Futre y Buyo, un odio de película
Había que ver el partido de Paulo Futre aquella noche. Cada vez que cogía la pelota echaba a correr como si fuese un jugador de rugby. Años después, retirado, confesó que sólo había necesitado una semana en España para odiar al Real Madrid. Se convirtió en el enemigo público número uno del Santiago Bernabéu y en el gran ídolo del Atlético. Paulo Futre no defraudó a nadie, tampoco al niño que crecía en la cantera mirándose en su reflejo: Raúl González Blanco. Era fumador, teatrero, explosivo y talentoso. Un día de marzo de 1990, tras anunciar que quería irse del Atleti, durmió hasta las tres de la tarde, pidió que le llevasen la comida a la cama y ordenó a su familia que bajase las persianas, caminase despacio y hablase en susurros, además de desconectar el teléfono: oficialmente estaba deprimido. Todo en Futre, hasta la tristeza, tenía el viejo sentido del espectáculo de las divas del cine.
No necesitaban ni hablarse, pero si lo hacían los ultras se llevaban las manos a la cabeza
El partido fue en la temporada 88/89, una cosa tan vintage que Míchel llevaba el dorsal número 5. El Madrid se adelantó con un cabezazo de Julio Llorente. “Demasiado pronto”, se le escuchó decir a Gil, que apareció en el campo con una de esas chaquetas rojas con las que es imposible cerrar un negocio legal: no te sale de dentro. Luego el Atleti se subió a Futre y empezó a deshacer al Madrid como hacía las cosas el portugués, a lo bravo. Gallego terminó con el cuello de la camiseta roto y enseñando el hombro como una it girl. Tendillo directamente fue expulsado por zapatear a la estrella portuguesa por detrás.
Con el balón Futre se iba para la portería del Madrid. Parecía llevar dos semanas durmiendo con la foto de Paco Buyo en la pared. Luego confesaría que era verdad: “Todas las noches al acostarme le miraba. Y al despertarme igual, era lo primero que veía por las mañanas y pensaba “le voy a reventar”. Buyo y Futre habían consolidado un odio sencillo y primitivo, muy humano, que era la envidia de todos. No necesitaban ni hablarse, pero si lo hacían los ultras se llevaban las manos a la cabeza. Así estaban, con varios roces dentro del área, cuando de repente una jugada en la segunda parte lo cambió todo.
Buyo fue un portero de reflejos, un poco sobreactuado, dado a las metáforas. Esos porteros no suelen salir de la portería. Pues bien: Buyo odiaba la portería. Es como un señor al que se le dé muy bien nadar y deteste el agua. No pasa nada, pero hágase administrativo. Buyo, cuando veía una pelota, parecía que veía un conejo. Donde el público veía un balón botando solo, Buyo, a 50 metros, veía a la virgen de Fátima encima de un árbol en medio de Portugal. Todo aquello dio por llamarse “buyada”, que era el acto que tenía Buyo de expresarse a sí mismo, como si estuviese en el club de los poetas muertos. Tras lo de Tenerife, cuando el madridismo lo vio salir corriendo a por un balón que se iba al córner más tranquilo del mundo, un gallego dijo estampándole el periódico en las narices al camarero: “No exportamos un Paco bueno”.
A Futre, en aquel partido, le mandaron un balón en profundidad y cuando levantó la cabeza ya tenía a Buyo delante. Otra vez, como al acostarse y al levantarse, ahí estaba la cara de Buyo como la de Bélmez. Los dos rozaron el balón, que quedó saltando, y Buyo lo recogió primero. ¿Para despejarlo? No, para conducirlo. Futre quiso adelantarlo por detrás y los dos saltaron por los aires, heridos de gravedad, con tanto drama que al árbitro se le ve mirando para el público por si se habían producido disparos. Después vienen unos segundos apoteósicos: Buyo, croqueta a croqueta, se va acercando a Futre. Futre, ya sentado, observa a Buyo al borde de la muerte acercándose hacia él como si le fuese a entregar un reloj del bisabuelo. Orejuela llega raudo a decirle cuatro cosas a Buyo y Buyo, invariablemente, fallece. Orejuela es expulsado.
A los dos días Buyo fue invitado por el Comité de Competición a ver con ellos un vídeo. Encantado de alejarse de la portería, Buyo aceptó la invitación. Allí le pusieron, con los miembros del Comité delante, la jugada repetida. Los directivos le miraban por el rabillo del ojo. Pero Buyo, con las imágenes delante, dijo que allí no se había fingido nada y que circulase todo el mundo, que había que levantar el país y dejarse de chorradas. Fue sancionado tres partidos y multado por el Comité y por el Madrid. Años después, cuando en la casa de Futre ya se podía hablar en alto y volvía a sonar el teléfono, el Atlético le ganó una Copa del Rey al Madrid en el Bernabéu con dos escuadrazos, uno de Schuster y otro de Futre, que se metió en el área y le pegó a la pelota como si fuese a reventar por fin a Buyo.
Buyo, que fue el histórico portero del Madrid de la Quinta, siempre le reconoció a Futre su grandeza. Hace poco se reencontraron en la tele y Futre cambió su versión: donde tenía la foto de Buyo era en el baño.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.