La gran cosecha de Bob Oatley
El Wild Oats XI, propietario del multimillonario australiano, logra su séptimo triunfo en la Rolex Sydney-Hobart e iguala la histórica marca del Morna/Kurrewa IV
Tiene 85 años, una enorme fortuna -cifrada por la revista Forbes en 686 millones de euros, la 27ª más grande de Australia- y, desde el pasado fin de semana, un récord histórico en el bolsillo. “¡Siete, siete! ¡Es la mayor emoción de mi vida!”, exclamaba desde la arenosa superficie de Tasmania el multimillonario Bob Oatley cuando su embarcación, el Wild Oats XI, llegó vencedor a la isla australiana tras navegar las 628 millas náuticas de la Rolex Sydney-Hobart en 2 días, 6 horas, 7 minutos y 27 segundos después de un hermoso pulso con los elementos y otro mastodonte del agua, el Perpetual Loyal de Tony Bell. Se trataba de la séptima victoria del magnate en la regata. Todo un récord. Con su último éxito (ganó previamente en 2005, 2006, 2007, 2008, 2010 y 2012), igualó el registro que ostentaba desde 1960 el Morna/Kurrewa IV de Claude Plowman y F. & J. Livingston e inscribió su nombre en letras de oro.
“Ha sido complicado. Las condiciones han sido muy difíciles porque había poco viento. Mentalmente ha sido agotador”, valoraba Mark Richards, la extensión de Oatley sobre el agua, el patrón de la nave vencedora en tiempo real (en compensado fue el Cookson 50 Victoire); “es uno de los mejores triunfos que puedas imaginar. Había muchos y buenos rivales, mucha ansiedad. No sabíamos cómo íbamos a responder, pero ha sido magnífico”. Se satisfizo, de este modo, el viejo sueño de Oatley, un hombre que comenzó a amasar una gigantesca montaña de dinero en los años cincuenta. Entonces, sus negocios de café y cacao en Nueva Guinea le otorgaron rédito antes de encontrar en 1974 el verdadero filón, y de paso prolongar una tradición familiar, en la producción vinícola en el Mudgee, Nueva Gales del sur.
Resulta que los viñedos de Oatley producen buena uva, excelentes añadas, pero más allá de los billetes, el mar es otra de sus grandes obsesiones. Y en concreto, la regata que simboliza toda una religión en su país, la Rolex Sydney-Hobart. Por eso ahora delega la lucrativa faena enológica en su hijo Sandy y canaliza su mirada en el 26 de diciembre, día en que parte la carrera. Un total de 94 veleros y alrededor de 1.200 regatistas tomaron la salida este año en la bahía de Sydney para afrontar la denominada Hell Regata (Regata del Infierno). Una durísima travesía entre el puerto de Sydney, en la costa este de Australia, y el de Hobart, capital de la isla de Tasmania. En medio, el intimidatorio estrecho de Bass. Según los expertos, una de las zonas de navegación más exigentes del planeta por la conjugación de la escasa profundidad de sus aguas y la velocidad de sus vientos.
En la 69ª edición, casi todos los focos apuntaban al Wild Oats XI, un maxi de 98 pies (30,50 metros de eslora), fabricado en 2005 en los astilleros aussies McConaghy con un coste de seis millones de euros. Sobre él, tripulantes de pedigrí, siete de ellos ya presentes en el triunfo primigenio de 2005. Y, a los lados, otros maxis como el Perpetual Loyal -para muchos el súper maxi más rápido que existe-, el Ragamuffin 100 del veterano Syd Fischer (86 años, atesora dos victorias en tiempo real, en 1988 y 1990, y otra absoluta, en 1992), el Black Jack (ex Telefónica, barco Volvo) o el Giacomo neozelandés (también V70). Tras una salida condicionada por la escasez de viento y diversos barcos fuera de combate, víctimas de los estragos del Estrecho de Bass, el Wild Oats XI se desenvolvió como ninguno y tomó unas 50 millas de ventaja sobre el Perpetual Loyal. Replicó este en el descenso por la costa de Tasmania (a una media de 28 nudos) y limó la diferencia (unos 40 kilómetros), pero su adversario mantuvo la renta hasta la desembocadura del río Derwent. Richards, y por extensión Oatlley, se coronaban otro año más. Eso sí, lejos de la marca que logró en la edición anterior y que es el récord: 1 día, 18 horas, 23 minutos y 12 segundos.
“Fue muy duro. El estado del mar era muy malo y hubo mucho cambios en la intensidad del viento”, señala el español Guillermo Altadill, que compitió a bordo del Varuna, décimo clasificado; “las primeras horas fueron un caos porque no tienes guardias, estás trabajando todo el tiempo y necesitas todas las manos para las maniobras. En este sentido es más dura que una Volvo u otra regata oceánica de larga distancia”. Otro icono de la vela española, Joan Vila, concluyó en sexta posición con el Giacomo, que contó también con la destreza del gaditano Rafa Trujillo como trimmer. Todos ellos fueron testigos de la euforia del viejo Oatley. De la última gran cosecha del ricachón australiano.
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