Aquel atraco al Atlético en Esmirna
El bombardeo del Göztepe no para hasta que tras 11 minutos de juego añadidos al minuto 90, Halil marca con un disparo alto
Si hay un club cuya afición es especialmente dada a desconfiar de los árbitros, generación tras generación, ese es el Atlético. Y hay que admitir que ocasiones para alimentar ese recelo nunca han faltado. Pero ninguna tan clara como el despojo que sufrió en la localidad turca de Esmirna el 22 de noviembre de 1967, en partido de Copa de Ferias. Aquello fue excepcional.
Y eso que el Atlético viajó allá tan feliz. Era un Atlético lujoso, con Ufarte, Luis, Gárate, Adelardo y Collar en la delantera. Había ganado 2-0 el partido de ida, en el que mereció más, pero parecía bastar. Además, estaba líder en la Liga. El partido inmediatamente anterior al viaje fue la visita al Sánchez Pizjuán. Vicente Calderón, el presidente, les propuso una prima curiosa: como el viaje a Esmirna se iba a realizar en un vuelo chárter (aquello en la época aún sonaba a novedad) les dijo a los jugadores que si ganaban en Sevilla cada cual tendría derecho a una plaza gratis (que incluía los gastos de estancia) en el vuelo. Para la mujer, el hermano, el padre, la madre, un amigo… De novias no hablo, porque entonces no se concebía semejante posibilidad.
El Atlético ganó en Sevilla y bien, 0-2, goles de Gárate y Collar. Los jugadores tuvieron su plaza de acompañante, que cada cual empleó como quiso. El viaje se hizo en un Coronado de 130 plazas, vía Fráncfort. Allí aterrizaron en un aeródromo militar, donde ya las cosas empezaron a cambiar de color. Estaba en pleno estallido la crisis grecoturca por Chipre y los trámites de entrada fueron engorrosos. Además, la presencia de tanto soldado armado con tremendos fusiles ametralladores imponía.
La llegada fue el lunes por la noche. El martes hubo una interesante excursión a Éfeso, donde se estableció ya en el siglo XIX que tuvo su última morada la Virgen María. Ahí había estado en julio de ese mismo año el papa Pablo VI, en una misa multitudinaria que vino a ser como una ratificación del hecho. Y allí fue el Atlético, la mañana del martes, a escuchar una misa celebrada por su capellán, Pablo Serrano. Fue una visita agradable para todos, de la que regresaron con ánimo alegre y espíritu confortado.
Pero el entrenamiento en el escenario del partido, al anochecer, dio un giro a sus ánimos. El campo era espantoso, sin rastro de hierba, de una tierra oscura, casi negra, que las ráfagas de viento levantaban en molestas nubes de polvo. La impresión que daba ese campo era, en palabras del crítico Antonio Valencia, “como si el caballo de Atila hubiera galopado por él en varias direcciones y no hubiese dejado para los siglos venideros la posibilidad de una brizna de hierba”. Solo había gradas en los costados, tras las porterías, no. El viento corría de lo lindo. La luz era mala, cuatro torres, una en cada esquina.
El Göztepe, además, estaba lanzado. Acababa de ganar 2-0 al poderoso Besiktas, se había puesto líder, su delantero Fevzi es pichichi, con ocho goles. En una ciudad menor, tener al equipo líder por encima de los equipos de Estambul creaba una euforia enorme. Las 25.000 localidades estaban vendidas.
El partido se jugó a las 18:30, hora española, ya de noche allí. Al Atlético le va a faltar el portero titular, Rodri, con molestias desde Sevilla. Le sustituye San Román, hoy presidente de los veteranos del club. Por delante de él, los mismos de Sevilla: Rivilla, Iglesias, Calleja; Glaría, Jayo; Ufarte, Luis, Gárate, Adelardo y Collar. También han viajado Rodri, Colo, Ruiz Sosa y Urtiaga, uno por línea. Era el primer año de cambios en la Copa de Ferias. Urtiaga saldría por Gárate en el 59.
