La camiseta de Cafú
En julio de 2002, después de ganar la final del Campeonato del Mundo, el capitán de la selección de Brasil, Marcos Evangelista de Moraes, levantó la Copa del Mundo con los dos brazos y una sonrisa alucinada
En julio de 2002, después de ganar la final del Campeonato del Mundo, el capitán de la selección de Brasil, Marcos Evangelista de Moraes, Cafú, levantó la Copa del Mundo con los dos brazos y una sonrisa alucinada. Poco antes de hacerlo, le había indicado a un guardia de seguridad de la selección que le ayudara a escribir a toda prisa con un rotulador una frase en su camiseta a fin de que todo el planeta la leyera. Decía así: “100% jardim Irene”. Era toda una declaración de principios hecha desde la cima del mundo, una reivindicación orgullosa del propio origen humilde y del propio barrio del que uno procede. Algunos quisieron ver en eso, además, la rueda de un cambio social imparable que iba a confirmarse pocos meses después, cuando un peleón y carismático sindicalista del metal, Luiz Inácio Lula da Silva, ganó las elecciones y se convirtió en presidente de Brasil.
El Jardim Irene es uno de los barrios más pobres y violentos de la ciudad de São Paulo. Lo era cuando Cafú nació, en 1970, y lo sigue siendo. Un reportaje reciente de A Folha de São Paulo recordaba que se sitúa entre los tres más peligrosos de la ciudad, donde los niños crecen familiarizados con la visita frecuente de los coches del Instituto de Medicina Legal que entran en la zona para retirar cadáveres de adolescentes tiroteados. Aún corre sin canalizar un arroyo pestilente que se alimenta de los desechos de las miserables casas colindantes. Los vecinos lo denominan, desde siempre, según el particular diccionario realista del barrio, la Vía de la Mierda.
El barrio Jardim Irene es menos pobre y menos violento y menos triste que cuando Cafú levantó la Copa mágica
Y, sin embargo, el barrio es menos pobre y menos violento y menos triste que cuando Cafú levantó la Copa mágica. Y gracias, precisamente, a ese lateral derecho rápido, voluntarioso, polifacético y cabezón que participó en cuatro Mundiales y ganó dos. Poseía una fuerza de voluntad y una testarudez que tal vez es marca de la casa y crece en esas zonas periféricas de las ciudades duras donde no hay nada que perder y fracasar constituye un lujo de ricos que uno no puede permitirse así como así. Pero siguió adelante en su determinación de ser futbolista y burlar así al destino a pesar de haber sido rechazado sucesivamente por nueve ojeadores de equipos de la ciudad.
Y por eso, tras ganar el Mundial, el defensa y capitán de la selección ayudó a montar una fundación que lleva su nombre, financiada por varias empresas, y que tiene por eslogan “Alimentando sueños”. Según el artículo citado de la Folha de São Paulo, actualmente, hay 1.250 personas, entre adolescentes y adultos, que participan en alguno de sus talleres. Muchos más han participado a lo largo de la década larga que lleva en funcionamiento. Hay cursos de hip-hop, de informática, de inglés, de pintura de graffitis o de peluquería, entre otros. Constituyen pasaportes que sirven para no acabar cualquier tarde metido en una de esas siniestras furgonetas del Instituto de Medicina Legal.
Mientras alzaba la Copa del Mundo, el capitán Cafú también gritó, refiriéndose a su mujer: “¡Te amo, Regina!”
Pero eso es materia de otro artículo.
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