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Djokovic, cambiar para que todo siga igual

Gana a Raonic su 20º título de la categoría y su victoria 600 en su primera cita como padre

J. J. MATEO
Djokovic celebra su victoria.
Djokovic celebra su victoria. FRANCK FIFE (AFP)

Fue un partido con triple premio: Novak Djokovic ganó 6-2 y 6-3 el Masters 1.000 de París-Bercy ante Milos Raonic, con lo que celebró su victoria 600 en el circuito y su 20º trofeo de la categoría. El resultado, fácilmente explicable a través de las roturas que logró el serbio en el arranque de las dos mangas, retrató también el hambre insaciable del número uno mundial, que se jugará el trono con Roger Federer en la Copa de Maestros. Nole llegó a París tras estrenarse como padre y sin competir desde la gira asiática. Nada de eso pareció incomodarle: se reincorporó a su dinámica ganadora como si nada hubiera cambiado en su vida.

Raonic golpea un drive ante Djokovic.
Raonic golpea un drive ante Djokovic. BENOIT TESSIER (REUTERS)

Raonic pagó ese espíritu irreductible del campeón. Djokovic se jugó los tobillos persiguiendo cada pelota, y redujo a cenizas el famoso servicio de su contrario. El canadiense, que disputaba su segunda final de un Masters 1.000 y celebraba su clasificación para el torneo de maestros, solo consiguió nueve saques directos, y, sobre todo, vio cómo el serbio reducía al 65% su éxito en los puntos ganados con el primer saque. Para Raonic eso es algo parecido a jugar sin raqueta. Significa que le nieguen sus mayores virtudes y que le enfrenten con su mayor defecto, que es el juego de fondo. Aunque sobre la línea ha dado un paso adelante, que le permite mantenerse vivo en el peloteo, sigue a una distancia sideral de Djokovic, con Rafael Nadal el rey del alto ritmo en el peloteo.

"Me hizo la vida difícil", fotografió Raonic. "Neutralizó mi saque. Incluso cuando conseguí abrir la jugada sobre su revés, se movía muy bien, me jugaba muy profundo".

El aspirante, sin embargo, vendió cara su piel. Raonic se procuró cuatro bolas de break y nunca le perdió la cara al encuentro. Aunque no sumó ninguna de sus opciones de rotura, volvió a dejar señales de que va ganando cuajo para batallas futuras. A los 23 años, el tenis que viene debe ser suyo. Le queda, en cualquier caso, un largo camino para enfrentarse a pecho descubierto con tenistas como el serbio, que lleva 27 triunfos consecutivos en partidos bajo techo: campeones como Djokovic no se van solos, hay que destronarlos. O se les expulsa o siguen reinando.

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Sobre la firma

J. J. MATEO
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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