El Athletic respira
Dos goles de Aduriz dan la victoria a los rojiblancos ante el Levante y les permite asentarse en la cuarta plaza
Aunque parezca mentira, hubo un tiempo en el que había jugadores que no querían ganar de penalti. Les parecía una deshonra o si se prefiere un desdoro. El Athletic pertenece a ese realismo mágico que aparece en los cuentos de fútbol de Valdano, de Fontanarrosa, en los que es difícil mediar entre la realidad y la fantasía. El Athletic ha bajado la magia al suelo y tampoco quiere ganar de penalti. O no sabe. O no le gusta. ¿Quién sabe? Los penaltis en el Athletic son un castigo, un acto de honradez a veces recompensado, a veces condenado. Ocho le han pitado en esta Liga, con el que le hizo Juanfran a Muniain ayer en Valencia, y solo ha marcado cuatro, la mitad, que es una decisión salomónica entre el realismo y lo mágico. Ayer le tocó a San José cargar con el muerto y lo tiró un metro más allá del palo que abandonó Keylor Navas, engañado. De penal no se gana, debió pensar San José, con su alma de laborioso carpintero. Si el resto no acierta no voy a ser yo quien les deje en mal lugar. Era el minuto 10 y el Athletic, que siente el aliento de un Sevilla desbocado hacia la Champions, se había adueñado del partido jugando al primer toque, a la primera idea, con la quinta velocidad metida, sin miedo, con ansia.
Pero el realismo mágico también tiene su justicia poética. Cuatro minutos después de mandar a la valla publicitaria aquel penalti, Aduriz enganchó un disparo, a pase de Susaeta que dio en Simao y despistó a Keylor Navas. La dificultad como aliado, el placer (de la pena máxima, en el fútbol es así) como desavenencia. El Athletic escribió en un renglón torcido una frase perfecta, porque el Levante se parecía poco a sí mismo: apenas presionaba, los laterales no subían nunca y los centrales marcaban por delante. Al resto, así, le quedaba poco que hacer.
LEVANTE, 1; ATHLETIC, 2
Levante: Navas; Vyntra (Pedro López, m. 45), Rodas, Juanfran, El Adoua; Pape Diop (Sèrgio, m. 45), Simao; Xumetra (Babá, m. 75), Casadesús, Rubén; y Barral. No utilizados: Javi Jiménez, El Zhar, Nikos y Nagore.
Athletic: Iraizoz; De Marcos, San José, Etxeita, Balenziaga; Iturraspe; Susaeta (Toquero, m. 86), Mikel Rico (Morán, m. 31), Herrera (Beñat, m. 79), Muniain; y Aduriz. No utilizados: Herrerín, Iraola, Albizua y Guillermo.
Goles: 0-1. M. 14. Aduriz. 0-2. M. 44. Aduriz. 1-2. M. 66. Rubén.
Árbitro: Estrada Fernández. Expulsó a Barral, tras el partido. Amonestó a Rubén, Casadesús y Erik Morán.
Ciutat de Valencia. 14.000 espectadores
Y tanto marcar por delante acabó por favorecer el contrabandismo de Aduriz. Al borde del descanso, un centro bien tocado de Herrera, pilló a Juanfran mirando al balón en vez de al delantero y el guipuzcoano a placer puso el balón en la red. Diríase que a Aduriz le gustan más los remates de cabeza que los penaltis: siente más placer con la cabeza que con el pie.
Pero entre medias ocurrió una circunstancia singular. Una entrada fea, desproporcionada y a destiempo de Casadesús a Mikel Rico dejó al jugador mallorquín en el campo (no hubo ni tarjeta) y al vizcaíno en el banquillo, con el tobillo hecho fosfatina. El Athletic lo notó porque Rico le da no solo solvencia defensiva, sino invitación ofensiva. Su sustituto, Morán, se cuidó de secar el huerto propio sin regar el ajeno.
Necesitó un tiempo el equipo de Caparrós para entender el partido. Quizás aliviado por la permanencia casi matemáticamente conseguida, relajó el músculo, como los gladiadores actuando en días laborables. Se desgañitaba el técnico pidiendo intensidad, pero más que voces les llegaban ecos. Ni Diop ni Simao aguantaban el centro del campo y Munian y Herrera aportaban la sutileza necesaria para dibujar entre líneas. Tenía que cambiar el Levante sí o sí, parecerse a su autor aunque no fuera en su mejor novela. Y cambió tras el descanso. La entrada de Pedro López y Sergio le dio agilidad, movilidad, determinación. El resto lo hizo la obligación de ser quien es.
Era otro Levante y otro Athletic Un poco mejor los granotas, muy mal los rojiblancos, y como el partido estaba abocado al realismo mágico, la novela de Valencia encontró su víctima y sus circunstancias. Un centro de Rubén, al que Muniain dejó ir como a quien se la ha escapado el tren sin prisa, dio en la pierna de... San José para superar a Iraizoz. Penalti fallado, gol en propia puerta, gol en la suya de Simao. Quedaba Aduriz como garante de la novela clásica, pero el partido cogió un aire de novela negra, a falta de desenlace. Barral quiso ser el asesino, pero se le vio el puñal de madera. Y Aduriz, que era mayordomo y propietario, era el asesino real. Clasicismo para el realismo mágico.
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