Mayer, el orgullo de Austria

Qué mejor razón para subir por primera vez a Krasnaya Polyana que el descenso masculino, la prueba reina del esquí alpino, que en esta ocasión además anunciaba el regreso triunfal de Bode Miller. Aunque el americano nunca ha ganado el descenso olímpico (que sí el mundial) y su mejor resultado es el bronce de hace cuatro años, aunque su cuerpo se ha visto castigado por gravísimas lesiones, su historial en la nieve, en el que figuran cinco medallas olímpicas, su experiencia, su carisma y, sobre todo, sus magníficos entrenamientos en el peligroso trazado de Sochi prometían lo mejor. Hablaban de un esquiador de 36 años, el más viejo de la historia del equipo estadounidense, el único de su especialidad que ha participado en cinco Juegos, que podía vencer a la lógica, a rivales más jóvenes y audaces, y eso no hay quien se lo pierda.

Hay que hacer un viaje de algo más de una hora desde la costa hasta la montaña. Una vez allí, hay que dejar a un costado de la empinada carretera el complejo que acoge el esquí de fondo y el biatlón, al otro lado el del luge y el skeleton, primero y, más adelante, el de los acróbatas del snowboard y el esquí, y subir a las pistas más altas, a las del complejo Rosa Khutor, a 60 kilómetros del Parque Olímpico, donde ayer por la mañana lucía un sol tamizado, como si estuviera metido en una media de mujer.

No estoy seguro de qué es lo que ha ido mal. La visibilidad era diferente hoy" Bode Miller

Hace frío, pero no tanto, cinco grados oficiales y apenas viento, cuando los primeros esquiadores empiezan a salir. Para cuando entra volando en meta el último de ellos, la historia prometida se deshace como la nieve blanca y brillante que a esta altura de la montaña lo cubre casi todo. Bode Miller es octavo. Pero en su lugar surge otro relato casi igual de bonito. Un joven austriaco de 23 años, de pelo alocado y escaso palmarés que responde al nombre de Matthias Mayer ha sido el más rápido. Por centésimas, pero el mejor, el campeón. Su felicidad es la de una potencia del esquí, Austria, que no ganaba un oro en esta prueba desde hace 12 años. Es también la de Helmut, su orgulloso padre, que fue plata en el supergigante de Calgary 88. Y la del pequeño grupo de entusiastas austriacos que sacuden las banderas y gritan su nombre en la primera fila de la tribuna, que no está llena, cuando la megafonía le proclama campeón olímpico.

Para llegar hasta aquí Mayer, como Miller, como Ferran Terra y Paul de la Cuesta, los dos españoles en liza, ha tenido que superar un trazado de vértigo. 3.495m en caída libre con un par de saltos que dan miedo y tramos de nombres tan sugerentes como Trampolín Ruso, un recorrido donde los esquiadores alcanzan velocidades de más de 135 km/h. Algo más de dos minutos de locura.

“Si no estás completamente centrado puede matarte”, había dicho Miller tras uno de los entrenamientos oficiales. Ferran Terra lo explicaba en otros términos nada más terminar su recorrido, en 34ª posición (De la Cuesta fue 28º): “La pista es hielo puro, con giros, un par de saltos muy grandes, lo tiene todo. Es un descenso duro, tanto física como mentalmente”. A pesar de ello solo dos de los 50 esquiadores no lograron terminar la prueba. El italiano Christof Innerhofer (plata) y el noruego Kjetil Jansrud (bronce) completaron el podio.

Cuando la historia le pasó por encima Miller no lograba explicarse el desenlace: “Realmente no sé que ha ido mal. La visibilidad era la única diferencia hoy, pero es algo a lo que estamos acostumbrados”, decía el americano nada más terminar. “Estoy decepcionado. He esquiado fuerte y bien y eso es lo más importante. Simplemente algo no ha funcionado”.

La decepción de la estrella contrastaba con la excitación del campeón: “Cuando me desperté por la mañana supe que podía ganar. Estuve sonriendo todo el día, incluso en los controles. Era mi día”. Es también su primer oro y el principio de otra historia. La de Miller tendrá que esperar.