Ferrer, el superviviente

Roland Garros vive lo más parecido a una escabechina en primera ronda. Bajo el cielo plomizo de París van inclinándose algunas raquetas que llegaron con legítimas aspiraciones a competir en las rondas nobles del torneo: si el lunes se despiden Stan The Man Wawrinka y Kei Nishikori, el martes son Grigor Dimitrov (6-4, 7-5 y 7-6 ante Karlovic) y la china Li Na (7-5, 3-6 y 6-1 ante Madlenovic) quienes sacan bandera blanca. Mientras todos esos resultados son digeridos por la caseta, donde los veteranos, tenistas que jugaron finales parisinas, lamentan la mala disposición de las nuevas generaciones, su poca inclinación a sufrir cuando no sale el sol y reina el frio, cuando hay que ganar con el corazón y no con el talento, David Ferrer se lleva su debut en un suspiro (6-4, 6-3 y 6-1 ante el holandés Sijsling). El finalista de 2013 es viento en torbellino y gota en agua, porque a los 32 años ya no le impresiona que el día sea de perros. Sabe qué caminos son los que llevan hacia la victoria.

“Intento no pensar, intento adaptarme”, resumió el número cinco mundial sobre el viento y el frío, que tanto pesan en otros tenistas . “Aquí los partidos son muy cerrados, los resultados muy apretados, en los grandes siempre hay sorpresas… este es un deporte difícil. Hoy hacía viento, el día era pesado, no era fácil mover la pelota. Estuve consistente, concentrado…”.

La ley de la pista suele premiar al más fuerte. Ese dorsal no se defiende con el ránking, los títulos anteriores o la fama, sino con la raqueta, los pulmones y las piernas. En París, un puñado de favoritos se vio sorprendido por unas circunstancias de juego incómodas y no supo adaptarse, agarrarse a la pista y apretar los dientes. “Yo”, se sinceró Li; “creo que da igual quién tuviera delante hoy, porque hubiera perdido con cualquiera. Regalé el partido con mis errores”. También se lamentó Dimitrov: “Fue una lección”, admitió el búlgaro, que venía de alcanzar las semifinales de Roma. Mientras los derrotados reflexionaban sobre su destino, Ferrer callaba camino del vestuario. Vivo para luchar otro día.