Hollande se apunta un ‘gol’
El presidente francés es acusado de buscar rédito de una remontada con fondo político
“Ha sido una victoria del equipo, que ha jugado como un equipo desde el minuto 1 al 90. ¡Pero el entrenador cuenta mucho también!”. La ironía de François Hollande no escondía su satisfacción. El presidente hundido en las encuestas acababa de recibir una de las mejores noticias de los últimos meses. Había vuelto de su viaje a Israel esa misma tarde, y aunque en principio se dijo que no acudiría al partido, tuvo el olfato y la suerte de presidir la inesperada remontada (3-0) de Francia ante Ucrania —solo el 38% de los apostadores galos confiaba en el milagro— para ir al Mundial. Y Hollande sacó pecho. Ayer, la oposición de centro-derecha le criticó por intentar obtener réditos políticos de un triunfo deportivo.
La remontada tiene evidentes componentes políticos. La derecha populista y la extrema derecha llevan años atizando el fuego xenófobo contra los jugadores de la selección nacional, acusados de encarnar la presunta falta de compromiso e integración de las minorías religiosas y raciales de la República. Desde que Zidane, Lizarazu, Djorkaeff, Thuram —y Jacques Chirac— levantaron la Copa del Mundo en 1998, cada tropiezo de los bleus —sobre todo a raíz de la bronca del Mundial de Sudáfrica— ha servido para abrir un proceso de lesa patria a los miembros del equipo nacional. La familia Le Pen les ha acusado de ser unos millonarios mimados que no se saben ni La Marsellesa, y algunos pseudo-científicos neofascistas han llegado a argumentar que los bleus tienen un ADN inadecuado para el fútbol porque en los jugadores de origen africano prima el físico sobre la calidad técnica y la disciplina táctica.
Muchos otros han recuperado la fe en el espíritu mestizo, plural y solidario de Francia, en un momento de alto riesgo identitario
Los dos goles del héroe del partido, el central parisiense de origen senegalés Mamadou Sakho —la FIFA corrigió ayer el error de atribuir al ucranio Gusev el tanto decisivo—, y el de Karim Benzema, nacido en Lyon de padres argelinos, desataron la locura en Saint Denis, y el equipo festejó su proeza cantando a voz en grito el himno nacional desde el centro del campo con el público. Por si acaso, el consejero deportivo de Marine Le Pen, Eric Domard, atribuyó la victoria “a un colectivo, una abnegación, y no al concepto racial de la Francia negra, blanca y beur (árabe)”.
Pero muchos otros han recuperado la fe en el espíritu mestizo, plural y solidario de Francia, en un momento de alto riesgo identitario: un informe de la Comisión Nacional Consultiva de Derechos Humanos acaba de señalar que un 56% de los franceses se siente racista y un 65% de los ciudadanos justifica el racismo “ante determinadas conductas”.
Entretanto, el partido soñado por Didier Deschamps batió récords de audiencia —más de 13 millones de espectadores— y ha tenido efectos balsámicos para TF1, la cadena privada que pagó 130 millones por los derechos del Mundial de Brasil: sus acciones subieron un 7% en la apertura y cerraron con unas ganancias del 4,5%.
Entre bromas y veras, en el Elíseo confían en que la remontada ayude a Hollande a recuperar algo de popularidad. Aunque solo sea porque, como dijo el presidente al analizar el partido, “en Francia no siempre gusta el camino más recto”.
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