CR, la juerga y el luto
Los ‘Cristianos’ de este mundo olvidan que el fútbol es un depósito sentimental al que deben atender con esmero
Cristiano se fue el sábado del Manzanares tachando de “poco inteligente” a un periodista que le preguntó por su gesto en Córdoba, cuando abrillantó la etiqueta de la FIFA que distingue al Madrid como campeón. Poco después, quien sí estuvo poco lúcido fue el portugués, por una fiesta inoportuna e imprudente y porque esta vez se olvidó de refulgir como merece el escudo del Real Madrid, que no es una insignia puntual de la FIFA, es un sentimiento, una devoción extrema. Los adeptos festejan con los ídolos en la misma medida que les exigen compartir el luto. Los guateques, con goles por delante o en silencio. Es el precio de esta misa pagana que es el fútbol, coste que retorna con creces a los cracks.
Al abatido hincha le cuesta creer que, tras la pachanguita blanca en el Calderón, CR tuviera ánimo de juerga. Nadie le pide una noche franciscana, pero el episodio le distancia de sus seguidores, sin ganas de jolgorio. Por un instante, algo se rompe entre el tótem y los fieles. Los gestos cuentan. Que se lo digan al luso, una catarata de ademanes, aspavientos, muecas, aullidos y lo que tercie con tal de reivindicar su ombligo. A los incondicionales no les importa y masajean su ego porque ese yo superlativo es clave en sus alegrías. A cambio, esperan que el héroe también lo sea en el duelo.
Ser profesional del fútbol no es solo tener láminas de acero en los abdominales, cuidar al máximo un cuerpo de Hércules o apagar la luz en Valdebebas. Ser profesional también requiere mantener el cordón umbilical con los forofos en el desconsuelo. Todos a una, en las buenas y en las malas, cuando es hora de la dieta festiva. Ahí estuvo el error de cálculo de CR. Inoculado el vedetismo es fácil sentirse invulnerable. Es epidémico, no solo le ocurre a él.
Al futbolero, la holganza que de verdad le resulta ulcerosa es la que observa en el campo, como el reposo del Madrid ante el Atlético. Por eso, el tercer tiempo no puede ser el descorche y la jarana a la luz de unos cuantos ávidos de fotos virales con los famosos de turno. Esto último denota ingenuidad en el caso de CR, uno de los personajes del universo más expuestos a cada segundo. Es incomprensible que el portugués, casi siempre discreto en esas lides, no multiplicara el celo. Y es de chufla que su agente diga sin rubor que el futbolista fue poco menos que arrastrado a la fiesta por el enfado que tenía. Por los selfies, más bien fue él quien dio el cante para animar a la concurrencia y aliviar las pupas de los lesionados James, Modric y Pepe.
A CR y los suyos mejor les hubiera ido seguir los pasos de Weidenfeller y Hummels, dos de los capitanes del Dortmund que la semana pasada, tras un varapalo en casa, se fueron a la grada a pedir disculpas y dar explicaciones a los suyos. Cristiano, que ha hecho méritos más que sobrados para ser un icono del madridismo, aún está a tiempo de explicarse. Pelillos a la mar si no olvida que el fútbol es un depósito sentimental al que se debe atender con esmero. El fútbol es de la gente. Ya, sí, una ridícula utopía y un cuento de hadas. Pero a los Cristianos de este mundo peor les iría si socavan la inocencia de este juego y olvidan que muchos niños de verdad y otros Peter Pan creciditos se fueron el sábado a la cama sin cenar por culpa de la pelotita de marras. Conviene recordar de por vida a Javier Marías: “El fútbol es la recuperación semanal de la infancia”.
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