Un entrenador de los pies a la cabeza
A su paso por cada equipo, y naturalmente por la selección, Luis Aragonés siempre dejó una anécdota para el recuerdo, un momento que expresaba su manera de entender el juego y también su inconfundible personalidad, única en el fútbol.
Nada más llegar a Alemania en 2006 con La Roja, término muy utilizado durante su estancia en la federación porque funcionaba incluso como recurso para quienes la palabra España les provocaba urticaria, mandó a paseo al comité de recepción de la Copa del Mundo en Dortmund. Luis despreció las flores que le ofrecía una azafata: “Me van a dar a mi un ramo cuando no me cabe por el culo ni el pelo de una gamba”.
Los traductores las pasaban canutas para explicar sus expresiones, a veces tan castizas que resultaban incluso imposibles para muchos españoles, como cuando hablaba de la estanquera y de la pipera de Vallecas. No siempre era fácil entender a Luis. El día que arengaba a Reyes en un entrenamiento al grito de que era mejor que “ese negro de mierda” en referencia a Henry se armó la de Dios es Cristo porque se le consideró un racista.
Igual que motivaba a un andaluz se las tenía con Romario: “Míreme a los ojos cuando le hablo”. Y el “negro”, que siempre iba con la cabeza gacha, le atendía de soslayo. El día que supo que las cámaras le escrutaban en Mallorca no tardó en desenchufar cuantos cables encontró cerca de su banquillo.
Nunca fue anónimo, ni cuando pasó por el Camp Nou en una de las peores épocas del Barcelona. Víctima al inicio de una crisis de ansiedad fóbica, acabó alineado con sus jugadores la tarde en que pedían la dimisión del presidente Núñez. Luis ganó la Copa a aquella Real que acabó por ser unos de los proveedores del dream team de Cruyff.
El ambiente era tan deprimente por entonces que una mañana me referí al Barcelona como el equipo de “Aurelio y los vagabundos”, sin reparar en la banda de música sino en una banda de jugadores al mando de un técnico al que alguno le apreciaba un físico simiesco. “¿Está aquí el que ha escrito esto?", preguntó en la sala de prensa. “Sí”, respondí. “Pues mire chaval: métase lo que quiera con Aurelio, pero a los vagabundos me los deja en paz, ¿vale?”. Una lección de periodismo de parte de un gruñón encantador que siempre defendió a sus jugadores.
A Luis se le consideró el rey del contraataque antes de ganar la Eurocopa con España. Nadie respetó más el juego de los centrocampistas en una tierra enamorada de la furia de los centrales y mediocentros de nombre Belauste y de la hipnosis de delanteros como Butragueño. No solo dio juego al equipo sino que además lideró con una personalidad asombrosa una transición que supuso el fin de la internacionalidad española de Raúl.
Arisco, anduvo murmurando sobre el fútbol de la selección cuando fue sustituido por Del Bosque, no por nada, sino porque, ejerciera o no, siempre se sintió entrenador. No hace mucho cuando se hablaba de que abandonaba los banquillos, mandó rectificar la información en unos minutos porque a Luis no le retiraba nadie, solo la muerte.
Gracias, Don Luis.
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