Un campeón oxidado

Habría sido, seguramente, la noticia del siglo, pero, desgraciadamente, la realidad no tenía nada que ver con lo que parecía. La noticia decía que cuando Tiger Woods regresara a la competición, cuatro meses después de romperse la espalda en el Campeonato de la PGA, lo haría, no solo, con una versión nueva de su viejo swing, el que movía cuando era el mejor júnior, y no solo con un nuevo entrenador, el cuarto, un gurú tecnófilo llamado Chris Como, sino con nuevos drivers y hierros, y, lo más de lo más, usando las nuevas bolas Nike Black.

¿Bolas negras, el color nunca visto sobre el verde esmeralda de los greenes, lanzadas por un jugador negro? ¡Qué historia!

Mas no. Lo de pensar que las bolas Black son negras debe de ser cómo creer que el Johnnie Walker Black es un whisky negro y no ambarino, porque examinado el catálogo poco después se comprueba que las Black son blancas como la nieve. Su principal característica, según la publicidad, es que giran menos, con lo que alcanzan mayor distancia, lo que siempre ha sido una de las virtudes del joven Woods, pero no, al parecer, lo que más necesitaba el viejo Woods (este mes cumple 39 años y tiene por delante la tarea de ganar aún cinco grandes para superar a Jack Nicklaus) en su reaparición, que coincidía justamente con el regreso a las pistas de su novia, la gran esquiadora Lindsey Vonn, tras un año lesionada.

Woods volvió a competir en su torneo en Florida, y el adjetivo que más se ha leído en las crónicas es el de "oxidado". Terminó sus primeros 18 hoyos desde agosto en 77 golpes (+5), el último de los 18 participantes, a cuatro golpes del penúltimo y a 11 del primero, Jordan Spieth, y, pese a irse fuera de límites con su primer drive, no tanto por el juego largo, sino por el corto, cuyo toque parece haber perdido. "Fue muy extraño verme jugar tan mal los golpes cortos", reconoció Woods.