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Al segundo palo
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

América para los sudamericanos

Sabemos que Inglaterra es la madre del fútbol, pero nosotros seguimos pensando que somos el padre aunque alguien crea que esta imagen pero resultar algo irreverente. Y así es

Jorge Valdano
Neymar, durante un entrenamiento con Brasil.
Neymar, durante un entrenamiento con Brasil.VANDERLEI ALMEIDA (AFP)

Un Mundial en Brasil suena hasta redundante: fútbol y fútbol. Pero suena bien. Un país que incorporó el ritmo y la belleza a su estilo de vida, que le arrancó todos los secretos a la pelota y que hizo del fútbol un lugar de encuentro de su diversidad racial, tiene la obligación de organizar un Mundial fascinante.

Venimos de una hermosa influencia. Hace cuatro años España ganó con un fútbol paciente y técnico que se impuso a las obsesiones tácticas y físicas que pretendían adueñarse del juego. No es ajedrez sino fútbol, no es atletismo sino fútbol, no le pertenece (solo) a los entrenadores sino (y sobre todo) a los jugadores. Y para que el juego sea de verdad maravilloso, su ombligo debe seguir siendo el balón. Eso le contó España al fútbol en el Mundial de Sudáfrica, provocando un contagio que llegó incluso a afectar a selecciones clásicas como la alemana o la italiana, que se sumaron a la tendencia de reclamar un mayor protagonismo técnico en cada partido. Eso no los hace más favoritos, pero sí menos aburridos.

Fueron los brasileños, desde el  58, los que nos enseñaron un atrevimiento casi burlón, indescifrable como un regate de Garrincha

Estaría bien y hasta sería justo que en Brasil sea otra vez el balón el protagonista. Al fin y al cabo es el que determina qué jugador es bueno, quién muy bueno y quién genio, el que también determinará qué selección se lleva el trofeo. Porque fueron ellos, desde el lejano Mundial del 58, los que nos enseñaron un tipo de atrevimiento casi burlón, indescifrable como un regate de Garrincha, sociable como una pared, único como un pueblo que nacía mezclando razas para aportarle al fútbol un ritmo nuevo. Y también fueron ellos, en México 70, los que nos dijeron que cuando la belleza se junta con la eficacia no hay más remedio que emocionarse. Aunque uno, como yo, fuera argentino, tuviera apenas 15 años y mirara los partidos en la cocina de su casa, solo. Aquel Brasil marcó mi gusto futbolístico para siempre, por eso me siento autorizado a exigirle algo más que resultados a su selección.

Thiago Silva, durante un entrenamiento con Brasil.
Thiago Silva, durante un entrenamiento con Brasil.VANDERLEI ALMEIDA (AFP)

La Selección de Brasil empieza con la mejor defensa del mundo: dos centrales confiables y atrasados (Thiago Silva y David Luiz) y otros dos centrales adelantados (Luiz Gustavo y Paulinho) que aportan solidez defensiva y algún que otro gol, pero no contribuyen mucho a la elaboración del juego. Ese sólido cuerpo central, algo pesado para la salida de la pelota, tiene dos brazos que se mueven hacia delante con la insistencia de Alves y el descaro de Marcelo. Luego, el equipo se hace más amenazante con la descomunal potencia de Hulk, el juego ligero y dinámico de Oscar, y Neymar; uno de esos brasileños hasta la médula que conecta emocionalmente con la gente y junta velocidad, ingenio y técnica para que Brasil se parezca al Brasil que nos imaginamos. Arriba, a Fred se le pide oficio y gol. En la Copa Confederaciones fueron contundentes arriba, pegaron más de lo que un árbitro debe permitir (por encima de 25 faltas por partido) y el equipo pareció estar por encima de la presión que ejercen 200 millones de locos por el fútbol. Ganaron con autoridad y eso les instaló como favoritos para el Mundial. Pero así como el fútbol exagera la vida, el Mundial exagera el fútbol y Brasil multiplicará todos esos excesos como mínimo por dos. Vivir rodeados de tanta pasión durante un mes no es una cuestión apta para gente normal. En el fútbol ni el más ingenuo aspirante a héroe ignora que al altar se va a adorar o a sacrificar. Dios te salve, Brasil, del amor y de la exigencia de tu pueblo.

