La vida alrededor de un balón
Vilanova fue 12 años futbolista profesional, además de pasar tres cursos como director deportivo y ocho en los banquillos
No había nadie mejor para explicar el fútbol, toda vez que Pep Guardiola, entonces entrenador del Barcelona, solo atendía en las ruedas de prensa por lo que apenas se podía mantener un diálogo o profundizar en un tema específico. Pero Tito Vilanova, segundo hasta que tomó el relevo en 2012
, encontraba a veces un hueco para atender a las preguntas de los periodistas, sobre todo si versaban sobre el juego del Barça, inquietudes del balón. No era extraño que su voz apagada cogiera ritmo y se extendiera en las explicaciones del porqué se atacaba por ahí, del porqué el balón se sacaba desde ese lugar, del porqué se presionaba en tales zonas… “¿Lo has entendido?”, cuestionaba al final. Le preocupaba transmitir la idea del cuerpo técnico. Y le daba vueltas sin parar al juego, hasta el punto de que Andoni Zubizarreta, director deportivo azulgrana, llegó a decir que “trabaja dormido”. Pero la enfermedad le privó de ocuparse del grupo y de hacer lo que siempre hizo, rodeado de balones.
Tito llegó a La Masia a los 14 años, procedente de Bellcaire d’Empordà, un pueblo de unos 500 habitantes en el corazón de Girona. Centrocampista que en ocasiones actuaba de mediapunta, cómodo con alguien físico por detrás, brillaba en la conducción y en el pase, por más que siempre estuviera a la sombra de Guillermo Amor, el futbolista en el que todos los jóvenes de la cantera se fijaban, como el propio Guardiola. Pero Tito se ganó su sitio en un equipo de futbolistas con pinta de Primera, como Sebastián Herrera, Sergi López –era el hermano de Gerard, ahora seleccionador de Cataluña-, Jordi Roura –su segundo en el Barça-, Cristóbal Parralo y, un año después, Chapi Ferrer. Juego de jerarquía que se explicó en dos finales juveniles de la Copa del Rey: un espléndido 6-3 sobre el Madrid; un ajustado 2-1 sobre el Athletic con gol sobre la bocina del 7, de Tito.
Asentado en el filial azulgrana de Lluís Pujol, entonces Barça Atlètic, la falta de resultados en 1989 –descendieron de Segunda a Segunda B- y que Danny Muller era su rival por el puesto (además del yerno del propio Johan Cruyff, entrenador del primer equipo), hicieron que Vilanova perdiera protagonismo en el club. Aun así, el holandés le llamó para disputar dos amistosos, el primero contra el Banyoles (2-6; día en el que también se estrenó Pep); el segundo ante el Palamós (2-1), siempre figurante en las segundas partes.
Sin más recorrido como azulgrana, Vilanova se marcha al Figueres de Jorge D’Alessandro, equipo en el que llegaría a jugar la promoción de ascenso a Primera en 1992. Allí, además, coincidió con Aureli Altimira, Albert Valentín y Pere Gratacós, actual preparador físico, responsable de la gestión de la secretaría técnica y relaciones deportivas del Barcelona, respectivamente. También estaba otro exazulgrana, Alejo Indias, uno de los pioneros en ponerle el apodo de Marqués, toda vez que era fino y elegante en el manejo del balón al tiempo que siempre quería el césped bien regado y bien cortado, pendiente de cualquier detalle. “Manejaba códigos, valores de vestuario y era riguroso y analista. Tito ama el fútbol”, le reconocía D’Alessandro. Su excelente participación en el Figueres hizo que el Celta le diera la tentativa de Primera, donde pasó tres años. Época de elogios y críticas entremezclados porque era un jugador técnico en un equipo al que se le exigía brega y pelea, siempre con el descenso como alarma. Por lo que a su inicial efervescencia del primer curso le siguieron dos temporadas de ostracismo con Txetxu Rojo y Carlos Aimar. “Vivíamos uno frente al otro, íbamos a entrenarnos juntos y las conversaciones eran de fútbol y más fútbol”, recordaría Patxi Salinas.
Entrenó al Cadete B del Barça, la generación del 87, con intérpretes como Piqué, Cesc y Messi
Terminado el sueño de Primera, Tito nunca renunció a darle al balón, feliz por defender a equipos de Segunda como el Badajoz, donde, de la mano de Colin Addison –exjugador de Arsenal y técnico del Atlético, entre otros- se quedaron a un tanto del ascenso, con Tito más escorado a la derecha, una suerte de volante. Un año más tarde, ya en 1996, fichó por el Mallorca de Víctor Muñoz y Pichi Alonso, despedidos del equipo en abril cuando eran líderes. Logrado el ascenso, en cualquier caso, Tito se marchó al Lleida de Juande Ramos. Un año más y de nuevo las maletas para jugar, de 1998 a 2000, en el Elche, donde le entrenó Bartolomé Plaza y después, otra vez, D’Alessandro. Pero su carrera se acabó dos cursos más tarde, en la Gramenet, donde compartió vestuario con Oleguer.
A Tito no le costó nada coger la pizarra al colgar las botas; en el mismo 2002 entrenó al Cadete B del Barça, uno de los grandes equipos de La Masia, la generación del 87, con intérpretes como Piqué, Cesc y Messi, entre otros. Pasó después por el Palafrugell, probó fortuna como director deportivo del Figueres y Terrassa, y en 2007 atendió la llamada de Pep Guardiola para ser su segundo en el filial del Barcelona. Ascenso, títulos y gloria después, cogió las riendas del primer equipo. “Continuaremos jugando igual para ganarlo todo”, aseguró. Y el Barça empezó como un tiro, espectacular porque ganó 17 partidos y empató uno, ante el Madrid (55 de 57 puntos posibles), récord histórico en la Liga. Si bien después se desinfló, ya con Tito en Nueva York y con Jordi Roura en el banquillo, vapuleados ante el Bayern en Europa, el grupo logró imponerse en la Liga con 100 puntos, otro récord del Barcelona, el récord de Tito.
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