Mal día para el centro a la olla
El Madrid sufre ante un experto en negar espacios y en defender balones aéreos
Había tantos paneles dorados, tanta luz, tanto brillo, que el Bernabéu parecía una calle comercial de Shanghái. Cuando Cristiano llamó a sus compañeros para hacerse una foto con el Balón de Oro en el césped, en la culminación de los fastos organizados por el club para exaltar el premio individual obtenido por su gran figura, los jugadores del Atlético llevaban dos o tres minutos preparándose para competir, formados sobre el campo. El Madrid iba 2-0 por debajo en la eliminatoria pero el ambiente, más que una remontada, parecía auspiciar una fiesta, antes del partido. En el fondo sur, la grada de animación entonaba una de sus composiciones a coro. Se trataba de unos versos adaptados con la melodía de Mi Gran Noche, de Raphael. No había forma de no evocar aquella letra primaveral: “Podré cantar una dulce canción a la luz de la luna / Y acariciar y besar a mi amor como no lo hice nunca…”.
La campaña de márketing fue, una vez más, una obra maestra. El espíritu del graderío era tropical. En el campo, sin embargo, caía una persistente lluvia helada. El árbitro señaló el comienzo y a los 50 segundos sucedió lo que suele suceder cuando el Madrid se mete en problemas. Un centrocampista rival (Koke) metió un pase interior al gigantesco espacio que se abre entre los centrales y la espalda de Kroos. El balón fue a un atacante (Griezmann) y los centrales del Madrid se encontraron con un dos para dos. Pepe no logró anticipar y Ramos quedó vendido. El gol (Torres) sacó a la hinchada local de la luminosa Shanghái para devolverla a la borrasca madrileña.
Lo que siguió fue un drama cuyo guion es viejo y lleva interpretándose hace años por este equipo. Se representa cuando un adversario experto se cierra en caja negando los espacios para que Cristiano y Bale (anteriormente Higuaín) corran.
Ante la necesidad de generar jugadas de gol en espacios reducidos, el Madrid se bloquea. Fuese porque carece de una organización, fuese porque estos futbolistas no interpretan estas situaciones con naturalidad, la única respuesta que proponen al bloqueo es la fuerza bruta. La irrupción por arremetida. El choque o el centro a la olla, a ver si con suerte se provoca una falta lateral, o un córner. Por esta vía el Madrid tiró no menos de 20 centros laterales en la hora que siguió. La primera fórmula fue colgárselos a Bale para que rematara o los bajara a un compañero. La segunda fue que Bale se tirase a la banda izquierda para que él mismo centrase esos balones con una rosquita.
Para marcar de cabeza a los de Simeone hay que ser superdotado como Ramos o CR
Tirar centros a la olla, además de un ejercicio de fútbol rancio, suele ser un recurso estéril contra equipos especializados en el juego aéreo. Da la casualidad de que en Europa no hay un equipo más resistente a estas acciones que el Atlético. Con gente como Godín, Miranda, Mario y Tiago, para meter un gol de cabeza en el área de Oblak hace falta ser un superdotado. Alguien como Ramos, que hizo el primero del Madrid a la salida de un córner, o como Cristiano, que cabeceó otro centro pasado el minuto 50. Sí, es posible ganarle así al Atlético. Pero el Madrid necesitaba meter cuatro o cinco goles. Y golear por este camino al equipo de Simeone es casi apelar a las coincidencias sobrenaturales.
“El juego interior contra el Atlético es muy complicado porque cierra muy bien las líneas, especialmente por dentro”, dijo el entrenador madridista, Carlo Ancelotti, tras el partido “Hay más espacios por fuera y lo hemos intentado aprovechar metiendo muchos centros. Hemos intentado de vez en cuando el pase por dentro pero era más complicado”.
Precisamente, el cabezazo del gol de Cristiano para el 2-2 fue lo más parecido que hizo el Madrid a un disparo después de una jugada elaborada. Triangularon Marcelo y Bale y el galés metió el centro desde la línea de fondo, como mandan los cánones. Antes, y después, el público no vio nada parecido. Nada igual de sutil con resultado de remate. Demasiado poco. Demasiado poco para convencer a los profesionales de que así se podía lograr la proeza. Abrumados ante la evidencia, los futbolistas del Madrid perdieron el estímulo para culminar la empresa. Solo el grupito de la grada de animación siguió cantando bajo la lluvia mientras la multitud abandonaba las tribunas: “¡Balón de Oro! ¡Cristiano Balón de Oro!”.
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