Aplastar la infamia
“Pienso que todas las religiones del mundo - el budismo, el hinduismo, el cristianismo, el islam y el comunismo - son falsas y dañinas”
Bertrand Russell, filosófo inglés
Espantoso imaginar el dolor de los parientes de las víctimas de las matanzas esta semana en París pero quizá, cuando pase el tiempo, se consuelen con la reflexión de que vivieron y murieron por una causa mucho más sagrada que el fanatismo religioso de sus asesinos. La historia los recordará como mártires seculares caídos en defensa de la libertad de pensamiento y de expresión, los derechos democráticos elementales por los que tantos han luchado y entregado sus vidas a lo largo de la historia de occidente.
La frase más famosa de Voltaire, el padre francés de la irreverencia satírica, es "Écrasez l'infâme!" —aplastad al infame— refiriéndose a las suspersticiones y los dogmas religiosos que ahogan las mentes de los ciudadanos. El mismo sentimiento y la misma rabia se palpan hoy en un creciente número de europeos, hartos de la penetración en sus tierras del islamismo medieval. La reacción es comprensible pero de poca utilidad. ¿Qué soluciones hay? ¿Qué hacer para contener a los bárbaros?
Expulsar a todos los musulmanes del continente sería injusto, y tampoco sería una opción práctica. Recurrir a la persecución religiosa significaría, además, reducirse al nivel de los que nos odian. La única posibilidad que hay en el mundo real es hacer un intento de evangelizar a los fieles más retrógradas de la religión más reaccionaria del planeta: no convenciéndolos de que abandonen las creencias religiosas que tuvieron la mala suerte de heredar —y peor suerte aún si nacieron mujeres—, sino educándalos para convivir en paz, como lo han hecho los cristianos y los judíos y otros creyentes, con la diversidad y amplitud mental de las sociedades democráticas.
¿Por qué no proponer a los Touré, Özil y compañía que luzcan un “Je suis Charlie”?
El fútbol aquí puede jugar un papel.
El fútbol es la única otra religión que un musulmán es libre de elegir sin temor a la muerte en vida de la exclusión social o, si reside en algunas de las tierras de Oriente Próximo, a la muerte real por apedreo o crucifixión. Los procesos cerebrales de los aficionados del Real Madrid, del Manchester United, del Besiktas o (en Egipto) del Zamalek son iguales independientemente de que sean musulmanes, cristianos, ateos, budistas o zoroastras. Durante los partidos se convierten en fundamentalistas. Cuando el fútbol entra en juego regresan a un estado primario, aumenta su susceptibilidad y se abre una brecha por la que se puede llegar a colar un lavado de cerebro más luminoso que el que le proporcionan sus califas.
Entonces, una propuesta concreta. Además de colgar carteles en los estadios que ponen "No al racismo", ¿por qué no agregar otros que pongan "No al yihadismo", primo hermano del racismo, pero incluso más violento y cruel?
Otra idea. Los jugadores musulmanes que juegan en las grandes ligas europeas son héroes para muchos de sus correligionarios, igual de admirados, o más, que los predicadores de las mezquitas. ¿Por qué no proponer a los Yaya Touré, Mesut Özil y compañía que luzcan una insignia en sus camisetas —por ejemplo "Je suis Charlie", aunque tal vez sea demasiado pedir—, que se entienda como señal inequívoca de que rechazan la yihad y que se amoldan sin reservas a los principios de tolerancia y libre expresión que definen los países en los que se han hecho ricos y famosos? Tendría su impacto entre algunos de aquellos jóvenes a los que les tienta la noción de matar y morir por el Profeta.
Tendría su impacto entre jóvenes a los que les tienta matar y morir por el Profeta
Y quizá estaría bien que no lo hiciesen solo los jugadores musulmanes sino los Leo Messi y Cristiano Ronaldo, dioses tanto en Escandinavia como en Arabia Saudí.
Hablando de Arabia Saudí, fuente espiritual y núcleo proselitista del sunismo radical —de donde surge el veneno de Al Qaeda, el Estado Islámico, Boko Haram— se podría contemplar un boycott deportivo, o prohibir la transmisión de partidos de la liga inglesa, francesa, alemana, italiana y española en las televisiones de aquel país hasta que llegue el día en el que sus jeques e imanes demuestren con palabras y con hechos que tienen alguna intención de aceptar como seres dignos de respeto e igualdad moral a los que hemos dado el paso adelante del siglo XI al XXI. Sí, sí. Es verdad. El dinero es la religión que domina el mundo y contra la que poco se puede hacer. Pero corren tiempos peligrosos y hay que ser audaces. Debemos jugárnosla por un mundo menos bestial.
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