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Un Giro escrito en la arena

Nairo Quintana empieza a dar muestras de su capacidad y el líder, Urán, de vulnerabilidad en la llegada a Oropa

Carlos Arribas
Nairo Quintana, en su llegada a Oropa
Nairo Quintana, en su llegada a OropaHarry Engels - Velo (Getty Images)

Esto es un Giro escrito en la arena, una narración muy colombiana que se borra al día siguiente de haber sido escrita, parecía, de forma definitiva, y debe ser iniciada de nuevo. Como si en cada final de cada historia se encontrara la semilla de la siguiente, de su contraria. Una semilla que puede ser tan mínima como los 25s en que Nairo Quintana aventajó a Rigo Urán, de rosa, en la primera etapa alpina.

El Giro 2014 comienza cada día, y lo hace al ritmo en que se hacen más fluidas las mucosidades que ahogan a su gran escalador, a Nairo Quintana, quien, a la sombra de un sombrío santuario perdido en mitad de las montañas y coronado con la leyenda “Oropa Regina Montis” (Oropa, que así se llama la virgen del lugar, también negra, reina de los montes, y su nombre quiere decir casi eso, Oropa: la montaña del torrente), dice al terminar la etapa 14ª (dos semanas más dos días de descanso ya, desde Belfast, tan lejana): “Ha llegado la montaña de verdad”. Y su director, José Luis Arrieta, como un eco, los pies bien asentados sobre el porfidio negro, el pavés que cubre los caminos del lugar: “Su Giro empieza ahora”. Y, al mismo tiempo, siguen terminándose los giros de los demás, de Urán, de Evans, de Pozzovivo, el pirómano… Y sus compañeros, Ventoso, Castroviejo, Izagirre, Herrada, Anton, Malori…, a los que solo abandona en la carretera cuando el deber le llama (es decir, cuando Pozzovivo enciende la carrera) se admiran de su capacidad para seguir respirando fuerte en mitad del esfuerzo pese a la enorme cantidad de mocos que sus narices producen aún, y de cómo él, Nairo, el escalador, responde.

Urán al frente del pelotón
Urán al frente del pelotónBryn Lennon - Velo (Getty Images)

En estas, entre el guirigay de globeros chillones que invaden todos los rincones de la enorme explanada mariana, se oye la gran voz de Davide Bramati, el director del Omega, el equipo alfa del Giro, el equipo de Urán, el líder: “¿Y toda esta película por una ventaja de 25s en cuatro kilómetros? Anda ya…”. Y quizás Bramati, veterano de aquella época, recuerde demasiado bien la exhibición de Marco Pantani en esta misma subida hace 15 años, pocos días antes de ser expulsado de su Giro por exceso de hematocrito, su remontada brutal, excesiva, un sprint en cada repecho, después de sufrir una avería a ocho kilómetros de la cima: quizás eso, ese imposible, le engañe a Bramati.

Mal que le pese a Bramati, y pese a las palabras de su corredor, de Urán (líder por 32s sobre el segundo en la general, Evans, y aún más de tres minutos sobre Nairo, aún sexto), que quieren ser de calma —“estoy tranquilo, todo fue fenomenal, se trata de llegar de rosa a Trieste, no de derrochar energías todos los días…”, y así—, la película tiene base. Bastó con que Julián Arredondo, otro dinamitero colombiano, qué piernas más potentes las del líder de la montaña, acelerara ligeramente la marcha a ocho kilómetros de la cima para que un día de marcha tranquila para Urán y sus omegas, fuga en la distancia, pelotón aún bastante amplio en el último de los tres puertos, se convirtiera en una carrera por la salvación. Bastó con que, solo cuatro kilómetros más tarde, Pozzovivo, dinamita en miniatura, nitroglicerina de mirada impasible la del italiano, viera que llegaba un desnivel de su gusto, para que Nairo se olvidara de sus mocos, Urán de su resistencia, y los demás, los jóvenes que llegan (Aru, Majka, Kelderman) supieran que delante se desarrollaba una lección de ciclismo que les vendría bien aprender.

Atacó Pozzovivo y solo Quintana, que aún no se perdona no haberlo podido seguir el día de Sestola, fue capaz de aguantar el tirón y de pegarse a su rueda

“Al principio de la etapa tenía dos interrogantes que quería resolver: ¿cómo estoy?, ¿cómo están?”, dice Quintana. “Y yo, aunque he sufrido bastante, estoy mejor”. Y de Urán no habló, no quiso analizar, decir claramente, que los 25s son una muestra de vulnerabilidad del líder. Y aún queda la montaña más alta, los puertos de más de 2.000 metros de altura, los Dolomitas… “Este resultado me da confianza para lo que queda después de haber estado sufriendo todo el Giro, primero con la caída, luego con la gripe…”.

Atacó Pozzovivo y solo Quintana, que aún no se perdona no haberlo podido seguir el día de Sestola, la estación de esquí de Bolonia, fue capaz de aguantar el tirón y de pegarse a su rueda. “Sufrí y sufrí, y solo pude pegarme a su rueda y resistir”, dice el colombiano, que al final esprintó, y sacó segundos a todos los favoritos, unidades sueltas que llegaban asfixiadas y dando botes. “Y Pozzovivo se enfadó conmigo porque no le di relevos, y tiene razón. Pero yo no podía más… Ya sabía que si íbamos relevando sacaríamos más tiempo, y a mí también me interesaba, pero no podía…”.

Por delante de ellos, ya habían cruzado la meta la docena de corredores supervivientes de la gran fuga más Rolland y Hesjedal, orgullosos atacantes desde el puerto de segunda. Ganó la etapa el italiano Battaglin, otro de los jóvenes que llega, otro Ulissi, otro Canola… Y en la RAI proclaman: “El ciclismo italiano está renaciendo”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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