Nadal gana tiempo
El español, en busca de su mejor versión, debuta en Buenos Aires ganando 6-4 y 6-0 a Arguello
Abran paso, que llega Rafael Nadal. El torneo de Buenos Aires se vistió de largo para vivir el debut de Rafael Nadal (6-4 y 6-0 al local Arguello), de vuelta a Argentina diez años después. De Guillermo Vilas a Gastón Gaudio, los mejores tenistas de la historia albiceleste se acercaron a la cancha para observar al mejor competidor de la historia sobre tierra, uno que está rodeado de dudas, escrutado por todos porque no gana un título desde Roland Garros 2014. El mallorquín, que la semana pasada se inclinó entre calambres en las semifinales de Rio (Fognini), volvió a protagonizar un partido de claroscuros. Esto vio Vilas: que como le viene ocurriendo en los últimos meses, a Nadal le cuesta horrores consolidar una ventaja (se adelantó con break de entrada y lo perdió). Esto vio el Gato Gaudio: que el número cuatro mundial sigue enredado con el revés. Esto le aplaudió el público: una pasión desbordante, ver que su hambre de caníbal no está saciada tras tantos triunfos, tantos títulos y tantas portadas.
“Me costó", resumió el ganador. "Empecé con nervios, tras lo que me pasó en Rio [marchaba set y break arriba ante Fognini]. Estoy feliz de la victoria. Quiero jugar como terminé el partido: jugando más agresivo”.
El número cuatro mundial busca ahora mecanismos que antes daba por supuestos. Muchos de los automatismos de su juego le cuestan hoy poner los cinco sentidos, señal de que la máquina necesita aceite con el que engrasar las piezas. El revés es una ruleta rusa. La derecha lacera o se engancha. La red, que siempre midió su grado de confianza, parece ahora un horizonte que se persigue y solo se alcanza cuando sonríen las circunstancias. Su posición en pista es demasiado retrasada, lo que le quita la iniciativa y lima el filo de sus tiros.
Mientras se ajustan esas piezas (no hay razón para pensar que no lo acaben haciendo), al campeón de 14 grandes le sostiene el deseo. En su mente, sin embargo, se agolpan las preguntas. ¿Cómo estarán hoy mis piernas? ¿Cómo responderá hoy mi cabeza? ¿Aguantará la raqueta o se romperá bajo la presión del rival o del momento? Ni el mismo Nadal sabe con qué Nadal se encontrará al pisar el albero. Solo es segura su voluntad inquebrantable de volver a encontrarse a sí mismo, sus ganas de volver a subir la escalera que separa al competidor del ganador. Nadal siempre fue las dos cosas, lo que está reservado para los mejores de la historia. Nunca renunciará a ser lo primero e intentará ser lo segundo hasta el último aliento. Por eso su gris momento actual resume las razones que le llevaron a vivir los instantes más brillantes de su carrera: querer siempre, intentarlo siempre, trabajar siempre, mirarle a los ojos a las dificultades y ponerles nombres y apellidos.
Nadal es Nadal porque ser un número uno no le ha llevado a vivir con una venda en los ojos. Reconoce que tiene problemas, sabe que estos no se arreglan solos y está haciendo lo único que puede hacer para lograrlo: autocrítica y someterse al juicio de la competición sin esconderse. Lo vieron en Buenos Aires: Nadal jugará el viernes contra Delbonis, un buen termómetro para saber dónde y cómo está.
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