El último superiviviente español del 50
José Parra, central del Espanyol, jugó contra Chile en Maracaná hace 64 años
“Estimado señor Parra: soy un gran admirador suyo. Le envío algunas fotos suyas que me encantaría que me las devolviera firmadas. Me alegraría mucho que pudiera cumplir con mi deseo y, por supuesto, quiero agradecerle de antemano todas las molestias que se tome. Le deseo todo lo mejor para su futuro. Saludos cordiales”. Con estas palabras y vía carta el pasado 2 de febrero un aficionado alemán, Bernd Wolfsgruber, le pedía su autógrafo a José Parra Martínez (Blanes, Girona; 1925), defensa central de la selección española que se quedó a un peldaño del podio en Brasil 1950.
Hasta que Iker Casillas alzó la Copa del Mundo en el Soccer City en Sudáfrica 2010, el cuarto puesto de España en el Mundial de Brasil era su mejor clasificación. Un logro que no se olvida ni 64 años después. Así lo sabe Parra, que continúa recibiendo muestras de afecto. La desaparición de Antoni Ramallets e Ignacio Eizaguirre en 2013, dejaron al gerundense en soledad, único superviviente de aquella expedición española en tierra brasileña.
Con el defensa titular Riera en la enfermería, los entrenadores, Eizaguirre y Díaz, le dieron a Parra, que despuntaba en el Espanyol, la oportunidad de estrenarse con España frente a Portugal en el partido decisivo por la clasificación rumbo a Brasil. Fue el primero de los siete encuentros que defendió la camiseta de la selección. Una vez en Río de Janeiro, las cosas no empezaron fáciles para Parra ni para la selección. "Al principio concentrábamos en Copacabana, pero durante las noches había tanto ruido que no podíamos dormir bien. Entonces nos mudamos a una zona residencial en el Corcovado", suele recordar Parra, que, al igual que Ramallets, el primer partido del Mundial frente a Estados Unidos (3-1) lo vio sentando en el banquillo. Fue un comienzo torcido para ambos catalanes que luego se aferraron al once inicial. “Señoras y señores, acaba de marcar España un gol maravilloso”, relataba Matías Prats para RNE.
El rastro de Parra en Brasil caló tan hondo que cuando un buque de la armada brasileña atracó en el puerto de Barcelona, un grupo de marineros se acercaron al dinamitado para regalarle al defensa banderines de diferentes clubes y dejarle una placa conmemorativa
El solitario tanto de Zarra puso de rodillas a la siempre temible Inglaterra y la selección española, que ya había derrotado a Chile (2-0), se clasificó a la ronda final para pelear por la Copa Jules Rimet.
Y mientras Zarra marcaba uno de los goles más importantes de la historia de La Roja, en la otra área Parra se ganaba el respeto del mundo al secar al poderoso tanque inglés Jackie Milburn. Sorpresa mayúscula. Hasta para la Federación, que tuvo que cambiar la fecha de los billetes de vuelta porque no esperaban el pase de la selección a la liguilla final. La historia de España en Brasil terminó con un digno empate frente a la campeona Uruguay (2-2) y dos tropiezos: Brasil (6-1) y Suecia (3-1). Sin embargo, Parra se fue de Río de Janeiro con una sonrisa, único jugador español elegido en el once ideal.
El rastro de Parra en Brasil caló tan hondo que un año después del Mundial, cuando un buque de la armada brasileña atracó en el puerto de Barcelona, un grupo de marineros se acercaron al dinamitado estadio de Sarrià para regalarle al defensa banderines de diferentes clubes y dejarle una placa conmemorativa. “Mi padre siempre me decía: ‘Ves, eso que hace Beckenbauer era lo que quería hacer yo cuando jugaba. La gente no me entendía, a la pelota hay que acariciarla”, cuenta Josep Lluís Parra, el hijo del defensa. Como el Kaiser, Parra comenzó su carrera como mediocentro y en el Espanyol lo pasaron a la cueva. Elegante y fino en la salida del balón, un central anacrónico, en una época de defensas duros.
De padres murcianos, nació en Blanes y se crió en el barrio barcelonés del Poble Sec. Dejó la escuela para trabajar de aprendiz en una farmacia y luego pasó por una fábrica de puños de paraguas y otra de tejidos. Sin embargo, su vida era la pelota. Con 22 años llegó al Espanyol y se consolidó como un referente de la afición blanquiazul. Hoy, a sus 88 años, todavía vibra con la selección española y recuerda lo difícil que era marcar a César, delantero azulgrana. Y nunca se olvida de Kubala. “Todavía tengo un codazo de él marcado”, acostumbra a bromear.
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