Del esplendor de los cinco ‘dieces’ del 70 al ‘trauma de la pelota’ en el 82
De la obra cumbre en México a la caída en el Mundial de España, el estilo de La Canarinha ha evolucionado desde la concepción artística del juego al orden, la practicidad y el resultadismo
Probablemente a ninguna selección le hayan influenciado tanto en su estilo las derrotas como las victorias. A Brasil la delimitan su triunfo en México 70 y su caída en los cuartos de final de España 82. El primero significó su obra cumbre; el segundo, el inicio de un cambio hacia un fútbol menos vistoso que aún perdura. Por delante de esos dos puntos de inflexión están su primera gran aparición en el Mundial del 38 –ni en el 30 ni en el 34 acudieron con sus mejores jugadores, aunque sí con figuras como Leonidas-, el Maracanazo en el 50, y los dos títulos del 58 y el 62. Por detrás de aquel Mundial de España, el abandono progresivo del jogo bonito o el futbol-arte para conquistar otros dos campeonatos, el del 94 y el de 2002, que no dejaron esa huella que identifica a Brasil con la concepción artística del juego sobre la que escribió su gran historia. En esa evolución hacia un fútbol más europeizado aún continúa.
Suecia 58 y Suecia 62
El Maracanazo no hizo a desistir a Brasil de su modelo, cimentado sobre la calidad individual de sus jugadores, aunque generó críticas por estar formada la selección en su mayoría por jugadores de los equipos de Río de Janeiro. Principalmente del Vasco de Gama, menos disciplinados y menos trabajados físicamente en teoría que los futbolistas de los conjuntos de Sao Paulo. Si acaso, fue el Mundial de Suiza 54 de donde los dirigentes extrajeron algunas conclusiones que ayudaron a Brasil para su asalto definitivo al título cuatro años más tarde. La Canarinha fue eliminada en cuartos de final (4-2), con batalla campal incluida, por la ultramoderna y dinámica Hungría de Bozsik, Zakarias, Puskas (no jugó por lesión), Hidegkuti, Kocsis, y Czibor.
La comisión técnica brasileña llegó a la conclusión de que las selecciones europeas estaban mejor preparadas físicamente y de que su preparación durante la competición era más profesional y minuciosa. Paulo Machado, jefe de la delegación que viajó a Suecia, elaboró un informe de 60 folios en el que hablaba de concentraciones previas, psicología y salud. Hubo 62 extracciones de muelas y Garrincha, Pepe y Orlando fueron operados de amígdalas para facilitar una respiración buena durante el esfuerzo. Bien preparada y sobre un sistema innovador, el 4-2-4, emergió la primera gran Brasil tras una reunión de Bellini, Nilton Santos y Didí en la que exigieron al seleccionador Feola que jugaran Pelé y Garrincha. Con ellos dos en el once a partir del tercer partido, empezó a crecer el mito de una selección que ganaba partidos en medio del disfrute general del aficionado. Ese 4-2-4 se convertía en un 3-2-5 cuando el defensa Orlando se convertía en centrocampista y Didí pasaba a dirigir una delantera mítica con Garrincha, Vavá, Pelé y Zagallo que le dio a Brasil su primer título.
El Mundial del 62 fue conquistado por Brasil sobre las mismas premisas de anteponer la técnica individual de sus jugadores a cualquier cerrazón táctica, aunque eso no quiere decir que no respondiera a un dibujo. La lesión de Pelé en la primera fase hizo emerger al mejor Garrincha, que como a Maradona en el 86, se le señala como el único jugador capaz de ganar un Mundial por sí solo, o al menos de decidirlo con grandes jugadas individuales. La lesión de Pelé produjo una variación en el 4-2-4, que pasó a ser un 4-3-3 porque Zagallo bajaba mucho a defender por la izquierda.
México 1970
Ninguna selección en la historia ha mezclado la estética con la eficacia como aquel Brasil de los cinco dieces, Jairzinho, Gerson, Tostao, Pele y Rivelino, que tan bien explicó Menotti: “Brasil presentó un equipo formado por cinco números 10, cinco monstruos que en sus clubes eran los dueños de la manija. Fue revolucionario en un momento en el que el valor-equipo parecía haber terminado con el valor-hombre. Zagallo juntó a los mejores jugadores que tenía sin preocuparse por la función o el puesto que tenían en sus equipos. Eran los mejores y tenían que jugar. ¿De qué? ¿Con qué plan? Dentro de la cancha se vería. Y se vio. De una manera que el fútbol del mundo no podrá olvidar nunca”. Aquel equipo, definido en toda su extensión por el gol de Carlos Alberto en la final ante Italia (4-1), en el que toda la delantera tocó el balón, supuso la máxima expresión del fútbol hecho arte y de la identificación entre la alegría natural de un pueblo y su interpretación de un juego y de la vida.