Cuando los atléticos son reducidos y llevados al túnel, les reciben a botellazos. Uno de los directivos del equipo necesitará siete puntos en la nuca. Jayo tiene una ceja partida, por el palo de un linier
Hace frío, seis grados. Arbitra un yugoslavo llamado Josip Strmecki, que en principio no significaba gran cosa para el Atlético, pero que luego, ¡caray! Los turcos salen en tromba, el Atlético aguanta. Cuando intenta salir le pegan y rara vez se pita. Si el avance progresa, se corta por fuera de juego y santas pascuas. El Atlético ya se está mosqueando cuando llega algo peor. En el 14, tras una jugada confusa con un par de rebotes, Iglesias carga por detrás a Fevzi cuando este iba a entrar en el área; la falta es visiblemente fuera, pero Strmecki da penalti, entre las protestas del Atlético. Halil lo transforma en el 1-0, entre el júbilo de la hinchada. De regreso al centro del campo, Collar le dice algo a Strmecki y este le expulsa. De repente, el Atlético pierde por un gol y está con 10.
El Göztepe reinicia una ofensiva furiosa, que se estrella en la defensa o en San Román, enorme. Por fin, en el 28, culmina una buena jugada de Ertan por la derecha con un cabezazo de Gürsel. 2-0. El Göztepe se toma un respiro, el Atlético intenta desplegarse, pero le siguen pegando de lo lindo. Cerca del descanso, hay otro apretón del Göztepe, que frenan la defensa y San Román. El árbitro alarga ocho minutos la primera parte, con lo que prolonga el agobio.
Los atléticos se conjuran en el descanso para aguantar como sea. El entrenador, Otto Gloria, trata de calmarles. Al menos hay que marcar un gol. Se confía en Ufarte. Pero en el 66 le expulsan, por protestar el enésimo fuera de juego mal señalado por el linier. Ahora son nueve contra 11 y sin goles que defender.
En eso, aprovechando un momento de juego parado, la megafonía anuncia que va a emitir un mensaje de la Marina. Se hace un silencio sepulcral hasta que suena el aviso: “Marina de Guerra turca en el mar, en misión de servicio, desea la mejor suerte al Göztepe”. El clamor es tremendo. El Göztepe se lanza, el campo se vuelca, el Atlético se mete en su área donde, al fondo de la cuesta, San Román para lo que le echen.
Cuando despegan oyen unas explosiones. El miedo dura hasta que se alejan de la zona del conflicto
Llega el minuto 90, el 91, el 92, el 93, el 94, el 95, el 96, el 97… Aquel bombardeo no para. Strmecki contesta con gestos de “jueguen, jueguen” a las reclamaciones de los atléticos (en la época no había carteles, la prolongación era a discreción del árbitro). Hasta que tras 11 minutos de juego añadidos al minuto 90, Halil marca con un disparo alto. Inmediatamente, Strmecki pita el fin, sin ni siquiera sacar de centro. El partido ha durado, con los dos descuentos, 109 minutos. El Atlético está eliminado.
Los jugadores se lanzan sobre el árbitro, que primero cae y luego se defiende a patadas. Llegan en su auxilio los linieres, con los banderines, y pronto gendarmes y hasta fotógrafos locales. Mientras, los jugadores del Göztepe reciben la ovación de los suyos. Cuando los atléticos son reducidos y llevados al túnel, les reciben a botellazos. En la trifulca sale herido el conde de Cheles, uno de los directivos del equipo. Necesitará siete puntos en la nuca. Jayo tiene una ceja partida, por el palo de un linier.
Un grupo de exaltados destruye el autobús del Atlético y zarandea el de seguidores, que pasan un susto tremendo. La policía restablece el orden. Los jugadores son evacuados al hotel en taxis protegidos. El Atlético renuncia a la cena oficial, y eso que le dicen que el árbitro no está invitado. A Calderón le envían el regalo a la habitación. Él lo devuelve con una tarjeta.
La mañana siguiente hay que madrugar, porque a partir de las nueve el aeropuerto militar ya no estará disponible. Con la indignación general, ahí no duerme casi nadie. Cuando despegan oyen unas explosiones. El miedo dura hasta que se alejan de Turquía y la zona del conflicto. Tras escala en Fráncfort, aterrizan en Barajas a las 13:35, recibidos por hinchas y banderas. Si llegan a pasar no hubieran tenido ese recibimiento.
Ninguno de los viajeros olvidó jamás aquellos hechos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.