La organización frente al caos
La modernización del fútbol alemán contrasta con los problemas estructurales argentinos
Si esta noche el capitán de la Alemania, Philip Lahm, alza la Copa hacia el cielo de Maracaná, su gesto será la recompensa a una labor colectiva: la interpretada por un grupo de futbolistas que actúa en los muy profesionalizados clubes de su país, un buen número de técnicos comprometidos y valientes y una federación con mirada larga para una planificación que acabó por incidir en las estructuras, en el estilo del juego y hasta en el gusto de los aficionados. En cambio, si es Leo Messi el que levanta el trofeo, “será mérito exclusivo de los jugadores y el cuerpo técnico. Será la pantalla que oculte la plena decadencia del fútbol argentino, cuya realidad es opuesta a lo que está viviendo la selección”, según explica el técnico Ángel Cappa.
Julio Grondona accedió a la presidencia de la Asociación del Fútbol Argentino en 1979, en plena dictadura militar. Y ahí sigue, bajo acusaciones de arbitrariedad, corrupción y nepotismo mientras el fútbol local se desangra. La mayoría de los clubes argentinos, asociaciones civiles muy permeables a una administración deficiente de sus recursos, están en las antípodas de los rentables clubes de la Bundesliga, acumulando una deuda de 300 millones de dólares. Un pasivo monstruoso que les obliga a vender futbolistas de toda edad para sobrevivir provocando un éxodo insoportable para un torneo con muchas dificultades para regenerar no ya ídolos, sino buenos jugadores.
Mientras, Alemania se ha convertido en destino preferente para futbolistas cotizadísimos. Si el torneo germano ofrece palcos escénicos cómodos, seguros y modernos que invitan al espectador a pagar una entrada, los estadios argentinos han desterrado a las familias por el temor a la violencia de las barras bravas, mafias que se han cobrado cientos de víctimas en las últimas décadas. Fernando Signorini, preparador físico de Maradona en sus tiempos más gloriosos, acaba de publicar un libro, Fútbol: llamado a la rebelión, un tratado sobre el hartazgo. “El fútbol siempre ha sido un hecho cultural, pero en Argentina se lo robaron a la gente. Esa violencia irracional, en la que se mezcla la droga y el negocio de las barras bravas que operan en connivencia con los dirigentes de los clubes o el poder político, supone la regresión del hombre a la edad primitiva”, afirma en el libro.
En Argentina, la involución tiene efectos perversos. “El juego es espantoso”, dice Cappa
¿Y qué hay del juego? Alemania asentó su particular revolución en la técnica y el factor creativo, y hasta allí se ha ido incluso Pep Guardiola. En Argentina, la involución de las dos últimas décadas tiene efectos perversos. “El juego es espantoso”, dice Cappa. Y la estructura de la liga no ayuda. Desde 1991 se instauraron los torneos cortos y esa fórmula ha degenerado en un estado de urgencia continua: “Se vive un clima de histeria donde lo único que se valora es ganar, no hay paciencia con los técnicos. Y ni hablar de proyectos”, sentencia el entrenador. Los torneos cortos nacieron para dar más emoción a la competencia. También para blindar a los grandes clubes del riesgo de un descenso. Los promedios de puntos y las singularidades de los reglamentos del fútbol argentino convierten su explicación en una tarea tan ardua como explicarle a un europeo en qué se diferencian las múltiples facciones del peronismo.
Ahora la AFA quiere aumentar la liga a 30 equipos en 2015. Signorini lamenta que el negocio devore al juego. También abomina del culto al músculo y de “una mal entendida preparación física que instiga métodos de preparación arcaicos”. En Alemania, la Federación alentó programas formativos para mejorar la técnica de sus jóvenes. En Argentina, la urgencia por vender jugadores supone un círculo vicioso que afecta al fútbol base. Signorini mantiene que entrenar es educar, pero ahora se acabaron los maestros de vida, el sistema exige ganar y los chicos ven coartada su expresividad. “Se fabrican jugadores en serie”. El año pasado, Humberto Grondona, hijo del presidente de la AFA y seleccionador sub 17, justificó la imagen de sus jugadores agrediendo y provocando a sus rivales uruguayos tras un partido oficial: “Al menos tienen sangre. Lo último que falta es tener que ganar y encima jugar limpio”.
Sobre La Albiceleste, Cappa y Signorini afilan su sentido crítico. “Antes del partido contra Holanda, los 22 jugadores [de Argentina] rindieron homenaje a la memoria de Di Stéfano. Luego parecían estar homenajeando la de Helenio Herrera”, opina Signorini. “Dicen que Mascherano es muy profesional. Yo digo que es muy amateur, porque simboliza el orgullo barrial. En el barrio el que mejor jugaba era el más respetado, y él juega pensando en los pibes pobres de la orilla del Paraná, en su San Lorenzo natal”, añade. A La Albiceleste siempre le queda la capacidad competitiva. “Cuando se ponen esa camiseta”, sentencia Cappa, “todos se creen Maradona, y eso para competir es buenísimo. A mayor desafío, más se crecen”.
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