España 82
Aunque en ambas citas alcanzó las semifinales, ni en Alemania 74, ni en Argentina 78 se acercó Brasil al nivel de aquella majestuosa selección del 70. Pero perduraba el recuerdo y Telê Santana formó una selección para el Mundial de España que caló más en los aficionados, pese a no ganar, que las que se proclamarían campeonas en 1994 o en 2002. Con todo, no haber alcanzado la final en esos dos Mundiales que precedieron al de España había hecho emerger las corrientes en contra del jogo bonito. Telê Santana juntó una selección formidable, que no cumplía esa máxima de que un equipo empieza en el portero y acaba en el delantero centro. Ni Valdir Peres fue un portero seguro, ni Serginho -Careca se lesionó antes del Mundial- estaba a la altura de todo el juego que se produjo a sus espaldas. Entre ellos dos, el equipo era de ensueño: Junior, Cerezo, Zico, Falcao, Sócrates, Eder…
Durante la primera fase y en el primer partido de la liguilla de cuartos de final ganado a Argentina (3-1) se les emparentó con la selección del 70, pero la derrota ante Italia en Sarría (3-2), que les apartó de las semifinales hizo saltar por los aires el jogo-bonito. Los críticos se cebaron con Tele Santana, que le acusaron de no haber trabajado al equipo en defensa para poder contrarrestar el contragolpe italiano y de haber descuidado la preparación física del equipo. Sarrià se convirtió en una especie de Maracanazo en tierra ajena por la desolación que causó ver caer a una selección que había defendido el fútbol-samba hasta el final. José Saldanha, periodista y seleccionador que fue destituido poco antes del Mundial 70 por considerar que Pelé no le daba el sacrificio que le pedía, y al que también le achacó miopía, fue el más crítico de todos. Incluso de su diario de la Copa, en el que ya advertía lo que podía suceder, se hizo un libro titulado, O trauma da bola. Después de aquel Mundial se empezaron a imponer las tesis de que Brasil debía europeizarse. Ni siquiera el Maracanzo hizo repensar tanto a Brasil su modelo como aquella dolorosa derrota ante Italia
Estados Unidos 1994 y Corea-Japón 2002
Cinco mundiales después del de Mexico 70, Brasil conquistó en Estados Unidos su cuarto título. El abandono de sus raíces fue progresivo. A México 86 regresó con Tele Santana, repescado un año antes, y fue eliminada en cuartos de final por Francia (1-1) en la tanda de penaltis. Las estrellas del 82 estaban en declive, pero ese partido ante los franceses fue grandioso en el juego una vez más. Otro Mundial sin ganar, y ya iban cuatro, radicalizó el giro en Italia 90. Allí se presentó como seleccionador y sacrílego, para el purismo, Sebastian Lazaroni, que por primera vez en su historia hizo jugar a Brasil, con un líbero y una defensa de cinco. Hizo una primera fase gris y cayó en octavos ante Argentina (1-0) en su mejor partido en el que la falta de puntería y un pase de magistral de Maradona a Caniggia, en uno de los pocos ataques argentinos, les mandó a casa. Iniciada la evolución o involución para los románticos, Carlos Alberto Parreira la culminó en 1994. Popularizó el trivote, tres mediocentros defensivos: Mauro Silva, Mazinho y un poco por delante Dunga, con libertad para descolgarse por su disparo, y también para frenar los contragolpes con faltas tácticas. Parreira mantuvo la tradición de los laterales ofensivos con Jorginho y Branco, pero la división entre los que atacaban y defendían era ya clara. Contaba con un interior izquierdo-armador, Zinho, un gran goleador ratonil como Bebeto y con el mejor del mundo, Romario. La final ganada a Italia en los penaltis, primera en la historia sin goles y definida desde los 11 metros, reflejó esa nueva manera de conquistar el mundo de Brasil, muy alejada de los tricampeones del 58, el 62 y el 70.
En 2002, Scolari mantuvo ese espíritu que anteponía el orden y el rigor defensivo sobre la imaginación. En los laterales mantuvo a Cafú y Roberto Carlos, de la selección subcampeona del 98, pero los acompañó de tres centrales: Roque Junior, Lucio y Edmilson. En el medio se atornilló con Gilberto Silva y Kleberson y arriba contó con un emergente Ronaldinho, la milagrosa recuperación de las maltrechas rodillas de Ronaldo y con la madurez de Rivaldo, poco valorado, pero decisivo por lo que aportó con juego y goles para el pentacampeonato. Ni en el grupo, ni en los cruces, Brasil se encontró con grandes obstáculos hasta cruzarse en la final con Alemania, mejor durante gran parte del encuentro pese a s gran cantidad de bajas. Un error de Khan y el oportunismo y la capacidad de definición de Ronaldo le dieron a Brasil su quinto y último Mundial y la permanencia en ese modelo más táctico que artístico que volverá a defender Scolari en su propio país.
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