Si América siempre fue para los Sudamericanos (así lo dice la historia de los Mundiales), todos los países del cono sur tienen su cuota de responsabilidad y merecen su análisis. Empecemos por Ecuador, el último en llegar al nivel mundialista y en claro ascenso. Tiene jugadores con un biotipo hecho a la medida de este juego y ha mostrado una evolución ejemplar que le ha llevado a tres de los últimos cuatro Mundiales. Curiosamente, su revolución la produjeron los entrenadores. Empezó a finales de los años ochenta cuando el montenegrino Dusan Dráskovic comenzó a trabajar la técnica de un modo obsesivo. A mediados de los años noventa, Maturana le aportó táctica a esa exuberancia física ya dotada de fundamentos técnicos. Más adelante, el carisma de Hernán Bolillo Gómez trabajó con éxito sobre la confianza de estos jugadores hasta lograr clasificar para el primer Mundial de Ecuador: Japón y Corea 2002. Luis Suárez primero y Reynaldo Rueda después, terminaron el proceso de transformación con un aporte de disciplina y orden que puso a Ecuador a resguardo de caprichos generacionales. La materia prima es excepcional y, en su mayoría, de raza negra de dos procedencias: una del Pacífico (primordialmente de una ciudad llamada Esmeralda) y otra de la altura (zona del Chota). Los primeros, abiertos y alegres; los segundos, reservados y tímidos, en todo caso resultan complementarios para un juego que siempre reclama diversidad. Ecuador aún es mejor local que visitante, pero su transformación tiene mucho más que ver con una política ordenada (donde grandes entrenadores trabajaron sin desdeñar lo que hicieron los anteriores) que con los beneficios de la altura de Quito.

Teófilo Gutierrez, una de las referencias de Colombia.
Teófilo Gutierrez, una de las referencias de Colombia.ENRIQUE MARCARIAN (REUTERS)

Y 16 años después, Colombia. De la mano de otro fenómeno generacional como el que lideró Valderrama en la década de los años noventa, aunque esta vez no podrá ser comandada por su ídolo, herido: Radamel Falcao. Pese a todo, la selección tiene estilo y personalidad. Así como en los noventa nombres como el de Higuita, Asprilla y Valderrama le daban un sabor caribeño a un fútbol que tenía un punto de extravagancia, en esta ocasión los James Rodríguez, Cuadrado y compañía tienen un carácter más formal, sin duda influenciados por sus tempranas aventuras europeas en grandes clubes. Además, Pékerman es un líder pacífico que toma decisiones arriesgadas, y supo darle a Colombia un aire clásico y un espíritu ganador, poniendo en valor el talento fresco de esta excelente camada de jugadores. En un equipo de Pékerman nunca faltará un 10 de toda la vida, los laterales tendrán un gran protagonismo y nadie rapiñará el juego para sacar un buen resultado.

A los colombianos les da miedo el optimismo después de las tremendas expectativas defraudadas en el Mundial de EEUU, donde llegaron convencidos de poder pelear el campeonato y terminaron perdiéndolo todo, incluso la vida de su capitán, Andrés Escobar, muerto de muchas balas pocos días después de ser eliminados. Metáfora de un país que en esos tiempos ardía por la violencia de todo signo y que hoy lucha por la paz. Aunque solo sea por esa esperanza, espero que Colombia sea una de las selecciones revelación que la convierta en protagonista de una nueva y mejor metáfora.

Alexis Sánchez, el líder del ataque chileno.
Alexis Sánchez, el líder del ataque chileno.Ryan Pierse - FIFA (Getty)

Si seguimos bajando por el Pacífico nos queda Chile. Jorge Sampaoli es un entrenador tenaz al que conocí en mi pueblo hace 20 años una tarde que vino a visitarme y me acorraló a preguntas. Aquel día le comenté a un amigo que anotara ese nombre porque el fútbol es muy generoso con los locos. Efectivamente, Sampaoli empezó siendo un admirador hasta convertirse en un buen pichón de Marcelo Bielsa, y eso a Chile le va bien. Se trata de un equipo sólido, intenso y con un nivel de organización superior al de cualquier selección sudamericana. Nada de lo que dije resulta muy excitante y eso no le hace justicia porque Chile, juegue contra quien juegue, siempre reclama protagonismo. Tendrá adelante a dos selecciones, España y Holanda, que se sienten dueñas de la pelota. Pero Chile se la disputará. Parece que los dos finalistas del último Mundial tienen muchas posibilidades de clasificar. Pero Chile los complicará. Alexis, al que tanto le costó entrar en la estricta horma estilística del Barça, se desprejuicia con la camiseta de Chile y aumenta su nivel hasta reclamar la condición de líder del equipo. Esa transformación simboliza un nuevo Chile, con una fuerte autoestima y al que no me gustaría tener delante en Brasil.

