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J. J. M.
Conchita Martínez, con el trofeo de Wimbledon en 1994
Conchita Martínez, con el trofeo de Wimbledon en 1994AFP

Ahora hace 20 años, Conchita Martínez (1972) consiguió uno de los mayores éxitos de la historia del deporte español, conquistar Wimbledon imponiéndose en la final a la mítica Martina Navratilova. La actual seleccionadora femenina española, que también es comentarista televisiva y ha sido directora del torneo de Marbella (“He aprendido mucho de muchas experiencias que no sé si me hacen mayor, pero sí distinta. He crecido en todos los aspectos”), reflexiona sobre cómo aquella niña que jugaba contra un frontón en Monzón (Huesca), mientras ululaba el cierzo, llegó a coronarse en la catedral del tenis, al número dos y a tres medallas olímpicas.

Pregunta. En la final, Martina Navratilova.

Respuesta. Navratilova era todo un icono. Aquel día ella jugaba para ganar su décimo título de Wimbledon. Eso lo dice todo. Una eminencia, sobre todo en hierba. Si veías su palmarés, te podías caer al suelo. ¡Tantos títulos! ¡Guau! Era muy agresiva, incómoda, te ponía presión continuamente, cada vez te forzaba a pasarla, porque subía constantemente. Aquel año acepté mucho más lo que es jugar en hierba, acepté en positivo las situaciones cuando se ponían difíciles. Tuve partidos duros, durísimos. ¿Sentía presión? No. ¿Responsabilidad? Tampoco. ¿Una oportunidad muy grande? Sí. Tenía mucha confianza en mí misma porque en Roma había ganado a Navratilova, y eso, aunque fuera en tierra, me dio la confianza de que la podía ganar.

ASÍ LO CONTÓ EL PAÍS
ASÍ LO CONTÓ EL PAÍS

P. Le entregan la bandeja de campeona. Entonces…

R. Entonces estás en una nube. Con la carne de gallina. Pensé: ‘Ya está. Me puedo relajar’.

P. ¿Cuánta parte de ese título fue de Cecilio, su padre?

R. De este título y de todos… si me nombra a Cecilio, me nombra a la figura que a los nueve y diez años míos cogía el coche a la hora que fuese y me llevaba a jugar un torneo. Me nombra el sacrificio de un padre. Mi cómplice. ‘Yo quiero jugar al tenis, yo quiero ir a Barcelona a entrenarme…’, le decía. No sé cuánta parte tiene del título, pero muchísima. Es una de las personas que lo hizo posible y me dio la oportunidad de ser lo que he sido.

P. La hierba no era su terreno favorito. ¿Qué pasó?

R. El año que hice semifinales [1993] me di cuenta de que podía hacer algo grande. Me abrió los ojos. Tuve que modificar mi juego. Muchas veces no acepté que no pudiera jugar de una manera similar [al resto de superficies]. Tuve que adaptarme. Cuesta. Al cabo de los años, por madurez, acepté situaciones en las que supe que había que cambiar cosas, que a lo mejor iba a estar más incómoda, pero que a la larga… Hay que aceptar que la bola va rapidísima. Que los movimientos tienen que ser más cortos. Que en muchas situaciones no puedes jugar mezclando bolas altas, como me gustaba en tierra. Todo eso.

“Tuve que modificar mi juego. Adaptarme. Aceptar la hierba. Eso cuesta”

P. Wimbledon es el club de las tradiciones. Usted ha vuelto muchas veces en estos 20 años. ¿En qué cambió por dentro?

R. Era un vestuario un poco más pequeño y un poco más exclusivo. Llegabas y hasta casi te cogían el raquetero, te preparaban un baño, te lo ofrecían, era todo más servicial. Ahora, menos. Aquello era una pasada. Alucinante. Llegabas y tenías cosas de comer, te estaban continuamente sirviendo. Chocaba. Había menos gente. Ha cambiado.

“Fui a la cena de campeones con Sampras. ¡Menos mal que no bailamos!”

P. En este tiempo, las Williams han hecho campaña contra el racismo, y Navratilova abogó por la igualdad de derechos de gais y lesbianas ¿Ha cambiado la gente que hay dentro del vestuario?

R. No fueron luchas para que cambiara la gente del vestuario. Si abogas por esto, es para el mundo en general. En el vestuario hay de todo.

P. ¿Qué recuerda del baile de campeones?

R. El campeón era Sampras, que en los torneos iba muy a su bola. Él tenía mucha experiencia, no sé cuántas finales había ganado ya, y yo iba como la aprendiza. ¡Menos mal que no tuvimos que bailar! Es el baile sin baile. Antes sí que había baile, el ganador con la ganadora, y resultó que ya había solo una cena. Recuerdo el vestido. Estaba muy bien. Fui superemocionada, nerviosísima, porque tenía que hablar en público. Cantidad de fotos, de firma de autógrafos, de tradiciones. Mucho protocolo. Me pusieron en cabeza con el chairman del club. ¡Qué cantidad de fotos que quería hacerse la gente conmigo y el plato! Alucinante.

P. ¿En qué cambió el tenis?

R. Echo de menos variedad en los golpes, sobre todo en el tenis femenino. Ver de repente ángulos cortos, un cambio de altura, un revés cortado. Es importante que en las escuelas se sigan trabajando estas cosas. Lo diré mil veces: si el plan A no te funciona, tienes que tener un plan B. Sacar otro juego para hacer más daño a tu rival. Que no sea que si voy perdiendo, pierdo.

“Ahora están todas acostumbradas a siempre lo mismo. Falta alguien que varíe”

P. ¿Qué tenista de ahora juega como Conchita?

R. Ahora mismo me quedo en blanco. ¿A usted se le ocurre alguien? Variedad en los golpes, de repente jugar ángulos, bolas altas y después cambiar la velocidad con la derecha… se juega un tenis muy diferente. He jugado 18 años. Me tuve que adaptar a varias generaciones. A la mía, al cambio que llegó con Seles y las Williams… y competí con todas. Adapté mi juego a la perfección. ¿Iría bien mi juego ahora? Iría perfecto. Muchas veces lo que falta es eso: una tenista que llegue y varíe el juego. Están demasiado acostumbradas a lo mismo.

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Sobre la firma

J. J. M.
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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