La Real disfruta de un instante
La conexión entre Rubén Pardo y Vela aniquila a un Valladolid que desaprovecha su dominio
Hay goles que para unos son arte y para otros una escombrera, es decir, lo que construyó Rubén Pardo con un golpe sutil y lo firmó Carlos Vela con una pincelada sublime, para el Valladolid fue como un desahucio del encuentro. Más que envalentonar a una Real apocada hasta entonces, convirtió al Valladolid en un conjunto apocado. Al primer golpe se fue a la lona y eso que había salido a por todas, ocupando la escena, mirando a la cámara y dejándole a la Real un papel secundario.
El problema era que el libreto del Valladolid mantenía el guion como el niño que recita un verso de Espronceda: todo moría antes de la batalla, es decir, antes del área, mientras la Real buscaba versos sueltos que pudieran emocionar, si no el fútbol, el marcador. Porque una cosa es la estrategia y otra el arte. La Real nació estornudando, fruto del catarrillo del medio campo y de la apatía habitual de Vela hasta que empieza a sudar y del constipado de Griezmann, que anda renqueante desde que consiguió el objetivo de jugar con Francia y de enfilar su presencia en el Mundial de Brasil. Pero, contra corriente, la Real nada bien: le gusta ver mucho césped entre el círculo central y el portero contrario: cuando ve mucho verde, se desboca el caballo.
Real Sociedad, 1-Valladolid, 0
Real Sociedad: Bravo; Zaldua, Ansotegi, Iñigo Martínez, José Ángel; Rubén Pardo (Elustondo, m. 83), Bergara, Canales (Xabi Prieto, m. 66); Vela, Seferovic (Agirretxe, m. 71) y Griezmann. No utilizados: Royo, Ros, Chory Castro y Zurutuza.
Valladolid: Jaime; Rukavina, Rueda, Mitrovic, Peña; Larsson (Rama, m. 60), Víctor Pérez, Rubio (Rossi, m. 72), Jeffren (Omar, m. 60); Óscar y Javi Guerra. No utilizados: Mariño, Bergdich, Valiente y Manucho.
Gol: 1-0. M. 22. Carlos Vela, de vaselina ante Jaime.
Árbitro: Del Cerro Grande. Amonestó a Rubén Pardo, Óscar, Mitrovic, Rubio, Víctor Pérez, Griezmann y Rossi.
21.125 espectadores en Anoeta.
La distancia entre los equipos no solo se enjuga en puntos, tiene que ver también con la capacidad de unos y otros para convertir el dominio en intimidación o dejarlo en una actitud educada, razonable, límpida o cualquier otro adjetivo sin romper la curtida cortina de la red. El Valladolid no defendía mal, ni controlaba mal el balón, ni atacaba mal, su problema es que no hacía nada bien y nada mal, que es como quedarte en el desierto sin sombrilla. Su problema principal es que ninguno de sus futbolistas conseguía ser superior a sus rivales. La Real tenía la alta tensión de Canales, que juega como queriendo recuperar el tiempo perdido después de su época gris en el Valencia, y la estufa contante de Rubén Pardo, al que no hay frío que le hiele. En el Valladolid, Rubio buscaba la pausa y la electricidad al mismo tiempo, pero al divisar la línea blanca del área, el mundo se volvía negro. El Valladolid contradecía el frío mundo de la estadística, que le era muy favorable, con el gélido planeta de las ocasiones. En el suyo no había sol: el más mínimo rayo lo sacó Larsson en la segunda mitad con un pase a Óscar que le nubló la vista por falta de costumbre.
La Real, en la penumbra, construía la solvencia; nadie relucía, Griezmann se apagaba, Vela era una amenaza, solo una amenaza, Seferovic trabajaba, solo trabajaba, y el resto a currar, que es de lo que se trata. Cada minuto, la Real daba un paso atrás y miraba más bravo a Jaime, que salvó a su equipo en varias ocasiones. El Valladolid se adueñó de la mina, pero no sabía qué hacer con los vagones. Decidió resistir, animar a salir de la cueva, dejarle la literatura, el partido, pero sin encontrar cómo resolver un argumento interesante. Cambió JIM lo que pudo (extraño fue lo de Larsson, que se imponía en el medio campo, y extraño fue lo de Rubio, que al menos imaginaba algún final).
El arte se impuso o quizás habría que pensar en la inspiración de dos personas que juntaron sus neuronas en un instante feliz, Rubén Pardo y Vela. Ambos lanzaron a una Real que todavía mira hacia arriba y finiquitaron a un Valladolid ensombrecido que cada vez se mira más los pies. Una genialidad fue la diferencia.
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