Froome y el escondite inglés
El 101º Tour nace en Inglaterra envuelto en las dudas sobre el estado de forma del súbdito de su majestad británica ganador en 2013 y en la confianza de Contador y Valverde en sus fuerzas
La primera etapa del 101º Tour recorre hoy los páramos de Yorkshire para terminar en Harrogate, donde la mamá de Cavendish, que allí vive, espera a su hijo y espera que se vista de amarillo después de ganar el sprint, su especialidad, y donde, en los páramos, tan agradables y verdes en verano, hasta en el verano inglés, Chris Froome tendrá tiempo para inspirarse pensando quizás en las hermanas Brontë, que de esas desoladas tierras, y también de las colinas que se subirán y bajarán mañana, vivieron y escribieron.
Se supone, es un suponer, que hasta hace menos de un mes, hasta la Dauphiné y lo que allí ocurrió, el drama brontiano que más cuadraría con el estado mental del ganador del Tour del 13 debería ser Cumbres borrascosas, la historia de celos y venganza (hablamos de Wiggins, claro) en los páramos de Yorkshire de la hermana pequeña, Emily Brontë. Después de la Dauphiné, y de su triple golpe físico y moral para el inglés de Kenia y Mónaco (la caída, que le desencadenó un proceso inflamatorio casi paralizante durante unos días; la resistencia de Contador a sus ataques terribles en el col del Béal; el proceso médico-ético-mediático a que se vio sometido cuando un periódico francés desveló que, insólitamente, la UCI le había permitido correr y ganar el Tour de Romandía mientras tomaba prednisona, un corticoide raramente autorizado, por vía oral), sin embargo, la triste historia que más le inspirará será sin duda la de la pobre huerfanita enamorada y maltratada, la Jane Eyre de la hermana mayor, Charlotte Brontë.
O eso, o si la cuestión se pone trágica o shakesperiana, la duda del Hamlet, aunque el Tour no pase por Dinamarca ni huela exageradamente a podrido, pues de un día para otro, el favorito inevitable para el Tour del 14, su dorsal número uno, dejó de ser tan inevitablemente ganador antes siquiera de salir. Incluso, cuentan algunas voces desde su equipo, el Sky misterioso y, pese al origen de su financiación, escasamente británico (hay más españoles, tres, David López, Nieve y Zandio, que británicos en su nueve del Tour, solo Froome y galés Thomas; y el director, Nicolas Portal, es francés), y lo refrendan algunos de sus amigos que saben mucho, el verdadero líder del equipo inglés será el australiano Richie Porte, precisamente el mejor amigo de Froome. “Y uno que nos habría hecho mucho daño el año pasado si no lo hubiéramos eliminado en la segunda etapa de los Pirineos”, recuerda Eusebio Unzue, el director de Valverde en el Movistar, quien, desconfiado por obligación y por experiencia, no se cree del todo que Froome no sea Froome las próximas tres semanas. “No sería mal candidato Porte, pero no creo que sea el líder, y no actuaré sin olvidarme de Froome”. Y Alberto Contador, presuntamente el más favorecido por las dudas sobre Froome, tampoco quiere públicamente creerse lo de las dudas. “Froome ha sido el corredor más fuerte de los dos últimos Tours [incluye Contador entre ellos aquel del 12, el que ganó Wiggins] y es el favorito número uno este año. Y, sí, en la Dauphiné, resistiendo sus ataques en el col de Béal, mi moral subió, fue una gran prueba, pero no sé si la suya descendió en la misma medida”, dijo el español, las cejas tan afiladas como cuchillas, como su mirada, como su propia cara, el perfil de una moneda, tan fino. “Después estamos cuatro o cinco más igualados, entre los que me incluyo”.
El propio Chris Froome, en su autobiografía, The climbing, la ascensión, cuenta cómo de joven le llamaban crash Froome, por su tendencia a caerse de la bici habitualmente de las maneras más extrañas y torpes; incluso recuerda cómo ya se cayó en los kilómetros neutralizados de la primera etapa del Tour pasado, el que ganó, en Porto Vecchio, Córcega. No es una alentadora forma de presentarse al Tour del 14, un trazado que presenta solo en su primera semana numerosos lugares en los que más fácil es caerse que mantenerse en equilibrio sobre las ruedas rodantes; un recorrido en el que el refugio en el que se siente más seguro Froome, la contrarreloj larga de infinitos falsos llanos en subida, no llega hasta la penúltima jornada, pasada toda la montaña (dos llegadas en alto en los Alpes, tres duros días en los Pirineos la última semana; los Vosgos al comienzo) perdiendo así el carácter de colchón de seguridad que desempeña habitualmente para los especialistas, aunque, él, Froome, en conferencia de prensa, cuente que nada de eso importa. “Los problemas son cosa del pasado”, dijo. “Me encuentro como el año pasado, por lo menos, preparado, aunque sé que Contador, mi gran rival, ha tenido una preparación más tranquila”.
Un día de caídas previsibles es el domingo, por las carreteras estrechas, por el viento, por los nervios, por la dureza de la que se ha dado en llamar la pequeña Lieja-Bastogne-Lieja; el miércoles próximo, será la pequeña París-Roubaix, nueve tramos de pavés camino de Arenberg, entrando a cuchillo por la curva del Carrefour de l'Arbre. “Será un día de supervivencia”, dijo Contador. “Algunos pueden perder el Tour y otros ganar tiempo”. Entre estos últimos está el favorito del que menos se habla, Alejandro Valverde, quien, a los 34 años, ha descubierto el placer de la aventura de las clásicas y se siente más a gusto que nadie en terrenos de emboscadas. “A Froome no le veo tan bien como el año pasado”, dice el murciano, líder único del Movistar en el que puede ser su último gran asalto al Tour. “Veo más fuerte a Contador, y yo no estoy muy lejos. Llego muy bien, con ganas de bici y la mente fresca, más convencido y motivado que nunca”.
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