Juicio a Ancelotti
La final de Lisboa se presenta como un examen para el entrenador del Madrid, muy vigilado por la directiva
Las mañanas en la zona noble del Bernabéu se agitan con un chisporroteo nervioso cuando circulan los últimos chascarrillos de Florentino Pérez. El 25 de octubre, el presidente, que pontifica con el gracejo castizo de Chamberí, juzgó la entrevista que Carlo Ancelotti había dado en la SER. El técnico confesó que le gustaba vivir en Madrid porque, desde que había dejado Italia por Londres y París, disfrutaba conociendo “las culturas de las ciudades”.
—¿Pero éste quién se cree? ¿El de las guías Pilot?
Los empleados se morían de risa con la agudeza, que atribuyeron a Florentino Pérez. Con buen ojo, el mandatario había insistido durante años en contratar al italiano. Cuando finalmente le incorporó, se mostró fiscalizador. Desde el inicio de la temporada en el club se fue extendiendo una idea del entrenador como de un hombre tentado por la vida muelle. Frente a Mourinho, que cultivó el mito del caudillo estajanovista, en la imaginación de la cúpula madridista el recién llegado se representó como un simple futbolero de costumbres algo provincianas que, a sus 54 años, había hecho carrera obedeciendo a un ramillete de magnates encabezados por la familia Agnelli, Silvio Berlusconi, Roman Abramovich y los príncipes cataríes. Lo interesante de Ancelotti, en el imaginario de este sector del palco, no era tanto el entrenador en sí como los jefes importantes a los que había servido.
La plantilla le reconoce inteligencia para anticipar problemas, sentido práctico y bonhomía
La imagen de obsecuencia se deshizo con el torbellino del clásico de Liga en el Bernabéu. Entonces, tras las derrotas contra el Barça y el Sevilla, le llamaron distintos funcionarios próximos a la dirigencia para sugerirle que "por el bien del club" hiciera declaraciones públicas contra los árbitros y denunciara algo parecido a una conspiración dirigida desde los órganos federativos, tal y como había hecho Mourinho cada vez que quería distraer la atención. Un día, conteniendo su hartazgo, el técnico interrumpió a su interlocutor y le invitó a trasladar su mensaje hacia arriba con tono intimidante. “Este es el club más grande del mundo y aquí estas cosas no corresponden”, le oyeron decir. “Soy la única persona que ha ganado dos Copas de Europa como jugador y dos como entrenador. Yo no necesito hacer el ridículo para que me respeten”.
Muchos verificaron entonces que Ancelotti era receptivo pero no estúpido. Lo que pusieron en duda fue su compromiso, a pesar de que procuró cumplir con las prioridades trazadas por Florentino Pérez cuando fue a ficharle a París hace un año. El técnico hizo lo posible por introducir a Bale, Illarra e Isco en el modelo. Trató de darle al equipo una impronta dominante limpiando la salida del balón. Pero el Madrid no llegó a jugar el fútbol de salón que ambicionaba su presidente. Eso justificó el inicio de las discrepancias. La directiva señala que la culpa es del entrenador al que brindó “la mejor plantilla de la historia del club”. Ancelotti, que no decidió fichajes, sostiene que la plantilla fue concebida para jugar con tres puntas (Bale, Benzema y Cristiano) que solo brillan con grandes espacios. Para proveer espacios en campo contrario hay que replegar al equipo y defender. Entonces se manifiesta el problema: faltan centrocampistas puros, y la solución del repliegue puede convertirse en una trampa por la escasez de robo y de salida. Para evitarlo fue preciso modificar la naturaleza ofensiva, o distraída, de gente como Isco, Modric, Di María o Illarra.
Si en el Bernabéu existen sospechas sobre su competencia, en Valdebebas el respeto al entrenador es general. Los empleados y los jugadores que observan su labor a pie de campo reconocen inteligencia para anticipar problemas, sentido práctico y bonhomía. Ancelotti admite estar satisfecho. Cree haber logrado la versión más competitiva posible con los futbolistas a su disposición. Esto es evidente. Ningún jugador ha rendido por debajo de su nivel. Con el italiano se estableció Jesé, el mejor canterano en más de una década. Otros, como Pepe, Ramos, Coentrão, Di María, Modric o Benzema, completaron el mejor año desde que están en el club. Bale, que hizo la transición desde el fútbol británico, siempre tan delicada, se adaptó con éxito.
“Carlo”, concluyó Casillas, esta semana, “nos ha dado más compañerismo, ha hecho más grupo, y ha pedido más responsabilidad a jugadores que no la estaban teniendo”.
Las personas que conviven con Ancelotti aseguran que sus juicios dieron siempre en el clavo y que jamás rehuyó las decisiones difíciles, algunas impuestas desde el club. Él transmite una sensación de desamparo. Estaría encantado de seguir al servicio de un escudo que le fascinó desde niño. Pero sospecha que, o gana la Décima, o sus días en Madrid estarán contados.
Llegada del Madrid a Lisboa
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.