La malquerida


La Liga ya no tiene remedio, se acabó como tal el domingo, cuando Willy Caballero le sacó a mano cambiada un remate de gol a Adrián en el Calderón. Ahora mismo resulta difícil imaginar una mejor jugada para poner el punto final a un campeonato que se consume de mala manera desde que los aspirantes al título compiten a derrotas y empates, como si la victoria penalizara o estuviera mal vista. Alargar el campeonato hasta la última jornada es un escarnio que solo beneficiaría al Madrid, el único equipo que al final se ha quedado precisamente fuera de la disputa del trofeo, como si no le diera importancia, convencido de que no hay más vida en el fútbol que la Décima.
Al Atlético y al Barcelona les conviene por tanto dar también por acabado el campeonato y convertir el partido del Camp Nou en una final propia de la Champions. Hay que dar valor a la cita, como única e inédita, nada que ver con el torneo en juego, o en caso contrario continuará el suplicio, la penalidad, el error frente al acierto, la desventura, la risa nacional. El sábado no hay más partido en juego, ni distracción, ni conexión simultánea, que la del Barça-Atlético. La expectación se centrará en el campo del Barcelona y la naturaleza de los dos contendientes da precisamente para presenciar el mejor de los culebrones si no lo remedia el fútbol. No hay dos clubes más pasionales que los candidatos a ganar la Liga.
Los azulgrana han sobrevivido a una plaga de calamidades, como si pesara una maldición sobre el club y el equipo no hubiera sido el líder durante 23 jornadas, muchas más que el Atlético (10) y por supuesto que el Madrid (4), y los rojiblancos se han batido con suficiente grandeza en los distintos frentes como para combatir la leyenda del Pupas. Ambos deben huir del miedo, del miedo al fracaso y del miedo al ridículo, y sobre todo del miedo al que dirán, si es que se puede huir del miedo, y afrontar la contienda sin coartadas y con la mayor valentía.
Alargar el campeonato hasta la última jornada es un escarnio que solo beneficiaría al Madrid,
El juego de los últimos partidos ha sido mayormente cobarde, o al menos poco atrevido, y la trayectoria del Barça no contempla precisamente muchas jornadas estupendas. Ha sido seguramente el peor año en mucho tiempo de Messi y, a falta de decisiones corporativas, ha habido un carrusel de dimisiones a título individual, desde la del presidente Rosell a la del capitán Puyol y a la del portero Valdés. No se le da continuidad al actual Barça, necesitado de una profunda reestructuración, incapaz de dejar huella en el presente ejercicio 2013-2014. No será una temporada para recordar en el Camp Nou.
El Atlético, en cambio, dejará huella, por su competitividad, por discutir un bipartidismo que tiene harta a la clase media y por jugar con un punto de fiebre que le ha permitido ganarse al pueblo, al espectador que no es ni va con el Barça o el Madrid. A partir de la exigencia diaria, ha llegado a conquistar Stamford Bridge. Además del Madrid, hay muy pocos equipos que pueden ganar la Copa de Europa después de perder la Liga. El caso contrario es el Barcelona. Los muchachos de Simeone desafían ahora a los dos: a los barcelonistas en el torneo doméstico y a los madridistas en la competición europea. El reto es mayúsculo y en consecuencia exige un acto de afirmación final del Atlético. No se trata de un intruso que ha acabado con el litigio que tenían el Barça y Madrid por los más de 100 puntos y los más de 100 goles sino que se presenta como una alternativa futbolística en España y también en Europa.
La propuesta del Atlético y la capacidad de supervivencia del Barcelona, que ha dado una continuidad sin precedentes a su éxito, invitan a dignificar el partido del sábado en el Camp Nou. Puede que los últimos marcadores sean mezquinos, que en el inventario final las jugadas se impongan al fútbol y es hasta posible que se imponga renegar de la Liga. Nada está en contradicción en cualquier caso con la felicidad que supone ganar el título en el último partido, los dos candidatos mano a mano, como si fuera la final de la Copa o de la Champions, cuando solo se rebobina la memoria futbolística para bien, nunca para mal. No le queda más salida al Barça ni al Atlético que glorificar la jornada del sábado o, en caso contrario, se exponen al peor final: si no lo remedian, el último tramo del campeonato está resultando tan disparatado que en el Camp Nou se impone un gol en propia puerta de cualquiera de los dos equipos para decidir el campeón. Que no se dejen enredar o les embauquen —que diría Laporta— con el cuento de la malquerida.
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