Si giramos la vista hacia el Atlántico nos encontramos con el Río de la Plata, donde residen cuatro Mundiales, dos para Uruguay y otros dos para Argentina. Uruguay fue el primer país que conoció la gloria futbolística y ese honor se transforma en orgullo cada vez que pisa una cancha cualquiera de sus tres millones y medio de habitantes. Fueron cuartos en Sudáfrica con un juego austero, seco, épico como su propia historia. Nada mejor para explicar su fuerte sentimiento colectivo que el ejemplo de Fusile. Corría el minuto 119 de la prórroga de cuartos de final entre Ghana y Uruguay, y seguían 1 a 1. Ghana disfruta de una última oportunidad gracias a una falta lateral que comete nuestro amigo Fusile. Llega el envío al área, alguien la peina en el primer palo y la jugada se envenena. Un tiro que rebota, la pelota que se eleva, Muslera (portero uruguayo) que mide mal en su desesperada salida y Prince Tagos que cabecea limpio y desde cerca. Si nadie lo remedia, eso es gol. El mismo Fusile se esfuerza por llegar incluso con las manos, pero es de muy baja estatura y la pelota sigue su rumbo. Solo unos centímetros más atrás, Luis Suárez, la gran figura del equipo, evita el gol con una parada magnífica que tiene una mala noticia dentro: es penalti y expulsión. Fusile se levanta como un rayo y con unos reflejos inolvidables va hacia el árbitro y le dice, muy serio: “Tiene razón señor. Écheme”. El árbitro no picó y terminó expulsando a Luis Suárez, pero queda el gesto generoso de un jugador dispuesto a renunciar a su propia gloria con tal de evitar la pérdida del mejor hombre de su equipo. Ghana falló el penalti, Uruguay siguió hasta semifinales con un inolvidable lanzamiento a lo Panenka de El Loco Abreu y la historia de Fusile me sirve desde entonces para definir lo que debe ser un equipo.

Luis Suárez, icono uruguayo.
Luis Suárez, icono uruguayo.PABLO PORCIUNCULA (AFP)

Uruguay llevará a Brasil ese espíritu colectivo, esa astucia barrial y esa familiaridad con lo imposible. También llevará a Cavani y a Luis Suárez, una de las mejores parejas de delanteros que existe. Los viejos próceres del fútbol uruguayo ya plantaron una heroica bandera en un Maracaná con 200.000 brasileños dentro, cuando Obdulio Varela le dijo al equipo, antes de salir al estadio hirviente, que “los de afuera son de palo”. Fue en la extraordinaria final del 50 que aún admira el mundo y no olvida Brasil. Los actuales jugadores uruguayos andarán por ahí con bermudas, chanclas y un mate debajo del brazo porque cuando se defiende la celeste hay que volver a la humildad y el espíritu amateur de sus heroicos antepasados. Se clasificaron con angustia, pero a estas alturas solo un idiota puede subestimar a Uruguay.

Si Argentina gana el pueblo le pondrá a Messi la corona de laureles de Diego; de lo contrario, la de espinas

La espera se nos está haciendo demasiado larga a los argentinos. Ya pasaron 28 años desde que Maradona le ganó la revancha de las Malvinas a los ingleses, puso de pie al planeta entero y rememoró al Pelé del 70. Desde entonces, a Diego le escribieron cien canciones, le santificaron y acabó instalado en el ideario colectivo entre Evita y el Che. Todo eso es muy divertido, pero desde entonces Argentina no gana. Así en la política como en la cancha, siempre estamos a la búsqueda del hombre providencial, y el del próximo Mundial se llamará Leo Messi, un Maradona discreto fuera de la cancha y un genio con parecidos superpoderes dentro. Si Argentina gana el Mundial el pueblo le pondrá la corona de laureles de Diego; de lo contrario, la de espinas. A la emoción no se le puede pedir ni medida ni sentido de la justicia. Habrá que apiadarse de Messi desde ahora mismo porque haga lo que haga será víctima del exceso.

Para levantar la Copa alcanza con uno, pero para ganarla se necesita un equipo. Messi tiene sus alrededores muy bien surtidos con Di María, Higuaín y Agüero. De ahí para atrás solo Mascherano tiene una trayectoria equiparable a la de los delanteros, pero su batuta de mediocampista marca mejor el ritmo defensivo que el de distribución. En todo caso, será una figura clave para asegurar el funcionamiento del equipo a la espera de que Messi y su pandilla le encuentren la vuelta a la pelota para alcanzar el gol.

Todas estas selecciones pelearán para que la Copa se quede una vez más en Sudamérica, pero que nadie espere una alianza para mantener ese honor, porque en el fútbol la cercanía es un agravante de la rivalidad. No hay nada peor que perder ante un vecino. Sabemos que Inglaterra es la madre del fútbol, pero en Sudamérica seguimos creyendo que somos el padre. Hay quién creerá que en esa imagen hay algo irreverente. Por supuesto que sí. ¿O ustedes piensan que jugar al fútbol en Sudamérica tiene algo que ver con el respeto? Tiemblen europeos, se encontrarán con Sudamérica en Sudamérica: el fútbol hecho talento y tormenta.

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