parece la sublimación del yoísmo, algo tan contra-colectivo que alguien debería hacer algo al respecto. Y claro, de verlo en la televisión a sus ídolos, te lo puedes encontrar en un partido de cadetes o juveniles, chavales de 12, 13 años haciendo un “dejadme solo con mi gloria”. Tremendo.
Escuché una vez a Jorge Valdano decir que ahora los jugadores forman parte y atienden a dos equipos. El club donde militan y el de sus asesores, agentes, consejeros, publicistas y demás fauna que rodea a estas estrellas. En uno se aboga por la colectividad, en el otro todos están centrados en la individualidad. En uno el jugador lo primero que debería hacer es buscar a sus compañeros para celebrar conjuntamente lo que ha sido resultado de un proceso donde han intervenido todo el equipo. En el otro se recomienda la distinción, la personalización del éxito que luego será rentabilizado económicamente. Choque de intereses donde parece que la balanza se va inclinando poco a poco hacia lo que Sámano llama yoísmo. Peligrosa deriva, sin duda.
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