Las siestas del campeón
Las imágenes de Carlsen adormilado ante Anand causan polémica entre los aficionados
El ajedrez quizá sea el deporte más violento, por la enorme tensión que se acumula durante muchas horas en silencio absoluto. Pero cualquiera lo diría viendo cómo sesteaba el campeón del mundo, Magnus Carlsen, el martes durante la octava partida del Mundial que disputa en Sochi (Rusia) con el indio Viswanathan Anand. El noruego, a quien muchos aficionados critican por dar mala imagen, domina por 4,5-3,5 y conducirá este jueves las piezas blancas en la novena de las 12 previstas.
Los ajedrecistas profesionales suelen dormir más de lo normal, rara vez madrugan y odian jugar por la mañana, como acontece con frecuencia en la última ronda de los torneos para ahorrar gastos de hotel. Y Carlsen lleva eso al extremo: para convencerle de que vaya a un acto (por ejemplo, una recepción con el alcalde de la ciudad o una rueda de prensa con autoridades) antes de las 13.00, los organizadores deben emplearse muy a fondo e incluirlo claramente en el contrato. Es improbable que el noruego conozca la famosa frase de José Manuel Lara Hernández, fundador del Grupo Planeta: “Un negocio que no da para levantarse después de las once, ni es negocio ni es ná”, pero seguro que la suscribe.
En su caso no es sólo una cuestión de biorritmos, sino de lógica: “Cuanto más tiempo esté despierto antes de la partida, más energía gastaré que quizá necesite después”. Por tanto, Carlsen invierte buena parte de la noche en preparar la partida del día siguiente o actividades de ocio, como jugar al póker por Internet. Muchos jugadores profesionales aplican ese tipo de horario, aunque hay excepciones importantes; por ejemplo, Anand suele desayunar en el restaurante de los hoteles hacia las 09.30.
Gari Kaspárov intentó convertir al futuro campeón en un trabajador disciplinado con régimen militar, al más puro estilo soviético, cuando fue contratado como entrenador por la familia Carlsen en 2009. Pero fracasó con estrépito, y la relación sólo duró un año. Aunque tanto Magnus como su padre, Henrik, reconocen que esa experiencia fue “muy fructífera” desde el punto de vista profesional, no hubo buena química porque los caracteres son incompatibles. El ruso, retirado en 2005 tras ser número uno del mundo durante 20 años consecutivos, necesita sentir que exprime cada segundo de su tiempo para algo útil; el noruego piensa en ajedrez durante gran parte de cada día, pero puede hacerlo mientras está tumbado o viendo en la tele un partido del Real Madrid, el equipo de sus amores.
En ese contexto aparece en escena el gran maestro danés Peter Heine Nielsen, quien contribuyó como entrenador de Anand a cuatro de sus cinco títulos mundiales. También había trabajado para Carlsen en su adolescencia, con muy buenos resultados. En enero de 2013, el entorno del noruego considera que Nielsen, por su carácter escandinavo, sería el entrenador ideal de Magnus, y le hace una oferta, que el danés acepta con una condición: si Carlsen gana el Torneo de Candidatos (marzo de 2013) y es por tanto el retador de Anand en noviembre, él no trabajará para ninguno de los dos.
Todo ocurrió así, y Anand lo aceptó de buen grado: “Peter Heine es una persona íntegra, y estoy seguro de que no desvelará información confidencial”. Pero ahora, un año después, Nielsen se ve liberado de esa obligación moral, y está en Sochi con Carlsen, aunque apenas se le ve, como suele ocurrir con los analistas durante un Campeonato del Mundo (a los tres de Anand también es muy difícil verlos fuera de su habitación) porque trabajan como máquinas, de manera obsesiva.
Espen Agdestein, el apoderado de Carlsen, anunció en enero de 2013 que la contratación de Nielsen no supondría ningún cambio en el régimen de vida habitual de su cliente. Pero lo ocurrido este martes en Sochi indica que el danés presionó y convenció al campeón de que se levantara más temprano (hacia las 10.00) para repasar las ideas preparadas y tenerlas frescas pocas horas antes de la partida. Si nos fijamos sólo en las jugadas que se hicieron en el tablero, Nielsen tiene razón: su pupilo introdujo una novedad en la novena jugada que dejó seco a Anand, y sólo invirtió 45 minutos de su tiempo (dos horas para los primeros 40 movimientos) en toda la partida porque hizo muchas jugadas de memoria, y también porque la posición que surgió era de fácil empate en una partida muy importante para el indio: de haber ganado con blancas, hubiera igualado el marcador a falta de cuatro; en cambio, cualquier error que cometa ahora, con un punto menos, será definitivo, casi con total seguridad.
Pero a juzgar por las imágenes de Carlsen somnoliento, acostado hacia los lados de la silla con los ojos cerrados en plena partida, incluso cuando le tocaba mover a él, así como por sus palabras después en la rueda de prensa, el madrugón le sentó como una patada donde más duele. “A medida que avanzaba la partida me he sentido más fresco y concentrado”, explicó Carlsen tras reconocer que no estaba en su mejor día, pero no sería extraño que dijera eso para no molestar a Anand, sentado a su derecha.
Muchos aficionados critican hoy con dureza a Carlsen en las redes sociales porque consideran que sus estiramientos y siestas en el escenario, ante las cámaras que transmiten las imágenes en directo a millones de aficionados de todo el mundo (incluyendo a dos millones de noruegos), son una inaceptable falta de decoro y respeto al adversario. Otros quitan importancia a esos gestos, que no consideran malintencionados, y vienen a decir que los genios suelen ser así.
Detrás de esa discusión superficial, hay un interesante fondo técnico. La enorme influencia de las computadoras en la preparación de los ajedrecistas agranda el valor de una memoria enciclopédica como virtud imprescindible para triunfar en el deporte mental. Eso es válido también para jugadores como Carlsen –quien, además, es un superdotado de retentiva descomunal-, que casi siempre se salen lo antes posible de las aperturas y defensas más analizadas para que el rival deba improvisar mucho ante el tablero. Incluso en ese caso, el número de variantes que deben recordarse, para cubrir un amplio espectro de los caminos distintos que puede elegir el adversario, es muy grande. De ahí la insistencia de Nielsen sobre incluir una pequeña sesión matutina de entrenamiento.
Dado que la experiencia fue agridulce, cabe preguntarse si el despertador de Carlsen volverá a sonar a esas horas, para él intempestivas, los próximos días. Él cortó en seco cualquier intento de los periodistas de saber por qué había accedido a levantarse más temprano. Pero no es difícil deducirlo: la principal ventaja de Anand (cuya memoria también es de elefante), aparte de la experiencia, es un repertorio mastodóntico de aperturas, que le convierte en uno de los ajedrecistas mejor preparados de todos los tiempos. Si el noruego y su equipo son capaces de neutralizarla, lograrán poner el foco en un factor favorable al campeón, 21 años más joven: la resistencia física tras dos semanas de esfuerzo mental agotador, ya sea en las partidas o en su preparación, y de tensión extrema.
Pero si ello implica jugar adormilado, el remedio puede ser peor que la enfermedad. He ahí la cuestión.
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